Columnistas

“Derechos humanos por humanos no tan derechos”

Por Gastón Bivort (*)

En su obra “Solo integral”, que recoge varias de sus columnas publicadas en “El País” de España, el reconocido filósofo español Fernando Savater cuestiona la construcción del relato “progresista”, que ha conseguido instalar la idea, no sólo en nuestro país, de que sus representantes están dotados de una supuesta superioridad moral que los hace dueños de la verdad y los habilita para cancelar a los “mal pensantes”.

Dice Savater al respecto: “Hoy cualquier ciudadano intelectualmente maduro sabe que ni la honradez administrativa ni la recta intención cívica son patrimonio de nadie; tampoco los tradicionales principios doctrinales blindan a ninguno contra los errores del gobierno. Ni siquiera contra las fechorías. Que las medidas sean calificadas de derechas o izquierdas ni las absuelve ni las condena”.

En 2003, Néstor Kirchner, necesitado de construir poder real luego del exiguo 25% que lo consagró presidente en primera vuelta y consciente del usufructo que podía obtener haciendo propio el relato progresista, había asegurado al entonces senador Puerta que “la izquierda te da fueros”, porque su “supremacía moral” -agregaría yo- le permite levantar con exclusividad la bandera de los derechos humanos.

La Declaración de Derechos Humanos de 1948, de carácter universal, propone como ideal que todos los países garanticen los derechos y libertades fundamentales; en ningún lugar dice (pueden leer los 30 artículos completos) que un régimen o ideología de izquierda es el reaseguro para su cumplimiento. Sin embargo, la progresía se ve muy preocupada por presuntas violaciones a derechos humanos en países democráticos con gobiernos de derecha.

Nada dicen por supuesto, respecto a las flagrantes violaciones a los derechos humanos más elementales en países como Cuba, Venezuela, Nicaragua. Tampoco dicen nada de Rusia, nuestro nuevo socio. Aunque el régimen de Putin es un autoritarismo de derecha, que mata y encarcela disidentes y persigue la homosexualidad, el solo hecho que deteste a las democracias occidentales lo hace muy atractivo para el Fernández progresista (hay otros modelos) y para Kicillof que, como en sus tiempos de estudiante, sigue fascinado con la figura de Lenin. Savater observa el milagro semántico que se ha instalado: ser “fascista” es considerado un insulto, pero ser “comunista” se lo emparenta con tener un buen corazón.

Lo cierto es que presentarse como de izquierda y defender los derechos humanos, se convirtió en la coartada perfecta para que el matrimonio Kirchner consumara el mayor latrocinio de la historia argentina. Recordemos que, durante la dictadura militar, Néstor y Cristina hicieron buenos negocios inmobiliarios aprovechando la circular 1050 que obligó a muchas personas a malvender sus propiedades; no se conoce una sola condena pública a la dictadura ni hábeas corpus alguno que hayan presentado en su carácter de abogados. Nada dijeron tampoco sobre los indultos de Menem cuando ya eran los “dueños” de Santa Cruz.

La acción más valiente que se le conoce a Kirchner en defensa de los derechos humanos fue descolgar el cuadro de Videla en el colegio militar. Hacer esto y acercarse a las organizaciones de derechos humanos no estaban en su agenda hasta que comprendió que la izquierda, enarbolando la bandera de los derechos humanos, “te daba fueros”. CFK comprendió también el rédito que podía sacar de este discurso, solo les faltó acuñar el lema “los kirchneristas somos derechos y humanos”.

La doble vara de varios de los conspicuos defensores de los derechos humanos del oficialismo se ha hecho ostensible en los últimos tiempos. Algunos de ellos son hijos y familiares de desaparecidos que han padecido en carne propia los horrores del pasado pero que no son empáticos con sus semejantes. Peor aún, en muchos casos creen que su sufrimiento, que condeno y repudio enérgicamente, les da una categoría ética superior.

Tal es el caso de Victoria Donda, titular del INADI, que quiso compensar a su empleada doméstica recientemente despedida con un plan social, en una actitud que no solo viola los derechos laborales de su empleada, sino que también está reñida con la ética pública al utilizar recursos de los contribuyentes para eximirse de sus obligaciones como empleadora.

También podemos mencionar a Juan Cabandié, el ministro de Medio Ambiente fuertemente cuestionado por su ineficacia e impericia a la hora de intervenir en la tragedia de Corrientes. Mientras los productores lamentaban sus pérdidas materiales y le ponían el pecho al fuego que devoraba todo, el los acusaba de haber iniciado los incendios. ¿Ponerse en el lugar del otro? Nunca. Pero eso no es todo, recordemos el incidente de hace unos años donde Cabandié maltrató a una agente de tránsito que le pedía la documentación del auto. Chapeó como diputado y amenazó con aplicarle un “correctivo”. ¿Será violencia de género?

Remo Carlotto, hijo de la fundadora de “Abuelas de Plaza de Mayo”, fue nombrado recientemente secretario ejecutivo del instituto de Políticas Públicas en Derechos Humanos del Mercosur. El mérito para acceder al cargo -aunque Alberto dice no creer en él- es ser hijo de Estela de Carlotto. En un país donde el sueldo mínimo apenas llega a los 150 dólares, Remo va a cobrar 6700. Su presunta superioridad moral lo hace merecedor de semejante sueldo.

El caso más emblemático de los últimos tiempos fue el de José Schulman, presidente de la Liga por los Derechos humanos, aunque en realidad quién la ligó es la empleada de la terminal de ómnibus de Santa Clara del Mar, quién fue insultada y abofeteada por el personaje en cuestión, quien paradójicamente vestía una remera con el nombre de la organización que representaba. Incoherencia explícita, compartida por el mutismo de las entidades de defensa de los derechos de la mujer.

Si bien no comparto el pensamiento de izquierda, valoro muchísimo la coherencia de aquellos que acompañan con actos sus palabras. Pienso en Luis Zamora, histórico dirigente del MAS, que cuando terminó su mandato como diputado renunció a su jubilación de privilegio. Un periodista lo encontró vendiendo libros, como cualquier otro trabajador de los que él representaba.

Pienso también en el expresidente de Uruguay Pepe Múgica, pródigo en la sencillez que declama, con su humilde vivienda y su estilo de vida ascético. Pienso también en el presidente electo de Chile, el izquierdista Gabriel Boric, que hasta ahora ha dado señales de coherencia condenando la violación a los derechos humanos en Cuba, Venezuela y Nicaragua y comportándose con una austeridad extrema.

En síntesis, ser de izquierda no da fueros (ser de derecha tampoco) y los derechos humanos no son propiedad de nadie, o, mejor dicho, son propiedad de todos.

Lo condenable es la doble vara, la doble moral y la hipocresía de aquellos que se muestran como recién bajados de la “Sierra Maestra”, cuando en realidad usan el discurso revolucionario de izquierda para enriquecerse.

Por ahora, del único lugar de donde han bajado, es de sus lujosos pisos en Puerto Madero.

(*) Profesor de Historia, Magister en dirección de instituciones educativas, Universidad Austral, vecino de Pilar

 

 

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