De la misma manera que amar el bien es santidad y salud de la voluntad, ver la realidad es sensatez y salud del entendimiento, a pesar de lo cual hay seres humanos que se conforman a sí mismos recibiendo la influencia del pensamiento de otra gente adoptándolo como propio, adquiriendo de tal modo idénticas inclinaciones.
Algo de esto le está ocurriendo al Papa Francisco, cuando recibe la influencia de algunos visitantes que le formulan juicios de valor dislocados. En estos días especialmente, en la audiencia concedida a Grabois, Valdez y otros dirigentes kirchneristas, agregando a sus críticas sobre la situación política de nuestro país ciertos “remiendos católicos” de su cosecha, que lo terminaron involucrando en las posiciones sectarias de sus interlocutores.
“El alma tiene dos facultades que deberían distinguirse con claridad: la voluntad, cuya operación es amar, y por tanto elegir, decidir, actuar; y la inteligencia, cuya operación es conocer, entender, ver. ¿Ver qué? La realidad”, dice el abogado católico australiano Frank Sheed.
“Para que el alma pueda obrar plenamente”, agrega, “necesitamos una inteligencia católica no menos que una voluntad católica” (sic). Y en el caso del pastor, agregamos nosotros, episcopal y esclarecedora.
La gracia de Dios le proporciona a Bergoglio un poder que sin ella no tendría (lo reconocemos como católicos), pero dicha
gracia no lo aleja de obrar pecaminosamente. Y esto es lo que vemos ocurre con un Papa (¿peronista?) que no pierde tiempo en formar criterio de acuerdo a lo que le susurran al oído algunos dirigentes que le visitan “pintando” sus versiones deformadas sobre la realidad argentina,
Todo esto pone en evidencia su casi inocultable simpatía por un movimiento que no nos ha traído más que degradación a la vida nacional, por cultivar un nivel de intolerancia inadmisible hacia todos los que no compartimos su ideología. Parece olvidar los tiempos en que el General Perón justificó la quema de las iglesias y las persecuciones sangrientas a sus opositores; hecho funesto que Bergoglio soslaya al extender su magnánima mirada hacia los actuales simpatizantes del “león herbívoro”.
El Vaticano presidido hoy por Francisco, no debería ser apto para hacer gala de alguna virtud sobrenatural que le permita bendecir ciertas preferencias políticas, ni concederle virtud de ningún tipo para revestirse del poder de una gracia santificante de supuesto origen divino al respecto de estas cuestiones.
Esto no parece ser entendido por él, que durante los diez años de su papado se ha paseado por el mundo ofreciendo su benévola mirada sobre los pobres (¡chapeau!), pero sin condenar enfáticamente a cientos de gobiernos autoritarios y corruptos que los multiplicaron en cantidad y calidad con sus políticas atrabiliarias (pasadas y presentes), convirtiéndolos finalmente en mendigos claudicantes.
Para concluir estas breves reflexiones, le dedicamos a Francisco, con el mayor respeto, una dura frase del mencionado Sheed -autor de numerosas obras donde analiza a fondo el catolicismo-, y en el caso que abordamos refleja nuestra sensación respecto de las sibilinas alusiones políticas del Pontífice: “dejarse arrastrar por la corriente, no exige ningún vigor: un perro muerto podría también hacerlo” (sic).
A buen entendedor, pocas palabras.
(*) Escribano, escritor