Columnistas

El golpe final

Por Ricardo Ragendorfer (*)

Carlos Monzón fue agresivo con todas sus parejas. No supo relacionarse de otra manera. La Justicia lo encontró culpable del asesinato de Alicia Muñiz y lo condenó a 11 años de cárcel.

El 15 de febrero de 1988, la portada del diario Clarín exhibía el siguiente titular: “Tras una riña con (Carlos) Monzón murió su mujer”.

Juan Carlos “Tito” Lectoure leyó esa frase de reojo en su departamento frente al Botánico, sin pasar a la sección de Policiales, que ofrecía los primeros detalles del asunto. Es que él ya estaba al tanto de los mismos.

El país no hablaba de otra cosa.

En resumen: al clarear la mañana anterior, Alicia Muñiz había caído del balcón de la casona situada en la calle Pedro Zanni 1567 del barrio marplatense de La Florida, durante una “pelea” (tal era el vocablo que los cronistas insistían en utilizar) con el ex campeón mundial de los medianos.

Aquel domingo era el Día de los Enamorados.

Lectoure –que desde su trono del Luna Park supo convertirse en factótum del pugilismo argentino– cayó en la cuenta de semejante paradoja por boca de José de Zer, el movilero de Nuevediario enviado con apuro a la “Ciudad Feliz” para cubrir esa noticia.

El tipo hablaba de “accidente”. Luego, al trascender más datos del hecho, invocó la figura de “crimen pasional”, al igual que el resto de la prensa.

En aquel momento era aún inimaginable el cambio de cariz que, con el correr de las semanas, tomaría lo ocurrido.

Al respecto, no es una originalidad afirmar que este caso puso por primera vez en foco a la “violencia de género” y al concepto de “femicidio” (pese a que el uso de esa palabra sería posterior).

Pero en esta historia también se deslizaba el submundo de un deporte que suele devorar a sus protagonistas, la parábola de quienes fueron educados para torear el hambre a puñetazo limpio y la dialéctica de la fama, entre muchos otros laberintos de la vida.

Quizás en ese momento, Lectoure reflexionara sobre ello, no sin hundirse en sus recuerdos.

Entre las sogas

Hay una imagen que él jamás pudo olvidar: la de Monzón, durante la noche del 7 de noviembre de 1970 en el Palazzo dello Sport, de Roma, al llevar a su rival, el italiano Nino Benvenuti –hasta ese momento, el rey de la categoría– hacia un rincón del ring con una coreografía calculada e implacable, para recién voltearlo allí con un derechazo en la mandíbula.

Aún sonaba en su memoria el sonido seco y breve del guante de Monzón al estrellarse contra Benvenuti.

Hay otra imagen que él tampoco pudo olvidar: la de Monzón, enfundado en un brilloso traje de Armani a mediados de 1976, inmediatamente después de su primer triunfo ante el colombiano Rodrigo Valdez, cuando se dejó caer en su oficina del Luna Park para revocar el contrato que los unía.

Lectoure luego supo que fue Susana Giménez, el gran amor del púgil entre 1973 y 1978, quien lo convenció de reemplazarlo por José “Cacho” Steimberg, un vidrioso empresario vinculado a la farándula.

Ya entonces intuyó que el santafesino había comenzado a desmadrarse. Y también en el aspecto boxístico.

Eso Lectoure lo constató el 30 de julio de 1977, durante la segunda pelea de Monzón con Valdez, acordada en Mónaco por el nuevo promotor. Quizás a Lectoure le resultara extraño ver ese combate por la pantalla de un televisor y no desde el ringside.

Al sonar la campana, Valdez avanzó con pasos firmes hacia el centro del cuadrilátero. Allí lo esperaba Monzón. Pero el colombiano lo madrugó con un golpe feroz en el pómulo izquierdo. Ya en el segundo round, otro golpe del retador hizo que Monzón besara la lona. Recuperó la vertical antes de concluir el conteo. Y a duras penas.

En el siguiente asalto, Monzón supo recobrar la compostura y, durante el resto de la pelea, lo controló a Valdez, ganando al final por puntos, aunque con fallo dividido. Lectoure, entonces, tuvo una certeza: el gladiador que él había llevado a la gloria ya no era el mismo.

Y se preguntó si ese declive se extendería a su vida privada.

Lo cierto es que Monzón nunca más volvió a pisar un ring, ya que tuvo el tino de retirarse con el título mundial en su poder, tras 14 defensas exitosas.

Pero lo acechaban otras “peleas”.

El galán de los hogares 

En este punto, es necesario volver a esa mañana de 1988, cuando Lectoure, aún con el diario Clarín ante sus ojos, permanecía sumido en sus reflexiones.

Tal vez entonces, en medio del silencio, se diera cuenta de que Monzón ya se había desmadrado por completo.

Para el promotor, era la página inicial del epílogo de una trama que había empezado 21 años antes, cuando se fijó en su protagonista.

Ese muchacho, oriundo del poblado santafesino de San Javier, acababa de obtener el título argentino de los medianos, lo que le permitió levantar con sus propias manos una casita, la primera de material, para sus padres.

Lectoure le organizó algunos combates para foguearlo. Desde entonces, su carrera fue meteórica. Pero no exenta de ciertos disgustos.

A Lectoure le vino a la mente uno en particular: en agosto de 1974 tuvo que ir a sacarlo de una comisaría, tras su arresto por lo que se podría denominar “ejercicio ilegal del pugilismo”, al destrozarle, con un certero uppercut, el arco superciliar derecho a su ex esposa, Mercedes “Pelusa” García.

Monzón ya era novio de Susana Giménez, quien tampoco salió indemne de su pésimo talante: en 1976, protagonizó con ella un sonado escándalo en un hotel de Roma, con gritos, golpes, llantos y un ojo en compota de la diva.

Era vox populi que él golpeaba a las mujeres. Y Alicia Muñiz, con quien empezó a salir a comienzos de 1980, no fue una excepción.

Ella, además, lo conoció en un momento difícil: a los 38 años, Monzón mitigaba el hastío del retiro sumergido en noches intensas, regadas con alcohol en las discotecas de moda. Le agradaba hacerse a la idea de ser parte del jet set.

Pero, lejos de eso, era simplemente un desclasado lleno de dólares, rodeado por los inevitables “amigos del campeón”.

Alicia se lo hizo notar. Y su respuesta fue violenta.

Eso produjo la primera separación entre ambos en octubre de ese año. De hecho, entrevistada por la revista La Semana, soltó: “Lo dejé, bebía demasiado. Tiene momentos agresivos. Carlos es como un chico que quiere un juguete y, una vez que lo tiene, lo destroza.”

De allí en más, hubo entre ambos otras separaciones y reconciliaciones, hasta ocurrir el crimen. Poco después, en un bar frente al Luna Park, al evocar con Lectoure esa añeja declaración de la difunta, el periodista Juan Carlos Novoa, dijo:

–Y… a Monzón la rubia se le rompió.

El último round 

Corría el atardecer del 13 de febrero de 1988 cuando Alicia llegó a Mar del Plata desde Montevideo. Allí, separada recientemente de Monzón, intentaba encauzar su carrera de modelo y actriz. Algo que él no veía con buenos ojos. Ella, por su parte, le recriminaba no pasarle dinero para la manutención de Maximiliano, el hijo que habían tenido en 1984.

Ese era el clima que imperaba entre ellos, con el niño de por medio. Pero Carlos había depositado en ese encuentro una expectativa –diríase– romántica. En ese contexto, Alicia aceptó salir esa noche con él, cuando “Maxi” ya dormía con el hijo del actor Adrián “Facha” Martel, quien había alquilado esa casona, y que por esas horas actuaba en un teatro local.

Los niños quedaron con los caseros y una pareja amiga de Martel.

La primera escala de aquella velada fue el casino, de allí pasaron al bar del Hotel Provincial, donde, ya junto con el animador Sergio Velasco Ferrero y Martel fueron a cenar al Club Peñarol.

En aquellos tres sitios, Monzón bebió como un cosaco. Y al amanecer del domingo, regresaron en taxi a la casona, envueltos en una áspera discusión.

El “accidente” ocurriría unos minutos después cuando Monzón arrinconó a Alicia contra la baranda del balcón para noquearla con un derechazo, tal como lo hiciera 18 años antes con Benvenuti en un ring de Roma.

Pero en esta ocasión, en vez de una multitud rugiente, su “hazaña” tuvo un solo espectador: el cartonero Rafael Báez, quien vio cómo, ya inconsciente, la víctima era asfixiada por Monzón, antes de arrojarla al vacío.

Así se supo que, a diferencia de la versión esgrimida por el matador, él no cayó con ella en medio de un forcejeo, sino que se tiró algunos minutos más tarde para así armar la escena del “percance”.

Monzón cumplió su prisión preventiva en el penal de Batán. Hasta allí llegó el mismísimo Alain Delon para apoyarlo.

El juicio oral contra él comenzó el 26 de junio de 1989, y fue uno de los más mediáticos de la historia judicial argentina.

Allí se probó que Alicia Muñiz había muerto por estrangulamiento antes de caer del balcón y que Monzón no se despeñó con ella.

El 3 de julio, la presidenta del Tribunal, Alicia Ramos Fondeville, leyó el veredicto: 11 años de prisión por homicidio.

El condenado terminó recluido en el penal santafesino de Las Flores.

El 8 de enero de 1995, la tapa del diario Clarín exhibía el siguiente título: “Se mató Monzón”. La bajada agregaba que “iba al volante de su auto, de vuelta a la cárcel tras una salida transitoria”.

Lectoure lo leyó de reojo en su departamento frente al Botánico, pero sin entrar en los detalles del asunto. Es que él ya estaba al tanto de los mismos.

El país no hablaba de otra cosa.

 

(*) Periodista de investigación y escritor, especializado en temas policiales

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