Columnistas

Un Instituto Belgraniano para Pilar

Por Gastón Bivort (*)

A pocos días de conmemorarse un nuevo aniversario de su fallecimiento, me complace informar a los lectores acerca de la reciente conformación de un Instituto que se ha propuesto la fundamental tarea de difundir el legado de Manuel Belgrano.

La flamante institución, nacida a partir de una iniciativa de Sonia Lembeye, Presidente de la Biblioteca Bartolomé Mitre, a la que se sumaron inmediatamente destacados vecinos conocedores y admiradores de la obra belgraniana, se auto impuso la menuda tarea de divulgar y revalorizar la figura de un hombre cuya grandeza moral e intelectual no encuentra equivalencia en estos tiempos.

Nuestro conocido Rodolfo Terragno, un gran estudioso y ferviente entusiasta de la obra de nuestros máximos próceres, publicó hace un tiempo una columna periodística bajo un curioso título: “Belgrano no era un costurero”. Su artículo no pretendía desmerecer el hecho de que fuera él quien nos legó nuestra enseña patria. Por el contrario, tenía la intención de hablarle a aquellos argentinos que solo conocen a Belgrano como el hacedor de la bandera, para enterarlos de su polifacética grandeza. Para Terragno, “lo menos importante que hizo Manuel Belgrano en su vida fue crear la bandera”.

Coincido con Terragno. Afirmar lo contrario implicaría minimizar los innumerables episodios políticos y militares de la Argentina naciente que lo tuvieron como protagonista. También y sobre todo, implicaría desconocer sus dones de liderazgo y su estatura moral, propios de un modelo cuyas aristas más distinguidas son la vocación de servicio, la humildad, la convicción en la acción transformadora de la educación y la honradez. Nada menos para una sociedad como la argentina, que pide a gritos espejos en los que poder mirarse.

Manuel Belgrano se formó académicamente como abogado en la Universidad de Salamanca, privilegio al que solo una pequeña minoría podía acceder. No tuvo empacho en poner al servicio del país naciente sus experiencias personales y los conocimientos adquiridos; tenía la convicción que era su obligación divulgar y difundir en su patria las nuevas ideas que campeaban por Europa.

Desde su cargo en el Consulado abogó por el liberalismo económico, el desarrollo del comercio y el fomento de la agricultura. A partir de sus escritos en el periódico “El Correo de Comercio” fue diseñando un verdadero plan educativo para el país que asomaba. Tenía claro que “Sin educación en balde es cansarse, nunca seremos más que lo que desgraciadamente somos”.

Nunca buscó el beneficio propio. Renunció a la mitad de su sueldo cuando fue nombrado comandante del Regimiento de Patricios, en noviembre de 1811, y a su cargo de Capitán General con el que lo distinguió el Segundo Triunvirato por su triunfo en la batalla de Tucumán, en octubre de 1812. Argumentó que no veía en ese título honorífico “sino más que trabas para el trato social, mayores gastos y un aparato que nada importa sino para la vista del vulgar…”.

Fue humilde y se dejó rodear y aconsejar por los mejores. Nunca se aferró al poder por el poder mismo. Su carta al General San Martín de 1813, enviada tras conocer que este lo reemplazaría en el mando del Ejército del Norte lo evidencia “Mi corazón toma un nuevo aliento cada instante que pienso que usted se me acerca, porque estoy persuadido que con usted se salvará la patria […] En fin, mi amigo, espero en usted un compañero que me ilustre, que me ayude y quien conozca en mí la sencillez de mi trato y la pureza de mis intenciones…”.

En el “Éxodo jujeño” de 1812, Belgrano desplegó todas sus virtudes de líder, convenciendo a la población de Salta y Jujuy de que lo más conveniente era abandonar sus propiedades y movilizarse hacia el sur, llevando consigo el ganado y todo aquello que le podía ser útil al enemigo. Lo que no podía ser trasladado debía ser quemado. Son pocos los que consiguen convertirse en verdaderos guías que inspiran entusiasmo en la población, más aún en situaciones tan complejas como esta. Los jujeños vieron en Belgrano un líder empático que se preocupó por ellos, confiaron en él y lo siguieron. El famoso bando del 29 de julio de 1812 terminaba diciendo: “Llegó pues la época en que manifestéis vuestro heroísmo […] si como aseguráis queréis ser libre…”. Belgrano, también, creyó en su gente.

Ya desde sus tiempos como secretario del Consulado bregó para que los gobiernos tomen muy en serio la cuestión de la educación. Desde ese puesto libró su batalla por la creación de escuelas de primeras letras a lo largo de cada ciudad, villa y territorio: «(…) Esos miserables ranchos donde se ven multitud de criaturas, que llegan a la edad de la pubertad, sin haberse ejercitado en otra cosa que la ociosidad, deben ser atendidos hasta el último punto. Uno de los principales medios que se deben adoptar a este fin son las escuelas gratuitas, a donde puedan los infelices mandar sus hijos, sin tener que pagar cosa alguna por su instrucción; allí se les podrán dictar buenas máximas, e inspirarle amor al trabajo, pues en un pueblo donde reine la ociosidad, decae el comercio y toma su lugar la miseria»(Memoria Consular, 1796).

Donó los premios obtenidos por sus victorias en Tucumán y Salta para la construcción de cuatro escuelas a las que dotó de su propio reglamento: “El maestro procurará con su conducta y en todas sus expresiones y modos inspirar a sus alumnos amor al orden, respeto a la religión, moderación y dulzura en el trato, sentimientos de honor, amor a la virtud y a las ciencias, desapego del interés, desprecio a todo lo que diga a profusión y lujo en el comer, vestir y demás necesidades de la vida, y un espíritu nacional, que les haga preferir el bien público al privado, y estimar en más la calidad de americano que la de extranjero», Artículo 18 del Reglamento de las escuelas de Tarija, Jujuy, Santiago del Estero y Tucumán, 1813.

El 24 de marzo de 1810, escribió Belgrano en el “Correo de Comercio” una frase que bien podría haber sido escrita hoy: «¡Cómo se quiere que los hombres tengan amor al trabajo, que las costumbres sean arregladas, que haya copia de ciudadanos honrados, que las virtudes ahuyenten los vicios, que los gobiernos reciban el fruto de sus cuidados, si no hay enseñanza y la ignorancia va pasando de generación en generación con mayores y más grandes aumentos!»
Todos conocemos las anécdotas del final de la vida de Belgrano. Las que cuentan que pagó con su reloj de bolsillo al médico que lo atendió y que mandó construir la lápida de su tumba con el mármol de su cómoda. No estoy de acuerdo en ensalzar a Belgrano porque murió pobre, ese es un lugar común en el que solemos caer, no tiene nada de bueno en sí mismo morir pobre. Lo que definitivamente lo enaltece es que habiendo dedicado gran parte de su vida a la función pública, terminó sus días con un patrimonio infinitamente menor al que tenía. Allí radica su grandeza.

En su lecho de muerte, Belgrano, nos interpela como argentinos al confesarle a su amigo Manuel Castro lo que en ese instante pasaba por su cabeza: “Pensaba en la eternidad adonde voy, y en la tierra querida que dejo. Espero que los buenos ciudadanos, trabajarán en remediar sus desgracias”.

Honremos su memoria procurando remediar las desgracias de nuestra patria. Es menester que el flamante Instituto recoja el colosal legado de Manuel Belgrano y se convierta en un faro que ilumine e inspire a toda la comunidad de Pilar.

 

(*) Profesor de Historia, Magister en dirección de instituciones educativas de la Universidad Austral, miembro del Instituto Belgraniano, vecino de Pilar

 

2 Comments

  1. Impecable la referencia e nuestro héroe nacional General Manuel Belgrano hecha por el Prof. Gastón Bivort.
    Ojalá podamos a través de nuestra participación en el Instituto Belgraniano, dar a conocer la obra y los principios morales y ejemplificadores del General. Contamos con la pasión por llevarlo a cabo y la convicción que la Patria necesita trabajo, humildad, honradez y educación para salir adelante.

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