Dentro del vasto panteón de las deidades romanas de la antigüedad, Jano ocupa un lugar central con una particularidad que lo distingue: su condición bifronte. Este Dios latino es representado por un busto de dos cabezas que miran en direcciones opuestas: una de ellas hacia el pasado y la otra hacia el futuro. Pero Jano también era responsable del presente, es decir, de la transición entre lo viejo y lo nuevo.
Milei, como Jano, mira hacia el pasado y lo detesta. Encuentra en él, exceptuando los años transcurridos entre la sanción de la Constitución de 1853 y la primera década del siglo XX, la raíz de todos los males. Lanza sapos y culebras contra la clase política que instaló el populismo, el estatismo a ultranza y la emisión desenfrenada. Insulta y desprecia a la casta empobrecedora que fue acumulando privilegios a costa de las libertades que progresivamente fue perdiendo la gente de bien.
Milei, como Jano, mira hacia el futuro para presentarnos el comienzo de una etapa promisoria que dejará atrás definitivamente ese pasado oprobioso. Milei, cuál un Moisés vernáculo, se siente llamado por el poder de ese 56% que lo votó, a cruzar el mar Rojo y conducir a su pueblo hacia la tierra prometida. Una tierra sin casta ni privilegios donde se podrá vivir en libertad.
Sin embargo, Milei, como Jano, es también responsable del presente, de esta transición dolorosa que erosiona los ya depreciados ingresos de una parte importante de la población. Claro que en su descargo podemos decir que lo que está ocurriendo fue anticipado por él en su discurso de asunción, de espaldas al Congreso (¿pasado?) y de cara a la gente (¿futuro?). Sin posibilidad de emitir, como lo venía haciendo irresponsablemente el ex ministro-candidato Massa, o de endeudarse, no quedaba lugar para un plan B. Solo cabía ajustar utilizando la frase “no hay plata” como un oxímoron. Quizás le faltó aclarar que el costo de la fiesta kirchnerista recaería también sobre el ciudadano de a pie.
Como anticipo del futuro, a poco más de dos meses de iniciado su gobierno y gracias a una férrea disciplina fiscal, el gobierno comenzó a mostrar algunos logros difíciles de percibir aún en la economía real. Se logró el equilibrio de las cuentas en enero, se acumularon 7.000 millones de dólares de reservas y la inflación, todavía en niveles altísimos, muestra una incipiente tendencia a la baja.
Algunos gestos del gobierno hacen más digerible la difícil transición. La reducción del número de ministerios, la eyección de ñoquis del Estado, los límites a la intermediación piquetera y un mayor orden público son buenas señales. También lo son la austeridad que se observa en los pequeños gestos, como los viajes presidenciales en aviones comerciales acompañado por reducidas comitivas o el retiro de la pauta publicitaria. Pero lo más importante para alcanzar la tierra prometida, son las reformas estructurales frenadas por los otros poderes. Sean cual fueren los motivos y le guste o no al Ejecutivo, así funciona la República.
Y es aquí donde observamos una interpretación novedosa de las dos caras de Jano. Esta nueva mirada encuentra, en ese busto bifronte, la dualidad que convive en una misma persona. En Milei, esa personalidad binaria se debate entre las formas y el fondo.
Si bien su carácter irascible e inflexible no es ninguna novedad y contribuyó quizás a ganar las elecciones, muchos aspirábamos a que adoptara una mayor moderación y pragmatismo. Eso pareció ocurrir cuando selló su acuerdo con Patricia Bullrich luego de haberle dedicado el epíteto de asesina. Pero evidentemente su naturaleza es más fuerte. Su reacción posterior al fracaso de la ley ómnibus en el Congreso, tuviese o no razón, lo llevó a dinamitar los puentes necesarios para destrabar una herramienta clave para la transformación que pregona. Tildar de delincuentes, chorros y traidores a los legisladores que no votaron a favor de la ley y escracharlos en una lista, más allá de que se trate de información pública, no creo que sea una buena estrategia. Tampoco creo que lo sea, su cruzada contra los gobernadores. En fin, son las formas de Milei
En cuanto al fondo, es decir, a la sustancia de sus ideas, las aplaudo sin reparos. ¿Quién puede estar en desacuerdo con modernizar las leyes laborales para que un 50% del total de los trabajadores que hoy están en negro puedan sumarse al mercado laboral formal? ¿Quién puede estar en desacuerdo con que los trabajadores puedan decidir voluntariamente si aportan o no a un sindicato? ¿Quién puede estar en desacuerdo con que los trabajadores decidan sin intermediarios derivar sus aportes a la obra social o prepaga que prefieran?
¿Quién puede estar en desacuerdo con que se desarmen esas cajas negras de la política que son los fondos fiduciarios? ¿Quién puede estar en desacuerdo con que los extranjeros deban pagar las universidades públicas que financiamos los argentinos con nuestros impuestos o que la educación sea considerada un servicio esencial para evitar que los alumnos más humildes sean rehenes de Baradel y compañía? ¿Quién puede estar en desacuerdo con privatizar empresas deficitarias convertidas en un agujero negro para las arcas del Estado?
Milei, como Jano, tendrá que saber administrar el presente para asegurar la transición de un ayer decadente a un futuro de esperanza. Milei, como Jano, tendrá que saber hacer convivir armónicamente la dualidad que vive en él para que las formas no obstruyan la posibilidad de alcanzar el fondo. Milei, como Jano, tiene las llaves para abrir las puertas a un nuevo comienzo y dejar definitivamente atrás el pasado.
(*) Profesor de Historia, Magister en dirección de instituciones educativas, Universidad Austral, vecino de Pilar
Como siempre genial, claro, conciso y sin eufemismos!