Columnistas

Dime con quien andas…

Por Gastón Bivort (*)

En su extraordinario ensayo “21 lecciones para el siglo XXI”, el historiador israelí Yuval Harari, nos invita a reflexionar sobre este presente tan particular de la humanidad, donde faltan certezas y sobra incertidumbre. Basándose en su conocimiento histórico y en una lúcida interpretación del pasado, Harari intenta aportar un poco de claridad a fin de que podamos entender el mundo que hemos creado.

En uno de sus capítulos, dedicado a la guerra, asegura que a diferencia de lo ocurrido en los siglos XIX y XX, es improbable que alguna de las grandes potencias mundiales decida embarcarse en un conflicto bélico. En el pasado podían obtenerse grandes beneficios de las conquistas territoriales: esclavos, tierras fértiles, recursos naturales etc.; pero en pleno siglo XXI el principal activo económico es el conocimiento, y éste no se conquista mediante la guerra. Sin embargo, añade el historiador israelí “Por desgracia, aunque las guerras sean un negocio improductivo en el siglo XXI, esto no nos da la garantía absoluta de paz. Jamás debemos subestimar la estupidez humana, tanto en el plano personal como en el colectivo, los humanos son propensos a dedicarse a actividades autodestructivas”.

Como lo profetizó Harari en 2018, la estupidez humana vuelve a decir presente, esta vez de la mano de Vladimir Putin, un dictador cruel y sanguinario que quiere recrear el viejo sueño imperial ruso en su versión zarista o stalinista. Putin no entiende el mundo de hoy; sigue creyendo que invadir con tanques un país libre puede reportar beneficios. Está empecinado en utilizar los métodos de los siglos XIX y XX en pleno siglo XXI.

Como hace 84 años atrás, cuando Hitler inició su expansión territorial, occidente se encuentra frente a un dilema similar. En aquel entonces, la Sociedad de Naciones liderada por Gran Bretaña y Francia, permitió, con el objetivo de evitar males mayores, la anexión de Austria y Checoslovaquia a Alemania. La decisión no solo no satisfizo a Hitler sino que por el contrario lo envalentonó para seguir adelante; en 1939 invadió Polonia y se encendió la mecha de la 2da guerra mundial. Un año después, la estupidez humana con el ropaje de Hitler estuvo en las puertas de París.

¿Qué deben hacer hoy los países occidentales que conforman la OTAN? ¿Deben tomar nota de lo que ocurrió en el pasado poniéndole un freno a Putin o dejarlo ocupar Ucrania para evitar males mayores? La situación es parecida, pero el contexto diferente. El posible uso de armas nucleares disuade a los países occidentales de ingresar en territorio ucraniano más allá del apoyo militar y financiero que se le está brindando al país invadido.

Mientras Putin se empecina en la guerra convencional y Ucrania opone una resistencia mayor a la esperada, todo el mundo libre está dando la pelea con armas del siglo XXI: Rusia está quedando desconectada del mundo desde el punto de vista geográfico, económico, financiero, tecnológico y hasta deportivo. Aunque el déspota ruso ya es visto en el mundo como el Hitler del siglo XXI y tenga que rendir cuentas ante su pueblo por las penurias que se avecinan y frente a la comunidad internacional por los estragos causados, solo el tiempo dirá si estas fueron las medidas adecuadas y suficientes para frenarlo.

Las similitudes entre ambos dictadores, salvando las distancias, son elocuentes. Ambos vivieron situaciones muy frustrantes en su infancia y adolescencia, lo que les moldeó un carácter plagado de odio y resentimiento.

Ambos vivieron la humillación de la derrota, el Tratado de Versalles posterior a la 1era guerra en el caso de Hitler y la caída de la URSS en el caso de Putin; ambos se sintieron llamados a vengar la humillación y restaurar sus antiguos imperios.

Ambos utilizaron la democracia para llegar al gobierno y desde allí construyeron un poder autocrático que persiguió y persigue y mató y mata, a los que no consideraba verdaderos alemanes en el caso de Hitler y a los que no aceptan la hegemonía rusa en el caso de Putin. En los regímenes de Hitler y de Putin no había y no hay lugar para las libertades republicanas y democráticas, no había y no hay lugar para disentir. Hasta hay algo en la personalidad arrogante de ambos que los emparenta.

Ya sabemos cuál fue el final de Hitler; en cuanto a Putin, el mismo Harari, en una columna publicada recientemente en el periódico inglés “The Guardian” asegura que el dictador ruso ya perdió, porque “creció con las historias sobre las atrocidades alemanas en el sitio de Leningrado” y “ahora él está produciendo historias similares, pero interpretándose asimismo en el papel de Hitler”. Mismo papel ¿mismo final?

Habiendo llegado a este punto es interesante analizar la fascinación del peronismo por los dictadores, siempre a contramano de la historia. Cuando se iniciaba la 2da guerra mundial, Perón era agregado militar en la embajada argentina en la Italia de Mussolini y ya de regreso, participó activamente en el golpe de estado de 1943 que instaló un gobierno profascista en nuestro país, gobierno que se legitimó por la vía electoral en 1946.

Desde 1943 la Argentina mantuvo una neutralidad proeje que solo abandonó en marzo de 1945, cuando la caída de Berlín era inminente. Algunos de los conceptos vertidos por Perón, ratifican dicha admiración por aquellos dictadores: “Un hombre extraordinario –dijo Perón de Mussolini- Me hizo la impresión de un coloso cuando me recibió en el Palacio de Venecia (…) Yo le dije que era conocedor de su gigantesca obra, que no me hubiera ido contento a mi país sin estrechar su mano”. En su libro “1943”, la historiadora María Sáenz Quesada reproduce un fragmento de una carta que Perón le mandó a su cuñada, a comienzos de la guerra, donde le dice que le tenía fe a Hitler porque “los grandes valores materiales están del lado de los aliados, pero los grandes valores morales están del lado de los alemanes”. No está de más recordar, el probado apoyo que el gobierno de Perón les proporcionó a los jerarcas nazis que huyeron de Europa y se refugiaron en la Argentina.

Que decir de la relación tan particular que entabló CFK con Putin desde hace ya muchos años, vínculo que Alberto Fernández obedientemente tuvo que seguir cultivando. Lo obligó a hacer equilibrio entre la necesidad de consentir a Cristina, ofreciendo a nuestro país como puerta de entrada de Rusia a América latina, y la necesidad de evitar el fracaso en las negociaciones con el FMI. Para no ofender a su titiritera y al mismo tiempo no sumar más problemas con EEUU, condenó la invasión rusa a Ucrania, pero lo hizo de forma tímida y vacilante.

Todos sabemos el encantamiento que produce sobre Cristina un liderazgo como el de Putin, un autócrata que está hace 22 años en el poder, que terminó hace rato con la división de poderes y que no tiene empacho en envenenar a periodistas independientes y políticos opositores si es menester.

Por ello decidió priorizar comprarle las vacunas a Rusia en desmedro del ofrecimiento de Pfizer, a pesar de que la vacuna rusa no cuenta aún con la aprobación de la OMS (el nuevo contexto no es el más favorable para que ello ocurra) y que es, además, más onerosa que otras. Por otro lado, hay 9 millones de vacunas Sputnik ya pagadas por el gobierno que veo difícil lleguen a la Argentina.

Esa obnubilación con la figura de Putin también llevó al gobierno de Fernández a cerrar un acuerdo para que fuerzas armadas argentinas reciban adiestramiento militar en Moscú. Situación análoga a la que se dio cuando Perón, en 1944, como secretario de guerra del Gral. Ramírez, compró armas a la Alemania nazi.

En junio de 2021, en una videoconferencia con Putin con el objeto de iniciar la producción de Sputnik en la Argentina, negocio al cual hoy no le veo mucho futuro, el presidente Fernández, en un gesto de adulación que buscaba agradar a Putin y a Cristina expresó: “El pueblo y el gobierno argentino le estamos inmensamente agradecidos. Decimos en Argentina que los amigos se conocen en los momentos difíciles”.

Le faltó señalar a Fernández que en Argentina también decimos que “Con amigos así, quien necesita enemigos” y que solemos utilizar una frase muy sabia que nos alerta sobre las malas compañías: “Dime con quien andas y te diré quién eres”.

 (*) Profesor de Historia, Magister en dirección de instituciones educativas, Universidad Austral, vecino de Pilar

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