Columnistas

Cazar en el zoológico

Por Gastón Bivort (*)

Ante la impericia manifiesta de un gobierno, que no supo o no pudo asegurar una significativa provisión de vacunas que atenuara los efectos de una previsible segunda olas de contagios, solo quedaba, una vez más, el encierro de la población  como única carta posible para demostrar “estar haciendo algo” que evitara el inminente colapso sanitario.

Sin embargo, el contexto actual no es el mismo que el de comienzos de 2020. La situación económica se ha deteriorado notablemente y la pobreza ha crecido alcanzando índices alarmantes; pero a diferencia de 2020, El Estado no puede emitir al mismo ritmo sin caer en el riesgo de una hiperinflación que pulverice aún más el poder adquisitivo de la población.

Por otro lado, las evidentes inconsistencias del discurso presidencial, sumado a notorios errores como la organización en Casa rosada del multitudinario velorio de Maradona y la minimización del escándalo de las vacunas para los amigos, le ha ocasionado al Presidente una fuerte pérdida de autoridad moral y una ostensible devaluación de su palabra.

En este marco, el miércoles 14 de abril próximo pasado, luego de que su gobierno alentara el turismo en semana santa, un Presidente sin autoridad y sin recursos económicos decide hablar a una población agotada para dar cuenta de la situación epidemiológica e imponer nuevas restricciones a las ya existentes.

Quizás decretar un toque de queda nocturno o prohibir reuniones numerosas eran medidas esperadas, pero lo que nunca pudimos imaginar fue este nuevo golpe a la educación que significó la decisión de suspender las clases presenciales. Pocas horas antes el ministro de educación Nicolás Trotta había afirmado que la escuelas eran lo último que se iba a cerrar; finalmente fue lo primero que se cerró.

Habíamos comenzado el ciclo lectivo 2021 con muchas expectativas, con mucha esperanza, luego de un 2020 para el olvido en materia educativa. Fueron notables los perjuicios para los niños y adolescentes que se sintieron enormemente afectados luego de estar un año sin colegio; lo mismo para los padres, quienes tuvieron que asistir permanentemente a sus hijos para sostenerlos emocionalmente y para complementar los aprendizajes perdidos en el marco de la virtualidad.

Porque si algo quedó claro en estos tiempos, es que la escuela es mucho más que un lugar donde se imparten contenidos, es el lugar de socialización por excelencia donde, entre otras cosas, se aprende a convivir con pares y referentes adultos quienes también educan con su ejemplo, con un gesto o con un consejo.

La educación virtual no es equivalente a la educación presencial; sin embargo, solo una parte de la sociedad argentina pudo acceder a ella, la otra ni siquiera a eso, profundizándose de este modo la brecha educativa ya existente entre los que más y los que menos tienen. Se calcula que el 10% de los niños y adolescentes escolarizados perdieron todo contacto con la escuela el año pasado.

Por eso habíamos celebrado el regreso a la presencialidad, a una presencialidad con una jornada más limitada y con menos alumnos en las aulas, con protocolos y barbijos, pero presencialidad al fin. El tiempo transcurrido desde el inicio de las clases había demostrado que la escuela era un lugar seguro, que el nivel de contagios era bajísimo y que progresivamente se estaban recuperando los aprendizajes perdidos y la necesaria rutina de asistir al colegio.

El fatídico anuncio del 14 de abril fue un balde de agua fría que nos indignó. Nos sumió en la impotencia a quienes creemos que la escuela es la última tabla de salvación para una sociedad que agoniza entre la desigualdad  y la pérdida de valores, nos hizo salir a la calle a reclamar con fuerza, a abrazar a nuestros colegios, a hacernos escuchar.

Pareció una medida caprichosa, sin ningún fundamento epidemiológico, ya que no hay nada que indique que las escuelas abiertas son fuente de contagio y que contribuyen al colapso sanitario. ¿Por qué se metieron otra vez con las escuelas? ¿Cuánto habrá influido la presión del ministro de educación entre las sombras, el señor Baradel? ¿Especularon las autoridades con la idea de que quienes iban a reaccionar frente a la medida eran los padres de la golpeada clase media, pero no les importó, porque descuentan que ya perdieron definitivamente su apoyo electoral? ¿Especularon las autoridades con la idea de que los sectores más humildes no iban a protestar, porque a ellos les robaron hasta la dignidad de aspirar a que sus hijos tengan un futuro mejor a partir de la educación?

Estos días me convertí en un gran observador. Observé que todo estaba abierto, que unos chicos se juntaban en la casa de uno de ellos para tener el zoom con su maestra, que por supuesto, estaba en la suya, observé que otros niños y adolescentes seguían con sus rutinas sociales y deportivas, observé que los adultos se juntaban en bares y restaurantes, observé que las ferias populares en el conurbano bonaerense estallaban de gente y observé que seguía habiendo fiestas clandestinas. También observé que solo  las escuelas estaban cerradas.

Sin dinero para repartir y con la palabra y la autoridad presidencial devaluada ¿será lo único que pueden controlar?

¿No estarán cazando en el zoológico?

(*) Profesor de Historia, director del Colegio Santa María, vecino de Pilar

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