Columnistas

El restaurador del orden

Por Ricardo Ragendorfer (*)

Economista y flamante afiliado libertario, llama a «llenar de balazos» a los delincuentes e invoca a una nueva camada de «patriotas» que pondrá las cosas en su lugar. Retrato de un político tardío.

Su cuenta en X (antes Twitter) exhibió el 19 de marzo un posteo que publicitaba una criptomoneda fraudulenta, y con una prosa casi calcada a la de Javier Milei sobre $Libra. Al cabo de una hora borró ese mensaje, tras decir que lo habían hackeado, no sin atribuir tal maniobra a una campaña en su contra. El rostro de ese hombre era la viva imagen de la contrariedad.

Días después, entrevistado en un programa de LN+, denostó el acto por el cuatrigésimo noveno aniversario del último golpe de Estado, no sin hacer hincapié en «el curro de los derechos humanos». Nuevamente, su rostro era la viva imagen de la contrariedad.

Otras veces supo mostrarse más relajado, como durante la noche del 5 de febrero pasado en el programa ¿Cuál es?, de TN, cuando, con la naturalidad de quien da un consejo culinario, soltó:

–Hay que llenar de balazos a los delincuentes y colgarlos en una plaza.

Era el diputado José Luis Espert.

Su semejanza física con Lex Luthor, el villano de ficción que siempre se pelea con Superman, hizo que la escena pareciera irreal.

La frase que acababa de declamar coincidía con los ataques del presidente Javier Milei al gobernador Axel Kicillof por los episodios de inseguridad en la provincia de Buenos Aires. Pero ello, además, fue el preludio de un anuncio: la afiliación de Espert a La Libertad Avanza (LLA), una formalidad para que sea en ese distrito, el más populoso del país, su candidato estelar en las elecciones de este año. Ambos sonreían de oreja a oreja.

De modo que, justo en medio del auge de la «guillotina» que decapita sin miramientos a ciertos cuadros partidarios y funcionarios en offside, el bueno de Espert se convertía en una espada cardinal del régimen libertario. No está de más, entonces, poner en foco su figura.

Bolos televisivos

A Espert, la ambición política recién lo espoleó a los 58 años. Hasta ese instante, fue productor agropecuario (en un campo heredado de sus padres) y economista (con una consultora a su nombre). De vez en cuando escribía notas de opinión en los diarios El Cronista y La Nación. Además, efectuaba bolos en el programa de Alejandro Fantino, Animales sueltos, emitido por América TV. También era el autor del libro La argentina devorada (2017) y, dos años después, volvería a deleitar a los lectores con La sociedad cómplice.

Bien vale detenernos en esta obra; porque, más allá de revelar lo que –de acuerdo con su criterio– impide el crecimiento de la economía local, en su letra se desliza una premonición: el surgimiento de una camada de patriotas que pondrá las cosas en orden. ¿Acaso él se autopercibía parte de aquella progenie?

Por lo pronto, 2019 sería un año crucial en su biografía pública y privada.

Envalentonado por el patrón del Grupo América, Daniel Vila, dio el gran salto de su vida al presentar su precandidatura presidencial para las elecciones generales de octubre. Y ese consejero de lujo hasta tuvo la gentileza de sugerirle un compañero de fórmula: el periodista (de su canal) Luis Rosales. El flechazo (político) entre ellos fue inmediato.

Casi en paralelo, Espert dio otro gran salto: unirse en el Santo Sacramento del Matrimonio con María Mercedes González (a) «Mechi», de 50 años.

Dicho sea de paso, esa boda, que tuvo por escenario una lujosa quinta en el barrio Solares del Talar de Pacheco, mereció una cobertura periodística algo desmedida, como si el novio fuese un consagrado personaje del jet set y no un ignoto aspirante al Sillón de Rivadavia. En rigor, eran notas, tanto gráficas como televisivas, compradas por un misterioso benefactor que no se fijaba en gastos. Para Espert, ese fue el comienzo de su campaña electoral.

Ya el 7 de abril presentó La sociedad cómplice en la ciudad rionegrina de Viedma, hacia donde fue con Rosales a bordo de un avión privado.

Al cerrar el evento, dijo:

–Gracias a «Fred» por el excelente vuelo que hemos tenido.

Esas palabras pasaron desapercibidas, como así también el tal Fred.

Por otra parte, nadie aún se preguntaba cómo es que Espert recorría el territorio nacional, de punta a punta, siempre con Rosales y otros acompañantes, en jets alquilados, además de cubrir los trayectos terrestres en vehículos de alta gama, alojándose invariablemente en los mejores hoteles, entre otros gastos.

El velo de tal enigma se descorrería, de manera parcial, durante la noche del 6 de agosto, cuando el jeep Grand Cherokee que lo llevaba hacia los estudios de Crónica TV para una entrevista fue atacado a piedrazos por desconocidos.

–No fue un atentado político sino un hecho de vandalismo aislado –supo farfullar, entonces, con un dejo evasivo.

Lo cierto es que aquel rodado estaba a nombre de Claudio Cicarelli, quien es nada menos que primo hermano de Federico «Fred» Machado, un millonario oriundo de Río Negro que residía en Miami, abocado a negocios aeronáuticos y a fuertes inversiones en el rubro de la minería.

¿Qué diablos querría de Espert con su mecenazgo? O, formulada aquella pregunta al revés, ¿qué le habría prometido Espert a cambio?

Desde luego que, en ese momento, el economista estaba lejos de imaginar el disgusto que, en un futuro próximo, le causaría tal cuestión.

Pero no nos adelantemos a los acontecimientos.

Ya se sabe que, con el sello «Frente Despertar», la dupla Espert-Rosales obtuvo en las Primarias el pasaporte para las elecciones generales de ese año. Y que, en estas, dicha fórmula apenas arañó el 1,47% de los votos, siendo la menos votada de las seis que compitieron.

El 10 de diciembre, Alberto Fernández se instaló en la Casa Rosada.

Y casi cuatro meses después, ya bajo la cuarentena por el covid, le estalló al pobre Espert aquel asunto en la cara.

Su trama merece un capítulo aparte.

Mala yunta

Corría la tarde del 6 de abril de 2020 cuando agentes de la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) detuvieron en el aeropuerto de Neuquén a un pasajero que estaba por embarcarse en un avión de línea, no sin antes informarle que pendía sobre él un requerimiento de la Justicia estadounidense.

Era nada menos que Federico «Fred» Machado.

Al tipo lo pedía un tribunal de Texas por «conspiración» –junto con otras siete personas– para «poseer, fabricar y distribuir cocaína», además de incurrir en el «blanqueo de capitales y fraudes económicos».  Tales delitos se extendían a Belice, Guatemala, Venezuela y México, donde su flotilla de aviones prestaba servicios al cártel de Sinaloa para ingresar la droga al territorio de los Estados Unidos. También les lavó –siempre según la acusación– 55 millones de dólares, metiéndolos en campañas electorales de candidatos peruanos, guatemaltecos y argentinos. Una situación –diríase– embarazosa para todos ellos.

Espert, al enterarse de eso por la televisión en su hogar, quedó de una sola pieza.

Su primer descargo público fue, semanas más tarde, en el programa GPS, ante Rolando Graña. Y sonaba alicaído:

–Los hijos de puta que están detrás de esta operación me jodieron la vida.

El tipo soltaba las palabras con los dientes apretados.

Entonces contó que, a partir del arresto de Machado, lo echaron «como a un perro» de la UBA, donde daba clases desde 1999 y que su consultora entró en crisis por la pérdida de clientes. El tipo ya parecía un cadáver político.

Hasta fue denunciado por «asociación ilícita» y «encubrimiento», además de tener que deshacerse en explicaciones acerca de los aportes de campaña que él no asentó en los registros correspondientes, tal como lo exige la ley.

Pero estas «vicisitudes» terminaron diluyéndose en el tiempo. Incluso al punto de obtener, el 21 de noviembre de 2021, una banca en la Cámara de Diputados gracias a casi 700.000 votantes conmovidos por su vía crucis.

A su vez, como si fuera una encomienda olvidada por sus destinatarios, Machado aún continúa en un penal vernáculo a la espera de su extradición.

El 7 de febrero pasado, durante el maratónico debate en el Congreso que se prolongó hasta la madrugada, el diputado Rodolfo Tailhade (UxP) pidió la palabra por «una cuestión de privilegio» contra Espert. Entonces, por casi diez minutos, exhumó esta historia del olvido en un recinto con asistencia completa.

El aludido, sin prestarle atención, jugueteaba en su banca con el celular.

Luego Espert votó a favor de la llamada ley de «Ficha limpia». Una paradoja transmitida en vivo por tevé a todo el país.

 

(*) Periodista de investigación y escritor, especializado en temas policiales

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