Columnistas
Baca Campodónico, el enviado del FMI que robó en Perú y lo pescaron en Buenos Aires
Por Ricardo Ragendorfer (*)
Al cabecilla del FMI, Dominique Strauss-Kahn, se lo arrestó en mayo de 2011 en el aeropuerto de Nueva York por un desliz: saciar sus bajos instintos en un hotel de Manhattan con una camarera guineana, a la que obligó a practicarle sexo oral. Casi una metáfora del vínculo entre dicho organismo multilateral y los países pobres. La imagen desencajada de aquel hombre, ya con los brazos esposados, dio la vuelta al mundo como un ícono de las disfunciones penales del poder absoluto. Milagros que de tanto en tanto suceden.
Buenos Aires tuvo su propio preso del FMI.
El 12 de febrero de 2003 se registró en el hotel Sheraton un sujeto alto y corpulento con barba y pequeñas gafas de lectura que aliviaban la rusticidad de su estampa. El tipo, de nacionalidad peruana, arrojó sobre el mostrador un pasaporte expedido por la ONU a nombre de Jorge Baca Campodónico. Los empleados lo trataban con deferencia. Era parte de una misión conjunta del FMI y el Banco Mundial (BM). Sus otros integrantes llegaron al día siguiente.
Venían a renegociar contratos de las empresas privatizadas de servicios públicos. O sea, exigir el aumento de tarifas “sugerido” por la vicegerente del FMI, Anne Krueger. Pero se toparon con un problema: Baca Campodónico, un ingeniero de 53 años con postgrado en econometría, no estaba disponible por razones ajenas a su voluntad.
La noche anterior, ni bien descendió del taxi que lo trajo al hotel desde un piringundín del Bajo, fue rodeado por cuatro tipos de mala traza. Quizás entonces se creyera víctima de un atraco. Pero tal temor se le disipó cuando le plantaron en la cara una credencial de Interpol.
Él, con alguna copa de más, invocó “inmunidad”, ya con el pasaporte de la ONU en la mano. Los policías se cruzaron sus miradas. Uno dijo:
– Déjese de joder. No la haga más difícil.
Y fue subido a un vehículo no identificable con baliza en el techo.
Aquella madrugada la pasó en un calabozo de la sede policial situada sobre la calle Cavia al 3000. Al clarear lo llevaron a los tribunales federales de la avenida Comodoro Py. Allí lo aguardaba el juez Rodolfo Canicoba Corral. Sus colegas del FMI y el BM, en tanto, aún lo esperaban en vano.
El socio del silencio
Mucho antes, durante una tarde del otoño limeño de 1998. Baca Campodónico estaba en un despacho amplio y lujoso, aunque impersonal y mal iluminado.
Frente a él, entronizado ante un escritorio repleto de papeles, lo miraba un tipo esmirriado y cincuentón, de mirada turbia y una calva disimulada con un mechón de pelo teñido que le subía desde la sien derecha.
–Ya sabes lo que esperamos de ti, Pedro –le soltó.
Baca Campodónico acababa de dar el gran salto: era el nuevo ministro de Economía del gobierno de Alberto Fujimori. Antes –tras un exitoso paso en el sector privado– había sido jefe del Instituto Peruano de Economía y titular del ente tributario.
–Cuente con eso, capitán –fue su respuesta.
El “capitán” en realidad ya no tenía rango militar, puesto que lo habían echado del Ejército por diversos actos de inconducta, corrupción y espionaje a favor de la CIA. Pero conservaba su diploma de abogado, y entre sus clientes resaltaban ciertos barones colombianos de la droga. Algunos juraron matarlo por haberlos estafado. Se llamaba Vladimiro Montesinos y su función fue la de ser nada menos que la de “monje negro” del régimen.
Era jefe del Servicio de Inteligencia Nacional del Perú (SIN), cargo que alternaba con el de jefe del Consejo de Seguridad, además de crear el Sistema de Contrainteligencia (SICON), al que definió con criteriosa síntesis como la “estructura inmunológica del Estado”. Pero sobre todas las cosas era el asesor de cabecera del presidente de origen nipón. Y su recaudador. En consecuencia, su gestión osciló con una potencia atroz entre el terrorismo gubernamental y los fraudes a las arcas públicas.
De esto último, Baca Campodónico sería su alfil.
–Esperamos mucho de ti, Pedro –insistió don Vladimiro, fulminando con los ojos al interlocutor.
Lo cierto es que éste cumplió con creces.
En sólo siete meses de gestión articuló salvatajes irregulares a bancos relacionados con Montesinos, desvió fondos del ministerio de Defensa hacia el SIN y el bolsillo de Montesinos, autorizó compras fraudulentas de material bélico a Rusia efectuadas por Montesinos, y evitó la fiscalización de ingresos a los allegados de Montesinos, entre otros delitos de cohecho, ocultamiento de pruebas, asociación ilícita y falsedad ideológica.
Ya se sabe que en 2000, presionado por una constelación de desventuras políticas, económicas, parlamentarias y judiciales, el “Chino” –tal como se lo cariñosamente se lo llamaba– Fujimori aprovechó una gira oficial para huir a Japón. A Montesinos se le vino la noche. Y Baca Campodónico quedó a la intemperie.
Tras también poner los pies en polvorosa, Montesinos fue atrapado en Venezuela a mediados de 2001 y se lo deportó a Perú. Ya condenado a 25 años de prisión, languidece en una celda de la Base Naval del Callao, donde él solía recluir a sus presas.
Por su parte, tras un farragoso proceso de extradición, Fujimori enfrentó a la justicia peruana recién en 2005, siendo condenado a perpetuidad. Pero, ya gravemente enfermo, fue indultado en diciembre por el entonces presidente Pedro Kuczynski.
En cambio, Baca Campodónico, pese a las profusas causas penales en su contra, fue recibido con los brazos abiertos en el FMI.
Pero su buena estrella se apagó en aquella noche porteña de 2003.
Vida de hotel
Tras su indagatoria, el juez le concedió el arresto domiciliario. Desde entonces estuvo confinado en un una habitación en el piso 21 del Sheraton. Y el FMI corría con los gastos.
Sus ex colegas solían visitarlo en cada uno de sus viajes para auditar las cuentas del Palacio de Hacienda. Él se quejaba, entre aburrido y resignado, de la lentitud judicial y por la notable indiferencia del gobierno kirchnerista hacia “su investidura”.
Luego –y por un largo tiempo– los auditores del FMI dejaron de viajar el país. Y él continuaba recluido en su habitación.
En tales circunstancias, aguardaba ansiosamente la visita de su abogado, el ex funcionario de la última dictadura, Roberto Durrieu. También venía desde Perú su esposa, Emilia Rosario del Rosario, quien dedicaba largas horas de su estadía a la pileta y al gimnasio del hotel.
Meses después Canicoba Corral le levantó la “domiciliaria”. Aunque no la prohibición de salir del país. Y él siguió alojado en el Sheraton, aunque con libertad ambulatoria y siempre con los gastos pagos por el FMI.
Baca Campodónico fue finalmente extraditado a Perú en 2007. En Lima fue condenado en tres causas por un total de siete años de prisión en suspenso.
Ahora es director de la consultoría Predice SA, especializada –tal como su nombre lo indica– en proyecciones macroeconómicas.
Nunca más volvió a Buenos Aires.
(*) Periodista de investigación y escritor, especializado en temas policiales