Columnistas

La extraña fascinación de CFK por Manuel Belgrano

Por Gastón Bivort (*)

A partir del rédito político obtenido con la fastuosa fiesta popular con la que se celebró en 2010 el bicentenario de la Revolución de Mayo, CFK se propuso reescribir la historia. Lo hizo construyendo un relato maniqueo y sesgado a medida de su militancia para ganar la “batalla cultural”. Esa nueva “verdad histórica” revelada, cual dogma de fe, debía difundirse en las escuelas, en los medios de comunicación, en los programas para niños (no olvidar Paka Paka), en los discursos y en las cadenas nacionales. El objetivo era divulgar la conformación del nuevo panteón de próceres “nacionales y populares” en el cual Juana Azurduy, Rosas, Perón, Evita y la “maravillosa juventud” montonera ocuparían un lugar de preeminencia. Al mismo tiempo, se tornaría necesario desterrar de la memoria colectiva a los “cipayos y elitistas”. Urquiza, Alberdi, Mitre, Sarmiento y Roca, entre otros, pasaron a formar parte de la “lista negra”. Algunos divulgadores hicieron pingües negocios contando una historia simplista, sin matices, similar a una historieta de héroes y villanos, donde al final, como corresponde, se terminarían imponiendo los héroes nacionales y populares encarnados en Néstor y Cristina.

Con otras figuras históricas incuestionables como Manuel Belgrano, CFK cambió la estrategia. Directamente intentó apropiarse de su figura haciendo referencia en varias oportunidades a que Belgrano era su prócer preferido y que, si hoy viviera, sería kirchnerista. En el acto por el día de la Bandera en 2013, se refirió a él señalando que fue necesario, ya en esa época, «construir un modelo nacional, popular, federal y de reconstrucción nacional», y recordó que cuando Belgrano pidió al Triunvirato la autorización para crear la bandera «no le respondieron», y lo trataron «de loco» y «lo ignoraron». También dijo de él que afortunadamente había sido un “político incorrecto” cuando desobedeció órdenes y presentó batalla en Salta y Tucumán. ¿Realmente se siente identificada con Belgrano? ¿O usa su figura para justificarse frente a quienes la critican?

En abril de 2014, Cristina hizo pública una carta que le envió Jéssica Belgrano, familiar del prócer, y militante kirchnerista. En uno de sus párrafos, le cuenta que siempre la emocionó «escuchar de su admiración por mi abuelo, un hombre cabal y honesto, justo, generoso, un estadista y gran patriota». Y añade que «Esa frase que dicen que dijo: `Me hierve la sangre, al observar tanto obstáculo, tantas dificultades que se vencerían rápidamente si hubiera un poco de interés por la patria`, la imagino en boca de Néstor, en su boca, Cristina. No dudo que Belgrano hubiera sido kirchnerista si hubiera vivido en esta época». Música para sus oídos…y para el relato K.

Si bien Cristina había comenzado identificando sus políticas y convicciones con las de Belgrano, en plena campaña electoral de 2019, le termina declarando su amor manifestando que “No sé si hubiera podido ser la esposa, porque a este no lo casaba nadie. ¿Saben que Belgrano nunca se casó? No había forma…” y agregó “Yo hubiera sido la amante, a lo mejor, qué se yo, no sé. Pero algo con Belgrano hubiera tenido…”. Aquí no le bastó con apropiarse de la figura de Belgrano, también se lo llevó a la cama.

Me cuesta entender esta extraña fascinación que siente CFK por Manuel Belgrano porque a todas luces, son lo opuesto. Es más, el creador de la Bandera es el prototipo del Líder; CFK representa al Antilíder.

En su libro “El antilíder”, el especialista Andrés Hatum describe las características de este tipo de personalidades. Dice Hatum que “Un antilíder es aquella persona que cree que es un líder cuando, en realidad, sus liderados lo reconocen solo por conveniencia o por miedo a lo que pueda pasarles si no lo hicieran”. Por ejemplo, el miedo a perder la protección que les brinda el poder o la conveniencia de conservar un sueldo como “ñoqui” del Estado. Recordemos también aquella frase donde Cristina sostuvo que solo había que tenerle miedo a Dios y un poquito a ella…

“Es aquella persona que, por mantener su liderazgo, inventa alguna historia que se cree verdadera y la desparrama por todos lados, cuando en realidad no tiene el coraje de contar la verdadera historia”. Se trata del famoso relato militante al que nos referimos al comienzo.

“El antilíder es quien otorga dádivas a su “séquito”, sin darse cuenta de que esas dádivas y esos beneficios son los que mantienen el respeto a su liderazgo”. Ese séquito lo conforman quienes reciben privilegios, cargos y planes sociales.

“Siempre busca su beneficio propio. Hoy es enemigo de alguien, y mañana, si le conviene, es amigo para volver después a ser enemigo. Todo por mantener el poder”. Basta con ver las contradicciones y las idas y vueltas de su relación con Alberto Fernández y Massa, entre otros.

“El antilíder es caracterizado como soberbio, no escucha consejos, se cree en posesión de la verdad, no acepta otros puntos de vista, no sabe reconocer sus errores, no reconoce sus propias limitaciones”. Sus famosas cátedras a su caterva de aplaudidores incondicionales dan cuenta de ello.

“Como tiene miedo de que le hagan sombra, se rodea de gente mediocre en vez de escoger los mejores talentos”. Se rodea de Máximo, Parrilli, Kicillof, Volnovich, Mayra Mendoza, Boudou y de una larguísima lista de impresentables que la acompañan.

“En general, carece de sólidos principios éticos. Es deshonesto/a”. Las múltiples causas judiciales y un patrimonio difícil de justificar serían la prueba.

Manuel Belgrano, a quien la caracterizada antilíder, dice admirar con fascinación, fue un verdadero líder. Hatum describe a los líderes como personas que “Comparten sus experiencias personales, transmiten sus capacidades técnicas, sus principios, sus tácticas de manera generosa y constructiva, respetando la individualidad y la independencia de cada uno de los miembros de su equipo. Son compasivos. Suelen indagar en el aspecto personal de cada uno”. Al mismo tiempo, asegura Hatum, “actúan como guía, inspiran entusiasmo, trabajan en conjunto para un objetivo en común, se preocupan por las personas y confían en los miembros de su equipo”.

Manuel Belgrano se formó académicamente como abogado en la Universidad de Salamanca, privilegio a la que solo una pequeña minoría podía acceder. No tuvo empacho en poner al servicio del país naciente sus experiencias personales y los conocimientos adquiridos; tenía la convicción que era su obligación divulgar y difundir en su patria las nuevas ideas que campeaban por Europa. Desde su cargo en el Consulado abogó por el liberalismo económico, el desarrollo del comercio y el fomento de la agricultura. A partir de sus escritos en el periódico “El Correo de Comercio” fue diseñando un verdadero plan educativo para el país que asomaba. Tenía claro que “Sin educación en balde es cansarse, nunca seremos más que lo que desgraciadamente somos”. Nunca buscó el beneficio propio. Renunció a la mitad de su sueldo cuando fue nombrado comandante del Regimiento de Patricios, en noviembre de 1811, y a su cargo de Capitán General con el que lo distinguió el Segundo Triunvirato por su triunfo en la batalla de Tucumán, en octubre de 1812. Argumentó que no ve en ese título honorífico “sino más que trabas para el trato social, mayores gastos y un aparato que nada importa sino para la vista del vulgar…”.

Fue humilde y se dejó rodear y aconsejar por los mejores. Nunca se aferró al poder por el poder mismo. Su carta al General San Martín de 1813, enviada tras conocer que este lo reemplazaría en el mando del Ejército del Norte lo evidencia “Mi corazón toma un nuevo aliento cada instante que pienso que usted se me acerca, porque estoy persuadido que con usted se salvará la patria […] En fin, mi amigo, espero en usted un compañero que me ilustre, que me ayude y quien conozca en mí la sencillez de mi trato y la pureza de mis intenciones…”.

En el “Éxodo jujeño” de 1812, Belgrano desplegó todas sus virtudes de líder, convenciendo a la población de Salta y Jujuy de que lo más conveniente era abandonar sus propiedades y movilizarse hacia el sur, llevando consigo el ganado y todo aquello que le podía ser útil al enemigo. Lo que no podía ser trasladado había que quemarlo. Son pocos los que consiguen convertirse en verdaderos guías que inspiran entusiasmo en la población, más aún en situaciones tan complejas como esta. Los jujeños vieron en Belgrano un líder empático que se preocupó por ellos, confiaron en él y lo siguieron. El famoso bando del 29 de julio de 1812 terminaba diciendo: “Llegó pues la época en que manifestéis vuestro heroísmo […] si como aseguráis queréis ser libre…”. Belgrano, también, creyó en su gente.

La honestidad propia de un líder hizo que Belgrano, teniéndolo todo muriera pobre. Debió pedir dinero a un amigo y pagar con su reloj de cadena al médico. Se entregó a la patria para dar sin recibir nada a cambio, excepto la gloria. El antilíder puede quedarse en forma deshonesta con un enorme patrimonio, pero nunca con la gloria.

CFK eligió el prócer favorito equivocado ya que ella y Belgrano representan lo opuesto. Significan la contracara del país que fue y el que dejó de ser. No obstante, CFK se ve reflejada en él y se muestra fascinada por el creador de la Bandera.

Sin duda, una extraña fascinación difícil de entender…

(*) Profesor de Historia, Magister en dirección de instituciones educativas, Universidad Austral, vecino de Pilar

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