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Cómo te hipnotiza el gobierno para que creas que no te ajusta

Por Diego Dillenberger (*)

“Quiero recordar que, cuando los ajustes llegaron, nuestro pueblo padeció”. Esto lo dijo el presidente Alberto Fernández el mismo día en el que el ministro de Economía, Martín Guzmán, avisaba que llegaba a un acuerdo con el FMI para que nos postergue unos pagos monumentales de 44 mil millones de dólares, a horas de un vencimiento de 800 millones y pocos días antes de otro de más de 3 mil millones, para los que el gobierno ya no tenía fondos.

Después de 30 meses de dar vueltas inútilmente y de que una enorme incertidumbre llevara el dólar “blue” a casi 230 pesos, después de un nivel de pobreza que escaló a más de 40 por ciento de los argentinos y una inflación “oficial” de más de 50 por ciento, el Presidente decidió que era mejor “cerrar” algún tipo de acuerdo con el FMI, “porque de lo contrario, el lunes tenía que declarar feriado bancario”.

Pero, en paralelo, el Presidente aclaró que -de ninguna manera y bajo ningún concepto- iba a “ajustar al pueblo”.

Si esto no es ajuste, el ajuste, ¿dónde está?

Pregunta: ¿y el 50 por ciento de inflación, qué es? ¿y el 42 por ciento de pobreza, qué es? ¿Acaso eso no es un ajuste feroz y despiadado?

Pero el mejor “relato” no es el de Alberto, sino el de la vicepresidenta Cristina Kirchner, que le ordenó a su hijo, Máximo, renunciar a conducir el bloque peronista para dejar bien en claro que ellos no tienen “nada que ver con el ajuste del FMI”.

¿Y la inflación, y la pobreza? ¿Y la falta de inversiones? Bien, gracias. Yo, argentino.

La inflación, que empobrece a la gran mayoría de los argentinos, en los últimos 20 años sumó casi 10.000 por ciento (diez mil). Si esto no es ajuste, ¿qué es ajuste?

El ajuste del otro lado de la grieta

Pero no solo el peronismo apeló a la inflación para vendernos que no hacía ajustes en estos 20 años desde que la Argentina abandonó la convertibilidad del peso:

“Ya no se puede hacer un ajuste económico y sacar los tanques a la calle”. La sentencia es de Jaime Durán Barba, el asesor ecuatoriano del expresidente Mauricio Macri. Lo decía en 2016 cuando le preguntaban si el ingeniero no pensaba hacer reformas estructurales para encarrilar al país.

Al final, Macri terminó acudiendo al FMI, porque se le escapaba la economía de las manos.

El mantra de aquel momento era el “gradualismo”, que, según la hipnosis de aquella época, debía evitar el “ajuste”.

De hecho, la primera medida del gobierno de Mauricio Macri, en diciembre de 2015, fue crear ocho nuevos ministerios: el “ajuste” también se debía hacer con la inflación sobre el sector privado para preservar a la política.

George Lakoff, un gran lingüista y semiólogo estadounidense que asesoraba al Partido Demócrata, escribió un libro que se titulaba “Metáforas con las que vivimos”. Aplicando sus conceptos, “ajuste” es la mayor metáfora de la política argentina desde el regreso de la democracia, que ha logrado darle un sentido completamente nuevo al término. Para los argentinos, “ajuste” no sería lo opuesto a “desajuste” o “desbarajuste”, significaría más bien las tan temidas “reformas estructurales”.

Ajuste, la metáfora que hipnotizó a los argentinos

Lo experimentó el hoy diputado Ricardo López Murphy cuando, en 2001, propuso bajar el gasto público para rescatar la convertibilidad durante el débil gobierno de Fernando De la Rúa. El peronismo y la izquierda le cantaron “ajuste”, salieron a las calles y a los 15 días el “Bull Dog” tuvo que renunciar: el gasto político no se toca. El poder hipnótico de la metáfora “ajuste” es formidable.

Lakoff les decía a los demócratas estadounidenses ya en los 80, cuando los conservadores y liberales Ronald Reagan y Margaret Thatcher -en Estados Unidos y Gran Bretaña- parecían imbatibles, que los demócratas y los progresistas no tenían que “engancharse” en las metáforas de la derecha.

“Ajuste” es una metáfora que hipnotizó a los argentinos. Cualquier propuesta de achicar el Estado, que ya se lleva casi la mitad del PBI argentino y asfixia al país, sería -según esa metáfora- un “ajuste”, y Macri, desoyendo el consejo de Lakoff y creyendo en su asesor ecuatoriano, no nos quiso despertar del trance que los argentinos vivíamos como “zombies” para “cambiarnos la metáfora”.

Lakoff escribió otro libro famoso: “No pienses en un elefante”. El elefante es el símbolo republicano. Los demócratas tienen el burrito. Si te dicen “no pienses en un elefante”, ¿en qué otra cosa vas a pensar? La respuesta es obvia.

Lakoff les proponía a los demócratas no engancharse con las “metáforas” de elefante de Reagan de que los impuestos eran nocivos y que había que bajarlos. Lo más tonto -explicaba- era proponer subirlos. El semiólogo les proponía a sus correligionarios crear nuevas metáforas, como mejorar la educación y la salud: había que “enmarcar” el debate de otra forma.

¿Habrá algún Lakoff argentino que les enseñe nuevas metáforas y nuevos “encuadres” a Juntos por el Cambio para que no se enganchen con el “ajuste” que viene protegiendo a la política “ajustando” con inflación y pobreza al sector privado?

Ajuste, inflación y tarifas

La oposición tiene una a favor: uno de los mantras que hipnotizan a los argentinos y los convence de que “no hay ajuste” puede dejar de funcionar y terminar despertando a los “sonámbulos” como resultado del propio acuerdo con el FMI: aun siendo la tercera más alta del mundo, la inflación en la Argentina siempre estuvo bastante “dibujada”.

En 2005 y a pedido del expresidente Néstor Kirchner y durante la gestión económica de Roberto Lavagna, el INDEC, encargado de medir la inflación, encaró una reforma de la canasta familiar que forma el Indice de Precios al Consumidor (IPC): los servicios públicos bajaron su ponderación de casi el 50 por ciento a menos de 30 por ciento para moderar el creciente índice inflacionario que provocaba la emisión -ya por entonces- descontrolada.

Como al poco tiempo eso no alcanzó, se congelaron las tarifas completamente y se empezó a subsidiar masivamente a los servicios allí donde el INDEC mide la inflación que -luego- vale para el resto del país: el AMBA.

Eso derivó años después en los cortes de luz y el conocido empeoramiento del servicio. También se generó una injusta brecha entre los precios de los servicios y el transporte entre Capital y GBA y las grandes ciudades del interior, que pagan valores más cercanos a la realidad de los costos.

Los subsidios a los servicios en el AMBA no se debían a que Cristina Kirchner pretendiera congraciarse con el electorado porteño que, probablemente, siempre le vote en contra. Se trataba de “hipnotizarnos” con valores más bajos de la inflación.

Pero, como esto no alcanzaba, Kirchner puso al frente del INDEC al tristemente célebre Guillermo Moreno, que directamente fraguaba las mediciones.

Hoy hay otro Lavagna al frente del instituto estadístico: Marco, el hijo del exministro. Se supone que este Lavagna no va a acceder a “dibujar” el IPC para seguir hipnotizando a los argentinos.

Lo cierto es que el FMI reclama bajar claramente el déficit fiscal y recomienda, para preservar a la política, ajustar -perdón por la mala palabra- empezando por los astronómicos subsidios a los servicios públicos en el AMBA, justo donde se mide la inflación.

El gobierno está preparando un esquema para eliminar subsidios en los barrios de clase media que no votan al kirchnerismo y preservarlos en zonas más pobres del conurbano con muchos votantes propios.

Aquí la gran pregunta es si el INDEC de Marco Lavagna va a medir la inflación de servicios públicos a partir de marzo teniendo en cuenta estos diferentes precios. O sí, por el contrario, para seguir con la hipnosis, tomará solo los precios donde no aumentaron. ¿Será la inflación de La Matanza solamente -o también la de Palermo- la que formará el IPC?

De eso dependerá -en buena medida- que los argentinos abandonen el trance y despierten de su hipnosis.

(*) Licenciado en socioeconomía. Director periodístico de la revista Imagen. Dirige y conduce La Hora de Maquiavelo, programa de TV sobre comunicación política y empresaria 

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