Columnistas

Tucumán, tierra de estadistas…y de Manzur

Por Gastón Bivort (*)

Tucumán es esa pequeña provincia que por su belleza natural tiene bien ganado el título de “jardín de la República”. Por su fisonomía, por su ubicación en el mapa de la Argentina, pero sobre todo, por los hechos históricos que acogió y por los estadistas que le aportó al país, no tengo dudas que es mucho más que eso: Tucumán es el “corazón de la patria”.

En esta provincia, al decir de Mitre, se salvó la revolución argentina cuando el 24 de septiembre de 1812, el General Belgrano derrotó y frenó al ejército realista que venía avanzando desde el Alto Perú.

Fue en  esta misma provincia donde se reunió el trascendental Congreso que plasmó en un acta la libertad que se defendía con las armas, ratificando la voluntad de un pueblo de querer ser independiente de España y de toda otra dominación extranjera.

Tucumán fue también, la tierra de tres hombres imprescindibles para tres momentos fundamentales: Juan Bautista Alberdi, Nicolás Avellaneda y Julio Argentino Roca fueron determinantes para la organización constitucional y para la posterior estructuración y consolidación del Estado nacional argentino.

Juan Bautista Alberdi fue un hombre de sólidas convicciones liberales que nos legó nada más ni nada menos que sus “Bases y puntos de partida para la organización de la República Argentina”, la fuente fundamental en la que se inspiraron nuestros constituyentes al redactar la Carta Magna de 1853. Durante toda su vida pública, Alberdi abogó por defender el origen democrático de la Revolución que vio la luz en 1810, el año de su nacimiento. Consideraba a la Constitución como el único medio de organizar la libertad conquistada. Defendió sus ideas desde sus obras literarias y desde sus escritos en la prensa, poniendo en riesgo su vida durante la tiranía de Rosas y debiendo pagar con el exilio.

Tras la caída del gobernador de Buenos Aires, escribió en tiempo récord sus “Bases” y las puso a consideración de Urquiza. “Su bien pensado libro es, a mi juicio, un medio de cooperación importantísimo. No ha podido ser escrito en una mejor oportunidad” dijo al respecto el vencedor de Caseros. En uno de sus riquísimos párrafos Alberdi enumeró los principios que debían ser garantizados por la Constitución: “…Son el sentido común y la razón ordinaria aplicados a la política. La igualdad de los hombres, el derecho de propiedad, la libertad de disponer de su persona y de sus actos, la participación del pueblo en la formación y dirección del país…”.

Le correspondió a Nicolás Avellaneda, el último de los mandatarios de las denominadas “presidencias históricas”, concluir con el trabajo iniciado por sus antecesores Mitre y Sarmiento: estructurar y organizar las instituciones creadas por la Constitución alberdiana. Luego de recibirse de abogado y ejercer como profesor universitario, Avellaneda comenzó a desplegar su vocación política. En 1868, con poco más de 30 años, fue nombrado por el Presidente Sarmiento para ocupar la cartera clave de su gestión de gobierno: el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública. Avellaneda tuvo la tarea de ejecutar la idea central del sanjuanino de hacer de todo el país una escuela, porque todos los problemas, aseguraba Sarmiento, eran problemas de educación. Este tucumano ilustre, siendo consecuente con el derecho de enseñar y aprender consignado por el artículo 14 de la CN, organizó todo el sistema educativo fundando para ello centenares de escuelas primarias, colegios secundarios nacionales y escuelas normales para la formación de docentes.

Su brillante trabajo como ministro de educación de Sarmiento, lo posicionó para ser electo Presidente en 1874; con 37 años fue el Presidente más joven de nuestra historia. Su obra de gobierno fue una de las más prolíficas y progresistas. Continuó con el proyecto educativo de Sarmiento y honró la consigna de Alberdi “gobernar es poblar”, promoviendo la Ley de inmigración y colonización conocida como Ley Avellaneda, gracias a la cual se duplicó el flujo migratorio e hizo brotar colonias agrícolas de italianos, españoles, rusos, alemanes etc. por toda la pampa húmeda. Su gobierno impulsó la llegada del primer barco frigorífico, lo que permitió incrementar notablemente las exportaciones de carne. Con Avellaneda se inició también la llamada “campaña al desierto”, que permitió, más allá de discusiones y debates extemporáneos, ocupar y destinar miles de hectáreas a la producción agrícola-ganadera, garantizando de este modo la comunicación de la Patagonia con el resto del país a través del telégrafo y el ferrocarril. Su último aporte significativo antes de dejar la presidencia, fue el proyecto de ley de Federalización de Buenos Aires, que tras ser aprobado por el Congreso, terminó definitivamente con el histórico conflicto por el lugar de residencia de las autoridades nacionales.

En 1880, el poder pasa de tucumano a tucumano. Roca, reconocido por comandar la exitosa campaña militar al sur del país es electo Presidente y debe terminar de consolidar el Estado nacional argentino. Entre sus múltiples aportes (recordemos que ejerció dos veces la presidencia de la nación) encontramos la sanción de las leyes de Registro Civil y de Matrimonio Civil, que dejan en manos del Estado atribuciones que hasta entonces monopolizaba la Iglesia, y la Ley de Educación común nro. 1420, que estableció que la educación primaria debía ser gratuita, obligatoria y laica, complementando de este modo la política de Estado en materia educativa iniciada con Sarmiento. Fue también durante la presidencia de Roca cuando el país se insertó definitivamente en el mercado mundial como exportador de materias primas, convirtiéndose en el granero del mundo. La Argentina se había transformado en poco tiempo, en un gran atractivo para muchos europeos deseosos de emigrar, y para capitales extranjeros  dispuestos a ser invertidos en ferrocarriles, frigoríficos, puertos y en toda obra de infraestructura tendiente a optimizar el modelo agroexportador. En las últimas décadas del siglo XIX la Argentina se perfilaba para emular a países como Australia y Canadá y competía con EEUU por el flujo migratorio europeo.

En síntesis, en Tucumán se frenó a los realistas, se declaró la independencia y en ella nacieron tres políticos brillantes que fueron grandes protagonistas de la organización, formación y consolidación del Estado argentino.

Hoy Tucumán nos ha aportado un Jefe de Gabinete cuyo mayor mérito parece ser levantarse temprano y poseer -vaya a saber que significa- “músculo” y “volumen político” para intervenir y salvar al gobierno de Alberto Fernández. Su currículum dista bastante del de Alberdi, Avellaneda y Roca. Manzur es un médico sanitarista, de extracción humilde, que empezó a incursionar en la política de la mano del ex ministro de Salud e ideólogo del vacunatorio vip Ginés González García, con quién tiene negocios en común en sociedad con el empresario Hugo Sigman, gestor e intermediario en la provisión de la vacuna de Astra-Zeneca al Estado nacional. Luego de pasar por la función pública en la San Luis de los Rodríguez Saá, trabajó un tiempo con el intendente Balestrini en el Partido de La Matanza y de allí saltó a su provincia natal para trabajar con el tres veces gobernador y hoy senador licenciado por una denuncia de abuso sexual, José Alperovich. Ocupó el cargo de ministro de salud provincial obsesionado con reducir la mortalidad infantil de su provincia y lo hizo: redujo diez puntos la mortalidad infantil a partir de un polémico cambio en la medición. Un verdadero alquimista Manzur. Sus críticos señalaron que había creado su propio Indec de la mortalidad para mostrar resultados positivos.

En 2015 asumió la gobernación de Tucumán y si bien hoy está enemistado con Alperovich, son más las coincidencias que las diferencias que los separan: ambos tienen denuncias por prácticas fraudulentas en su provincia  y ambos multiplicaron su riqueza desde que desembarcaron en la función pública. Además de los negociados que lo unen a Ginés, Manzur es un próspero empresario olivícola que supo aprovechar las oportunidades que le otorgó su posición de poder. En 2003, al asumir como ministro de salud en Tucumán, declaró un patrimonio de $ 380.000; su última declaración jurada, del año 2014, cuando era ministro de Cristina, informó una fortuna de $ 23.062.000. Imagínense cuáles serán los números que arrojará la declaración jurada que como funcionario nacional deberá presentar en la Oficina Anticorrupción antes de los próximos 30 días. En su momento Manzur fue denunciado por enriquecimiento ilícito en su provincia, pero el juez federal Bejas, el Oyarbide tucumano, lo sobreseyó.

Flaco favor le hace Manzur a la tradición tucumana. Su comprovinciano Alberdi, seguramente, le dedicaría unas palabras que supo utilizar en alguna oportunidad: “…La mejor política […] es la política de la honradez y de la buena fe; la política simple y clara de los hombres de bien, y no la política doble y hábil de los truhanes de categoría…”

Al terminar Roca su primer mandato en 1886, en su discurso de despedida señaló: “Os transmito el poder con la República más rica, más fuerte, más vasta, con más crédito y con más amor a la estabilidad y más halagüeños horizontes que cuando la recibí yo”. Dudo que Manzur y el gobierno al que representa pueda decir algo semejante el terminar su gestión.

En Tucumán, la provincia que fuera cuna de Alberdi, Avellaneda y Roca, el 44% de la población es pobre y el 7% indigente. El 60% de los niños está por debajo de la línea de pobreza y el 24% vive del empleo estatal y/o de planes sociales abonados con la renta de la coparticipación que todos los que trabajamos aportamos. En Tucumán no solo se regalan bicicletas y heladeras sino también «platita» en mano. El clientelismo en esa provincia se ejerce en forma inescrupulosa y a la vista de todos, remitiendo a las prácticas más rancias del caudillismo peronista norteño.

Por su historia, Tucumán no se merece a Manzur; la Argentina toda tampoco.

 

(*) Profesor de Historia, vecino de Pilar

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