
La semana pasada, los ciudadanos de a pie conocimos indignados el “sincericidio” de la asesora presidencial Cecilia Nicolini. En su misiva a Anatoly Braverman, del Fondo Ruso de Inversión de la vacuna Sputnik V, reconoce la crítica situación generada por la falta de segundas dosis de la vacuna en cuestión y, lo que es más grave aún, deja en claro que la apuesta por la Sputnik obedeció a razones ideológicas y geopolíticas. “Nosotros respondimos siempre haciendo todo lo posible para que Sputnik V sea el mayor éxito, pero nos están dejando con muy pocas opciones para continuar peleando por ustedes y por este proyecto” afirmó la funcionaria.
La carta devela que para este gobierno, el mayor éxito consistía en que funcionara el proyecto ruso; no lo era de ningún modo, proveer a la población de todas las vacunas posibles para evitar una mayor cantidad de muertes. Gravísimo, tanto o más grave que el escándalo del vacunatorio VIP.
Mientras esto ocurría, además de todos los otros problemas que ya conocemos y que se vienen agravando día a día, la dirigencia política comenzaba su temporada alta de entusiasmo. Nada excita más a la clase política que toda la “rosca” vinculada a las candidaturas.
Están los “imprescindibles” que creen que deben saltar de distrito si es necesario, pero que no pueden dejar de estar. Están los “ideológicamente flexibles”, que pueden saltar de espacio político sin ruborizarse (si no les gustan mis principios, tengo otros, decía Groucho Marx). Están los “meritorios”; hijos, hermanos o familiares de… También están los que ven en la política un buen negocio o aquellos que son tan limitados que les resultaría muy difícil conseguir un buen trabajo en la actividad privada.
Por supuesto, celebro las excepciones, que siguen entendiendo que ser un representante del pueblo implica estar al servicio de sus representados. Celebro también que personas con probado mérito académico e intelectual, a los que les va muy bien en la actividad privada, decidan bajar al barro de la política: el neurocientífico Facundo Manes, la bióloga Sandra Pitta, el periodista y economista Martín Tetaz y la historiadora Sabrina Ajmechet son solo algunos ejemplos que pueden prestigiar la actividad.
En este contexto, discutir encarnizadamente candidaturas y egos personales, resulta casi obsceno. Es bailar en la cubierta del Titanic. Alimenta el desprestigio de la dirigencia política y el creciente malestar que parte de la sociedad siente frente a ella en el marco de la mayor crisis económica, social, sanitaria y educativa de la historia argentina. El país necesita que hoy se discutan ideas, ideas sobre las cuales se puedan acordar y consensuar políticas para que la Argentina pueda vislumbrar un futuro de crecimiento y desarrollo, un futuro que alguna vez tuvo y que hace décadas ha extraviado.
Hace ya muchos años se viene hablando, sin que haya una verdadera vocación política por concretarlo, de un gran acuerdo entre todos los sectores, de una especie de “Pacto de la Moncloa” que permita superar las grietas y divisiones. Recordemos que este pacto, sellado en la España posfranquista por las principales fuerzas políticas, desde la centroderecha a la centro izquierda, y por las organizaciones empresariales y sindicales, puso a este país en el camino de la modernidad.
En 1977, cuando se firmó, se había llegado a la conclusión de que no se podía seguir así: 40% de inflación anual, altos niveles de desempleo y pobreza y un altísimo desequilibrio en la balanza fiscal y comercial. Era una situación muy similar a nuestra coyuntura actual, constituía el legado de cuatro décadas de atraso.
«El camino es la negociación. El país ha mostrado un deseo inequívoco e irreversible de renuncia a la imposición como vía para resolver los conflictos, y porque la oposición es parte del poder. Los problemas planteados son problemas que afectan al interés nacional, y que exigen para su solución la participación de todos los grupos, y de todos los partidos», afirmaba el ministro de economía del gobierno del presidente Adolfo Suárez, mientras predisponía a todos los sectores para que hagan concesiones en pos del bien común.
El ejemplo español sería un muy buen antecedente que la dirigencia política argentina podría imitar; no obstante no debemos ser tan ingenuos en creer que es factible consensuar un proyecto de país sin antes ponernos de acuerdo sobre que valores o principios lo vamos a cimentar. El respeto a la Constitución, a la división de poderes y a los valores republicanos y democráticos son principios básicos. También lo son la cultura del trabajo y el esfuerzo, la educación como motor del ascenso social, la igualdad de oportunidades consecuente con el mérito y la defensa irrestricta de la propiedad privada. Ni hablar de la honestidad, siempre, y sobre todo, cuando se trata de administrar lo público, lo que es de todos.
La Argentina que alguna vez supimos conseguir, se construyó sobre estos valores, y sobre estos valores que son innegociables debemos reconstruirla. Si la grieta es moral, es probable que exista una parte de la sociedad y de la dirigencia con la cual no se pueda acordar; si la grieta es solo ideológica, nada impide que hagamos nuestro propio pacto de la Moncloa.
«Sin dudas, no se entendería a la democracia y al progreso sin el pacto. Fue nuestro momento de luz, acaso un chispazo, pero suficiente como para hacernos ver y convencernos nosotros, y convencer también al mundo, de que España podía ser democrática y pujante», afirmó el historiador español Víctor Escudero, quién dijo sentirse orgulloso por lo que alguna vez logró la dirigencia política de su país, anteponiendo el bien común a los egos y chicanas políticas. Desde hace tiempo son visibles en España los frutos de ese acuerdo.
Seguramente le llevará muchos años a la Argentina encaminarse hacia un destino de desarrollo, crecimiento y modernización, tanto como le llevó a España convertirse en un país pujante. Sin embargo es posible comenzar a intentarlo, revalidando principios y consensuando ideas que permitan a la Argentina abandonar su inercia decadente.
Es menester discutir ideas para poner a nuestro país en la senda del progreso, con más inversión, con más trabajo genuino y con educación de calidad; ojalá los representantes electos estén a la altura de lo que la sociedad demanda hoy. Ojalá entiendan que no se puede seguir fabricando pobres cautivos de una dádiva estatal y al mismo tiempo expulsar a jóvenes bien formados que no encuentran razones para permanecer en el país.
En la circunstancias actuales, quedarse solamente en la discusión de candidaturas, irrita aún más a una sociedad desesperanzada que espera respuestas para resolver sus penurias cotidianas.
Quedarse solamente en la discusión de candidaturas no es otra cosa que poner «el carro adelante del caballo”.
(*) Profesor de Historia, vecino de Pilar