Columnistas

Infamia que se estrella contra la grandeza del difamado

Por Tomás Perez Bodria (*)

El doctor Ramón Carrillo, primer ministro de salud de la Argentina durante los gobiernos del general Juan D. Perón, es el padre de la salud pública y el sanitarismo en la Patria. Su epopéyica obra se tradujo, nada más y nada menos, que en haber logrado desarrollar un sistema de salud pública que fue modelo para el mundo, en un país que carecía totalmente del mismo. Hizo del concepto de medicina preventiva su principal bandera.
«Carrillo aumentó el número de camas existentes en el país, que pasó de 66.300 en 1946 a 132.000 en 1954; erradicó epidemias como el tifus y la brucelosis; redujo la mortalidad infantil del 90 por mil a 56 por mil; la sífilis y otras enfermedades venéreas desaparecieron en su totalidad; erradicó el paludismo y disminuyó el índice de mortalidad por tuberculosis de 130 por 100.000 a 36 por 100.00. Logró que se sancionara la ley 13.266 que otorgaba a su ministerio numerosos recursos para luchar contra endemias. La esperanza de vida aumentó de 61 a 67 años durante su gestión. Durante su gestión se construyeron 234 centros asistenciales, 60 institutos de especialización, 50 centros materno infantiles y 23 laboratorios y centros de diagnóstico; disminuyó en un 70 por ciento el Mal de Chagas y creó EMESTA (Empresa de Medicamentos del Estado Argentino), primera fábrica nacional de medicamentos, ideada para el abastecimiento de remedios a bajo precio. Su colaboración no fue solo con el Presidente sino que también trabajó junto a Eva Perón, con quien coordinó los campeonatos deportivos, a partir de los cuales miles de niños que participaban de esas competencias fueron sometidos a exámenes clínicos, radilógicos y odontológicos, complementados con pruebas de laboratorio y electrocardiograma. También participó en la creación de la Escuela de Enfermeras de la Fundación Eva Perón, gracias a la cual, hacia 1951, había 5.000 nuevas enfermeras capacitadas. Además, crearon el tren sanitario “Eva Perón”, que permitió llevar la salud pública a los lugares más remotos del país» (fuente: Infobae del 28/35/2020).
Su férreo compromiso con su pueblo y sus orígenes le valió una implacable persecución por la oligarquía nuevamente entronizada en la cúspide del poder por la revolución fusiladora a partir del 16 de setiembre de 1955. Como históricamente sucedió con nuestros más insignes patriotas, desterrado en Belen do Pará, Rep. Federativa de Brasil, en medio de la mayor de las pobrezas, estilete con el que terminó por perforar la insidia de esa oligarquía que no se cansó de señalarlo como un ladrón de los fondos públicos, murió el 20 de diciembre de 1956.
Pero bien sabemos que los dueños impúdicos del poder no mancillan y persiguen a las personas, sino por las ideas y obras que operando en favor de los intereses populares, perduran con un profundo significado político. Esa es la razón por la que ese afán difamatorio renace con particular énfasis en aquellas épocas en las que los pueblos pugnan por un estado de mayor justicia. Tales como el que transita hoy nuestro país que, tras cuatro años de despojo y agravio a aquellos intereses, el pueblo argentino se rehizo y logró imponer democráticamente un gobierno que lo representa.
Es entonces que trascendió que se habría dispuesto la impresión de un nuevo billete que llevaría la imagen del gran sanitarista argentino. Y, al instante, se retomó la campaña contra Ramón Carrillo. Esta vez acusándolo de portar ideas nazistas. Nada mejor para ello que acudir al Centro Simón Wiesenthal, cuyo fundador se caracterizó por propagandizarse como un gran «cazador mundial» de nazis, sin más evidencias de tales hazañas que las relatadas por él mismo, en medio de contradicciones jamás superadas. Centro que no se sintió en la obligación de pronunciar una palabra para cuestionar el accionar de un verdadero nazi argentino que, como el fallecido juez Claudio Bonadío, impidió prolongar la vida de un patriota de ascendencia judía, como lo fue el ex canciller Héctor Timerman. Como tampoco lo hizo para cuestionar el exterminio producido por la dictadura militar argentina, de la que fueron víctimas innumerables hombres y mujeres de origen judío.
Pero la figura de un patriota como Ramón Carrillo es insusceptible de empañarse por las falacias impulsadas por los eternos enemigos del pueblo. Atroces personajes que, temerosos de retroceder en los privilegios que acentuaron durante el nefasto período neoliberal macrista en la Argentina, no se equivocan al elegir el blanco de sus injurias. Saben bien que la sola mención del nombre de Ramón Carrillo expone ipso facto sus propias miserabilidades. Son tan conscientes como lo es el pueblo argentino, del desmantelamiento del sistema de salud que en sólo cuatro años produjeron en el país, yendo desde su desfinanciamiento hasta la eliminación lisa y llana del ministerio de salud de la nación. Desmantelamiento que los condena sin hesitación ante la aparición de la pandemia del coronavirus. Y que como contrapartida, un gobierno que en materia de sanidad pública abreva en el ejemplo y las enseñanzas de Ramón Carrillo, viene remontando en medio de enormes dificultades que ellos dejaron, en resguardo de todos los argentinos.
El próximo billete de nueva denominación que se imprima en la República deberá contener la imagen de Ramón Carrillo. No sólo porque deviene en un merecidísimo reconocimiento a su patriótica trayectoria, sobre todo en estos tiempos de pandemia, sino porque se impone ahora más que nunca como firme expresión de repudio a la osadía difamatoria que los causantes de nuestros mayores males, reiteran hacia quienes dieron todo por su pueblo..

(*) Abogado, dirigente político, ex concejal de Pilar

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