Columnistas
Habrá acuerdo con el FMI y reforma laboral: las encuestas lo están anticipando
Por Diego Dillenberger (*)
Cuál es la diferencia entre un “líder” político y un político “a secas”: el líder político lidera. El político a secas, sigue. Un líder político es aquel capaz de entusiasmar a la opinión pública con una visión novedosa de cómo imagina el futuro de un país y sabe explicar qué hay que hacer para alcanzar ese futuro y cuáles son los beneficios que traerá su propuesta. Eso es “liderar”.
El político común contrata encuestadores que salen a la calle a preguntarles a sus potenciales votantes qué quieren, qué no quieren, qué los asusta, qué los enoja y busca alguna forma de prometerles exactamente lo que quieren y evita a toda costa mencionar todo aquello que puedan rechazar o no entender.
Si funciona, ¡bien! Y si no funciona, mala suerte. Por ahora, viene tocando mala suerte.
El kirchnerismo y el FMI
El político a secas es un “seguidor” de la opinión pública. La clave del político a secas es no chocar con las creencias de sus potenciales votantes – por más irracionales que sean esas creencias.
Por ejemplo, el FMI: el kirchnerismo basó todo su “relato” en el rechazo al Fondo Monetario. El relato irracional anti FMI se instaló desde que el expresidente Néstor Kirchner le pagó con bombos y platillos un resto de deuda de diez mil millones de dólares -anticipadamente- al Fondo en 2006 usando buena parte de las reservas del Banco Central. Inmediatamente (y en total silencio) fue a pedirle el mismo monto al entonces mandamás bolivariano Hugo Chávez para que el dólar no se le disparara.
Lo que no explicó en ese momento Kirchner es que Venezuela nos cobró el triple de intereses que lo que pedía el FMI.
Y así, los argentinos le entregaron a Venezuela 2 mil millones de dólares más que lo que le hubiesen pagado al Fondo. Todo sea por la independencia. El “relato”, pese a salir bastante caro, hizo a muchos votantes de entonces sentirse más nacionales y populares que nunca: nos “independizamos” del Fondo, y en las presidenciales de 2007 las estrellas del marketing electoral que le dio el triunfo a Cristina Kirchner fueron los spots burlándose del FMI.
Uno de esos comerciales electorales mostraba a niños de cuatro años que ya no sabían qué significaba “FMI”, como si los chicos de jardín de infantes de antes debieran saber perfectamente cuál es la misión y la función de asistencia financiera del organismo multilateral de crédito dependiente del sistema de Naciones Unidas.
La “independencia” del FMI permitió al gobierno imprimir billetes “a lo bestia”, al punto tal de que volvió la inflación después de más de una década de pausa. La impresión “libre y soberana” de papelitos sin valor ya no tuvo el control del FMI, así que el kirchnerismo solo precisó intervenir el INDEC con el inefable Guillermo Moreno para falsificar el Índice de Precios al Consumidor.
Desde entonces, la Argentina nunca pudo controlar más su inflación y el consecuente aumento bochornoso de los niveles de pobreza.
Otro ejemplo es el de la reforma laboral
Cuando el expresidente Fernando De la Rúa intentó pasar por el Congreso una flexibilización, sin siquiera intentar explicarla a la opinión pública -que no entendía bien si iba a ser positiva o no- el peronismo descubrió una burda maniobra de presuntas coimas en el Senado y, entre esa acusación y denuncias infundadas de “precarización laboral”, la reforma se cayó y con ella se derrumbó el gobierno de la Alianza presidido por De la Rúa.
El expresidente Mauricio Macri también intentó una reforma laboral sin explicarla: se quiso “copiar” de De la Rúa y, previsiblemente, el proyecto tuvo un final idéntico al del malogrado presidente radical: el gran tacho de basura de las propuestas modernizadoras de la Argentina.
Resultado: en los últimos 11 años, el sector privado no generó saldo positivo de un solo puesto de trabajo. Ese rol quedó en manos del Estado, que tomó 2 millones de empleados públicos innecesarios y sumó millones de planes sociales para los desocupados con menos suerte que aquellos que conseguían su carguito en algún gobierno.
La flexibilización laboral y el acuerdo con el FMI son las dos caras de una misma moneda: el sector privado dejó de generar empleo, y el reemplazante -el Estado- lo hace al enorme costo de cobrar cada vez más impuestos, ahuyentar inversiones y generar una inflación incontrolable.
El panorama parece negro
Las encuestas dan cuenta de que los argentinos ya no esperan nada de sus políticos: ni de los que gobiernan, ni de los de la actual oposición, indican los sondeos que preguntan si la gente cree que en el futuro mejorará la economía con uno o con otro grupo político.
Ese pesimismo sobre la política explica la baja asistencia de las últimas elecciones y la fuga de votos por derecha y por izquierda que sufrieron sendos partidos mayoritarios.
Pero hay una luz al final del túnel. Es la luz que aportan los “políticos a secas”: los que leen las encuestas y buscarán la forma de seguir a la opinión pública, porque hoy se están sorprendiendo con un fenómeno inesperado. La “gente” quiere lo que en el lenguaje político tradicional se traduce con “ajuste y FMI”.
Por ejemplo, la última encuesta de D’Alessio IROL Berenzstein indica que el 90 por ciento de los argentinos cree que es necesario llegar a un acuerdo con el FMI. La opinión pública dejó en off side al kirchnerismo camporista, que hace apenas semanas componía cantitos coreando “y esa deuda, que dejaron, no la vamos a pagar” mientras bailaba sonriente al compás de los bombos la vicepresidenta Cristina Kirchner. Noventa por ciento: esto incluye 85 por ciento de los propios votantes del Frente de Todos del 14 de noviembre.
¿Los argentinos confían que el FMI esté más cerca de solucionar el desastre económico argentino que el propio gobierno nacional y popular?
Otra de las sorpresas que demuestran que la opinión pública va muy por delante de los políticos es la reforma laboral: dos veces impedida por el peronismo en los últimos 20 años de incremento de desempleo, cuentapropismo, trabajo informal y pobreza. La última encuesta de la Universidad de San Andrés indica que el 63 por ciento de los argentinos está de acuerdo con que es imprescindible que se practique una reforma laboral para que el sector privado pueda generar empleo.
Pero el equipo del profesor Diego Reynoso de esa universidad preguntó al 27 por ciento restante que no estaba de acuerdo con la afirmación de que una reforma laboral es imprescindible, si creía que generar empleo debe ser tarea del estado -como de hecho sucede desde hace años. La respuesta positiva fue del 4 por ciento de ese 27 por ciento. En limpio: poco más del 1 (uno) por ciento cree que la situación actual en el mercado laboral es sostenible.
La otra lucecita al final del sombrío túnel de las expectativas económicas argentinas es la madurez que demuestra el electorado frente a los políticos que solamente están preocupados por sus cargos y sus luchas de poder.
Una encuesta reciente de la consultora Zuban Córdoba indica que tres de cada cuatro argentinos apoyan un “gran acuerdo nacional” para que las principales fuerzas políticas dialoguen sobre temas fundamentales del país.
Por ahora, el espectáculo que le ofrece la política a esa opinión pública que se manifiesta cada vez más madura, seria y responsable es desolador: el gobierno, dividido en dos pedazos, busca mostrar quién hace el acto más grande en Plaza de Mayo frente al triste espectáculo de una pobreza que se acerca al 50 por ciento de los argentinos.
Los intendentes del paupérrimo conurbano se reúnen para derogar una ley que impide su reelección, y no para debatir medidas para paliar la enorme pobreza de sus distritos.
Y la oposición, por su lado, aporta su granito de arena, agarrándose a trompadas por discutir cargos en el Congreso -como días atrás la UCR– en lugar de proponer soluciones para la grave crisis del país por si regresa al poder en las presidenciales de 2023.
La buena noticia: los políticos en la Argentina -de todos los colores- son seguidores de encuestas. No buscan cambiar la opinión pública, sino, tratar de ganar prometiéndole al votante lo que pide.
Ahí radica la esperanza de un futuro mejor para la Argentina: la gente entendió. Falta que el mensaje llegue a los políticos.
(*) Licenciado en socioeconomía. Director periodístico de la revista Imagen. Dirige y conduce La Hora de Maquiavelo, programa de TV sobre comunicación política y empresaria