Columnistas

Educar o adoctrinar, esa es la cuestión

Por Gastón Bivort (*)

Todos aquellos que abrazamos la actividad docente, o por lo menos, los que lo hicimos a partir de ese fuego sagrado interior que supone la vocación, somos conscientes del enorme poder que tenemos para formar, pero también para deformar a nuestros niños y adolescentes; para educarlos, pero también para adoctrinarlos.

Educar y adoctrinar son conceptos diametralmente opuestos. La educación (del latín Educere, que significa guiar o acompañar para extraer lo que otro tiene dentro) tiene como objetivo sacar a la luz toda la potencialidad que está encerrada en cada uno de los alumnos a fin de ayudarlos a crecer como personas. El adoctrinamiento, en cambio, implica inculcar una determinada doctrina (conjunto de ideas, opiniones o conocimientos) que se impone desde afuera hacia adentro como verdad revelada, bloqueando toda posibilidad de que aflore la potencialidad innata de quienes aprenden. Podemos formar si educamos, pero también deformar si adoctrinamos.

Un educador pone a disposición de sus alumnos todo el conocimiento, les enseña a argumentar y a formular buenas preguntas. Les muestra que existen otros mundos y otras realidades que pueden despertar su capacidad de asombro, y por qué no, de soñar con un futuro mejor. La tarea del educador arroja como fruto una persona independiente y con criterio propio.

Un adoctrinador retacea conocimientos y solo pone a disposición de sus alumnos aquellos que se corresponden con su mirada sesgada del mundo. Les muestra un pequeño y reducido espacio al cual están condenados, del que no podrán salir por más que se esmeren, porque para el adoctrinador el mérito no cuenta. Deja dormida la capacidad de asombro de los chicos y clausura directamente su posibilidad de soñar. La tarea del adoctrinador solo arroja fanáticos a los que le han escamoteado la capacidad de discernir.

Si bien es en la enseñanza de las ciencias sociales donde los adoctrinadores encuentran su lugar preferido para desarrollar sus libretos, en las escuelas se adoctrina también desde otros espacios, desde los valores que se difunden y desde el ejemplo o, mejor dicho, desde los malos ejemplos que se van naturalizando.

Cuando un maestro o un profesor se ausenta recurrentemente, está adoctrinando. Le está enseñando a sus alumnos que la responsabilidad y el esfuerzo no son importantes.

Cuando un maestro o un profesor no se forma convenientemente y no prepara adecuadamente sus clases, está adoctrinando. Le está enseñando a sus alumnos que ellos no valen la pena y que no merecen más que lo que reciben. Ya han decretado que son incapaces de progresar.

Cuando un maestro o un profesor presenta licencias “truchas” y cobra sin trabajar, está adoctrinando. Le está enseñando a sus alumnos que ser corrupto no está tan mal porque, en definitiva, “todos lo son”.

Cuando un maestro o un profesor se pliega a las huelgas argumentando que está peleando por sus derechos, está adoctrinando. Le está enseñando a sus alumnos que el ejercicio del derecho de huelga promovido por sindicalistas impresentables está por encima del derecho a aprender consagrado por el artículo 14 de la Constitución nacional.

Hay también otras formas de adoctrinamiento más burdas, como la de querer imponer el llamado lenguaje inclusivo o el de inculcar una educación sexual integral que no respeta la libertad de conciencia de numerosas familias.

Están también aquellas formas de adoctrinamiento que tomaron estado público a través de los medios, como por ejemplo ese nutrido grupo de docentes que pasaba lista para ver si estaba “presente” Santiago Maldonado (incluso lo siguieron haciendo después de su aparición y de la autopsia que demostró como murió). O esos famosos cuadernillos “militantes” que se entregaban en las escuelas bonaerenses junto a los bolsones de comida durante la pandemia. Recordemos también la clase de la “tolerante” y “democrática” profesora de historia de la Escuela de La Matanza, o las imágenes de aquella escuela primaria, donde alumnas pequeñas de los grados inferiores fueron caracterizadas como Madres de Plaza de Mayo en el día de la Memoria. También se adoctrina con la negativa de los sindicatos docentes de CABA para que los alumnos del secundario hagan pasantías en su último año alegando explotación infantil o con la reciente muestra en el museo de la ESMA, muy visitado por escuelas primarias y secundarias, donde se asocia a la dictadura con el liberalismo económico y se tilda de represores a Macri y a otros referentes liberales. Y así podríamos citar innumerables situaciones a las que se exponen miles de chicos, sobre todo los más humildes, que concurren a escuelas donde los adoctrinadores bajan línea con total desparpajo.

En realidad, el adoctrinamiento que se imparte actualmente en muchas de las aulas no es más que una versión remozada del pensamiento de Perón al respecto. “Nosotros tenemos en este momento –explicaba Perón durante su primer gobierno- casi 4 o 5 millones de estudiantes. Que si no votan hoy votan mañana, no hay que olvidarse. Tenemos que irlos convenciendo desde que van a la escuela primaria. Y yo les agradezco mucho a las madres que les enseñan a decir Perón antes que decir papá”.

El neoadoctrinamiento kirchnerista, según señala el periodista Fernández Díaz en su libro “Una historia argentina en tiempo real” tiene algunos matices que lo diferencian del primer peronismo para hacerlo menos brutal. “La dinastía Kirchner –dice Fernández Diaz- retomó esa operación militante y la institucionalizó, si bien ordenó realizarla de manera solapada […] ya que no es políticamente correcto lavarle el cerebro a los niños y adolescentes. Se trata de […] micromilitar el pizarrón, predicar de lunes a viernes, y convertir las escuelas en incesantes fábricas de votantes y soldados de la causa, inspirados en una mentalidad “patriótica” y antimeritocrática…”.

Educar implica abrir cabezas, desplegar la potencialidad latente, acompañar y guiar a cada alumno para que pueda llegar a ser lo que es capaz de ser; por el contrario, adoctrinar implica cortarle las alas a cada chico para que no pueda desplegarlas, condenarlos a la mediocridad y cercenarles su libertad de conciencia.

Una de las cuestiones primordiales que deberá abordarse, si se concreta en el futuro la tan necesaria transformación educativa (además de la formación docente, la calidad académica, la cantidad de horas de clase, la infraestructura escolar etc.) es discernir y adoptar una posición clara en favor de la educación frente a la duda shakesperiana esbozada en el título de esta columna

Estemos atentos al desenlace de esta disyuntiva, porque como dijo el famoso escritor de “Un mundo feliz”, Aldous Huxley, “Si el adoctrinamiento está bien conducido, prácticamente todo el mundo puede ser convertido a lo que sea”. Siguiendo esa misma línea de pensamiento, el propio Huxley aseveró que “Quizás la más grande lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia”.

 

(*) Profesor de Historia, Magister en dirección de instituciones educativas, Universidad Austral, vecino de Pilar

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