Llega fin de año y con él la necesidad de hacer un balance de estos dos primeros años del gobierno de Alberto Fernández que a juzgar por su gestión, lo coloca en el peor lugar desde el retorno definitivo de la democracia en 1983. Incluso podemos remontarnos un poco más atrás en el tiempo e incluir también al breve período democrático que transcurrió entre 1973 y 1976. En dos años logró lo que ningún otro, formatear su perfil presidencial tomando lo peor de cada uno de los que lo precedieron en el cargo.
Como con Cámpora, un dedazo digitó su candidatura, dándole el gobierno pero no el poder. Como Cámpora liberó presos, asesinos del ERP y Montoneros en aquel tiempo y delincuentes comunes y funcionarios corruptos en este. Al igual que Cámpora, demostró un servilismo a toda prueba hacia su gran elector/a, que en ambos casos no alcanzó para que sus poderdantes los sigan sosteniendo. A Cámpora lo echaron y a Alberto lo dejaron para que sea la cara de la derrota electoral.
Del gobierno de “Isabelita” tomó la improvisación, la sensación de anomia y el vacío de poder. ¿Quién manda si Alberto tiene la lapicera pero la tinta la sigue teniendo Cristina?
De Alfonsín, tomó su impericia para frenar la debacle inflacionaria del final de su gobierno y de Menem su falta de ética y su costado frívolo, vinculado a la participación en fiestas (clandestinas en el caso de Alberto) y a sus encuentros con artistas en Olivos. De Fernando De la Rúa emuló sus despistes y desatinos discursivos que lo convirtieron en un “meme” que camina. De Kirchner y Cristina heredó el triste papel al que ellos lo relegaron y nunca pudo abandonar, el de ser un mediocre operador sin estatura política alguna. Es Alberto, el peor de todos, el que busca su lugar en el podio compitiendo con Cámpora, “Isabelita” y De la Rúa.
Dicho esto, y a fin de completar este balance, nos quedan varias certezas, mucha incertidumbre y algo de esperanza.
Tenemos la certeza de que tenemos un país más pauperizado, con la mitad de su población por debajo de la línea de pobreza, producto de una inflación galopante que es una de las más altas del mundo.
Tenemos la certeza de que tenemos un país que no protege la propiedad privada y donde se pagan impuestos casi confiscatorios.
Tenemos la certeza de que los que trabajan en el sector privado son una minoría respecto de los que trabajan en el sector público o viven de subsidios del Estado; una ecuación inviable e insostenible en el tiempo.
Tenemos la certeza que este contexto económico desalienta las inversiones impidiendo la generación de empleo.
Tenemos la certeza de que muchos jóvenes se han ido o piensan irse del país.
Tenemos la certeza de que ha triunfado la impunidad, a juzgar por los insólitos fallos judiciales que han sobreseído a Cristina y a tantos otros funcionarios y ex funcionarios.
Tenemos la certeza de una pandemia muy mal gestionada, que nos convirtió en uno de los países con más casos y más muertos por covid en el mundo.
Tenemos la certeza de que muchos de los funcionarios y sindicalistas configuran una casta con ingresos y un estilo de vida que está muy lejos de la gran mayoría de los mortales. Para muestra basta un botón: compare la jubilación mínima con los dos millones y medio que cobra Cristina.
Tenemos la certeza de que un millón y medio de niños y adolescentes en edad escolar han abandonado la escuela.
Tenemos la certeza de que la ética no es el fuerte de este gobierno: vacunatorio VIP, fiestas clandestinas en Olivos etc.
Tenemos la certeza de que tenemos un país más violento, con más delincuencia en la calle, con pseudos mapuches que tienen en vilo a la Patagonia y con una ciudad de Rosario que recuerda a la Medellín de Pablo Escobar.
Hay mucha incertidumbre acerca de lo que nos espera: ¿habrá finalmente un plan económico racional que permita acordar con el FMI y empezar a encausar las cosas o viraremos definitivamente hacia Venezuela?
¿Se sabrá finalmente quien va a tomar las decisiones en estos dos años que le faltan al gobierno?
¿Habrá un estallido social ante tanta pobreza e inflación o el gobierno podrá controlar la calle?
Es mucha la incertidumbre que padecemos a diario, la que nos hace difícil proyectar el futuro; pero también hay alguna luz de esperanza que nos permite entrever algo mejor.
Da esperanza ver como mucha gente, a pesar de todo, sale a trabajar todos los días para ganar su pan dignamente.
Da esperanza ver el capital humano que tenemos, con empresarios, emprendedores e innovadores que a pesar de todo siguen apostando por el país.
Da esperanza el esfuerzo que muchos estudiantes ponen para formarse y que muchos maestros y profesores ponen para formar.
Da esperanza la vocación de servicio de los médicos y enfermeros que le pusieron el pecho a la pandemia.
Da esperanza el trabajo de los servidores públicos honestos y comprometidos que todavía quedan.
Da esperanza una juventud que progresivamente va asumiendo su rol ciudadano, convirtiéndose en protagonista de un cambio necesario que tiene como horizonte más libertad y menos Estado.
Da esperanza el rol fundamental que cumplen los medios de comunicación independientes, que sacan a la luz las obscenidades del poder.
Da esperanza el resultado de las últimas elecciones donde todo el país productivo votó por el cambio, limitando al Frente de Todos a un rol de partido del conurbano y del norte pobre, con clientes cautivos que merecen la libertad propia del ciudadano.
Da esperanza que en el Congreso las fuerzas políticas quedaran equiparadas para que haya menos margen para el atropello.
Para finalizar, quiero agradecer al Director de este grupo de medios, Claudio Ponce de León, por la confianza que depositó en mí para que pueda escribir con total libertad sobre los temas que me apasionan: la educación, la historia y la política. Para mí, Infopilar ha sido mi propia “Tribuna de doctrina”. Dios mediante, y descontando la generosidad de Claudio, en febrero me reencontraré con los lectores, a quienes agradezco profundamente el haber apreciado mis columnas de opinión.
(*) Profesor de Historia, Magister en dirección de instituciones educativas, Universidad Austral, vecino de Pilar