Columnistas

El problema de los derechos humanos fue desapareciendo…de la memoria militante

Por Gastón Bivort (*)

En una de sus tantas aseveraciones habituales que no dejan de sorprendernos, el Presidente Fernández afirmó, en relación a los últimos informes elaborados por los veedores de Naciones Unidas, que el problema de los derechos humanos fue desapareciendo en Venezuela. Está claro que Fernández no está bien informado o el sesgo que le quiere imprimir a su gobierno para sintonizar con lo que piensa la verdadera dueña del poder, no le permite decir otra cosa.

Los informes de la Comisión liderada por la ex presidente socialista chilena, Michelle Bachelet, son elocuentes: 131 asesinatos en manifestaciones, 8.292 ejecuciones extrajudiciales, 192 casos de violación y al menos 6 casos de desapariciones. Mientras la Corte Penal Internacional con sede en La Haya recogió estas pruebas para iniciar el proceso judicial contra el régimen de Nicolás Maduro, la Argentina decidió retirar su apoyo a la demanda conjunta presentada oportunamente. El argumento utilizado es que el “problema fue desapareciendo”. ¿Desaparecieron entonces los 131 asesinatos, las 8292 ejecuciones, las 192 violaciones y las 6 desapariciones?

Es posible, como desaparecieron también del relato militante todas las violaciones a los derechos humanos que se cometieron desde el lado “correcto” de la historia.

A raíz de esto, y haciéndole honor a la verdad histórico, mi columna pretende  visibilizar algunos de esos delitos de lesa humanidad que la nueva “historia oficial” ha pretendido borrar de la memoria de los argentinos.

Durante el primer peronismo, existieron figuras como la de Raúl Apold, el todo poderoso secretario de medios, a quien se lo comparaba con Joseph Goebbels, el ministro de propaganda del régimen nazi. Apold decidía no solamente lo que se publicaba en los diarios y revistas de la época o lo que se emitía por las radios, sino también determinaba que actores y/o directores estaban bendecidos para trabajar en la radio, el cine y el teatro. Cuando consideraba que la censura no era suficiente, habilitaba la intervención de la Policía Federal. Aquí aparece en escena otro protagonista de la época cuyas acciones han “desaparecido”: el comisario Cipriano Lombilla, de la Sección especial de investigaciones.

Al comisario Lombilla, que respondía a la Direción de Informaciones Políticas, una Dirección cuya oficina era contigua al despacho de Perón en la casa rosada, se le atribuye la frase “…El arte de la tortura es no matar. Es jugar siempre al límite para lograr la confesión, pero evitar que el detenido muera sobre la mesa…”. Lombilla fue un torturador que se jactaba de su impunidad exhibiendo en su oficina una foto dedicada por Perón en la que posaba junto a él. Lo recuerdan los testimonios de las personas torturadas, como los de las operadoras telefónicas que se declararon en huelga en 1949 y fueron detenidas y sometidas a picana eléctrica, como los de los integrantes del grupo político de Cipriano Reyes, que habían cometido el “pecado” de negarse a desarmar el Partido Laborista o como los relatos y testimonios referidos a los estudiantes universitarios opositores al gobierno Carlos Aguirre y Ernesto Bravo, sometidos a secuestro, tortura, desaparición y muerte. Podríamos citar muchísimos casos más, todos documentados con lujo de detalles por el periodista e historiador Marcelo Larraquy. En definitiva, se trataba de violencia estatal aplicada a quienes no comulgaban con el régimen, como bien lo explicó la escritora Victoria Ocampo cuando al ser detenida arbitrariamente en 1953 expresó: “Yo no he hecho nada, fuera de ser antiperonista”.

Recordemos también, ya más adelante en el tiempo, la actitud del propio Perón frente a la creación de la Triple A. A pesar del intento por hacer “desaparecer” la vinculación de Perón con esta organización parapolicial, hay numerosos testimonios y frases que lo comprometen. En más de una oportunidad, y refiriéndose a la necesidad de destruir a su otrora “juventud maravillosa” reconvertida en “estúpida e imberbe”, señaló que había que crear un “somatén”. Este era un cuerpo parapolicial utilizado para perseguir y matar izquierdistas durante la guerra civil española, que el propio Perón conoció en sus charlas con militares franquistas durante su exilio.

Perón no podía desconocer que el ministerio de bienestar social, a cargo de su mano derecha y fundador de este “somatén” criollo, José López Rega, se utilizaba como depósito de autos y armas de la organización. Tampoco podía desconocer sus acciones: la Triple A comenzó a operar unos cuantos meses antes de su fallecimiento. Como corolario debo decir que el terrorismo de estado no fue patrimonio exclusivo de la dictadura que tomó el poder en 1976,lo fue también de un estado con un gobierno peronista electo democráticamente.

No olvidemos tampoco que fue el gobierno peronista de Isabel Perón, bajo la conducción transitoria de Italo Luder, quién firmó el decreto que ordenó a las fuerzas armadas “aniquilar” a la subversión. El mismo Luder, que como candidato del partido peronista en 1983, sostuvo que si ganaba las elecciones no iba a revisar el decreto de “autoamnistía” dictado por la junta militar para garantizarse impunidad. El mismo partido que no quiso integrar la CONADEP, creada por el gobierno de Alfonsín para recoger testimonios sobre violaciones a los derechos humanos durante la dictadura militar, y el mismo partido, que bajo la gestión de Menem indultó a los protagonistas de la violencia irracional de los 70.Vale aclarar que no podemos encontrar ningún archivo de la época donde el entonces gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner, critique o cuestione esta decisión presidencial.

Lo que sigue es ya más conocido. Siguiendo la línea que como padre del “relato”, Apold inauguró en 1946, el peronismo en su versión kirchnerista se nos presenta como abanderado de los derechos humanos, olvidando un pasado que lo condena. Descolgar un cuadro de Videla o cooptar con subsidios y cargos a abuelas, madres e hijos de desaparecidos no los redime.

Quizá la mejor explicación, acerca de la estrategia del peronismo para quedar siempre bien parado, la puede dar Felipe Solá, quién integró todos los gobiernos peronistas desde Menem  a esta parte. Desde su rol de canciller y alineado con quien lo sostiene en su cargo, le toca ahora condenar a países como Colombia e Israel, y al mismo tiempo defender a dictaduras como la venezolana y la cubana y a organizaciones terroristas como Hamas. En 2012, el periodista Daniel Tognetti le preguntó a Solá cuál era el secreto para permanecer tantos años en el poder; con honestidad brutal el actual ministro confesó en aquel entonces: “hay que hacerse el bolu..”.

Dentro del Frente de Todos la respuesta de Solá sigue más vigente que nunca.

 

(*) Profesor de Historia, vecino de Pilar

 

 

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