Columnistas

Aniversario del atentado que nadie quiere esclarecer

Por Christian Sanz (*)

“Se puede engañar a todo el mundo algún tiempo…se puede engañar a algunos todo el tiempo…pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo”. Abraham Lincoln.

Hace exactamente 27 años, a las 9:53 de la mañana, los sueños de 85 personas estallaban en mil pedazos.

Fue después de que explotara el edificio de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), ubicada en la zona más granada de Once, en la Ciudad de Buenos Aires.

Los primeros minutos fueron pura confusión. Escombros por acá y por allá. Mucho humo y olor a amoníaco. Era lógico: la bomba que se utilizó para cometer uno de los atentados más crueles que vivió la Argentina estaba hecha de nitrato de amonio.

“Esto me lo hicieron a mí”, dijo Carlos Menem cuando se dirigió a los familiares de las víctimas. Y agregó: “Les pido perdón”.

Nunca nadie le preguntó por qué se disculpaba. Menos aún por qué aseguraba que el atentado había sido cometido contra su persona.

En realidad, sí podía presumirse a qué se refería. Sobre todo cuando se supo que, apenas enterado de lo ocurrido, se dispuso llamar a su hija Zulemita para preguntarle si estaba bien. ¿Temía que atentaran contra su vida?

Menem había traicionado a la mafia y sabía que se lo iban a cobrar de alguna manera. La venganza ya había comenzado dos años antes, cuando estalló la embajada de Israel, en marzo de 1992, y culminaría un año después, el 15 de marzo de 1995, cuando su hijo Carlitos caería a tierra manejando su helicóptero. Son los “tres golpes” de la mafia árabe.

Para saber quién se encontraba detrás de los tres hechos, basta recordar el viaje que Menem hizo en 1988 a Siria, justo después de birlarle la interna peronista a Antonio Cafiero.

Allí, le prometió al entonces presidente Haffez Al Assad que le proveería de un reactor nuclear y que lo ayudaría a blanquear dinero del narcotráfico que los sirios producen por el control de los alcaloides que se plantan en el Valle de la Bekaa, al sur del Líbano.

Cuando llegó al poder, Menem incumplió ambas promesas. El reactor nuclear los sirios debieron comprárselo a China —uno muy malo, por cierto—; respecto del lavado, todo estalló cuando se conocieron las célebres “valijas de Amira”.

El entonces presidente les soltó la mano a los sirios, principalmente a aquel que controlaba el operativo desde la Aduana de Ezeiza, Ibrahim Al Ibrahim, coronel de inteligencia de confianza de Al Assad.

No es casual que, cuando estalló la embajada de Israel, se encontrara en Buenos Aires Monzer Al Kassar, ministro sin cartera de Siria y, a la sazón, narcoterrorista.

Ello consta en un dossier que la exSIDE le hizo llegar al entonces ministro de Interior, José Luis Manzano, y que fue ocultado de manera diligente y eficaz.

Luego, cuando llegó la explosión de la AMIA, aparecerían otros dos sirios en escena: por un lado, Nassif Hadad, quien compró más de 300 kilos de amonal meses antes de que explotara la mutual israelí y trató de ocultarlo.

Ese explosivo estaba en el mismo volquete que su propia empresa, Santa Rita, dejó en la puerta de la AMIA minutos antes de que volara en pedazos.

Por otro lado, aparece la figura de Alberto Kanoore Edul, dueño del terreno baldío en el cual estuvo ese mismo volquete antes de recalar en la puerta del edificio judío.

También hay un tercer sirio: Alfredo Yabrán, cuya empresa de limpieza —La Royal— estuvo “trabajando” en la sede de la AMIA horas antes del estallido.

Y hay más: un primo del presidente sirio Al Assad fue detenido junto a otras dos personas —todos sirios— poco después del atentado en un departamento de la calle Cochabamba, luego de un llamado anónimo. Todos fueron liberados luego de una oportuna reunión entre Menem y el entonces juez Juan José Galeano.

Dicho sea de paso, se trató del mismo edificio que utilizaba Menem para reunirse con Yabrán, en sus años de gobernador de La Rioja. En la calle Cochabamba, de la Capital Federal.

Lo antedicho hizo que se abriera una línea de investigación que, por presiones de EEUU e Israel, se desechó de inmediato: la “pista siria”.

Acto seguido, se pergeñó la idea de culpar a quien aparecía como el enemigo natural de todos, Irán.

Ello explica por qué en todo el expediente no hay una sola prueba —ni siquiera un indicio— que apunte a iraní alguno. Sencillamente, porque es una pista inventada por la CIA y el Mossad, con la colaboración de la exSIDE de Miguel Angel Toma.

Una farsa completa, guionada por el otrora hombre fuerte de la inteligencia vernácula, Antonio “Jaime” Stiuso.

Vale mencionar que ya en noviembre de 1999 el periódico judío Nueva Sion mencionaba el ocultamiento de la «pista siria», venganza contra Menem mediante.

Por eso, a 25 años, cuando hoy todos se rasguen las vestiduras pidiendo el esclarecimiento del atentado a la AMIA, solo estarán haciendo un oportuno acting.

A nadie le importa la verdad. Es que, como dice una vieja y conocida frase, “bussines are bussines”.

(*) Periodista de investigación, director del portal Tribuna de Periodistas

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