El doctor Isidoro Ruiz Moreno, reconocido académico de la historia y del derecho, afirmó en uno de sus escritos que “…Existe y existirá por mucho tiempo la fuerza misteriosa de la soberanía; de esa palabra mágica a cuyo conjuro se han realizado las más portentosas hazañas de la historia, los errores más profundos de la política y los atropellos más irritantes…”.
Esta definición magistral, refleja lo maleable y elástico que puede resultar este concepto, utilizado tanto para sustentar acciones heroicas, como también, para encubrir objetivos inescrupulosos. Todo en nombre de la soberanía.
Recorriendo un poco nuestra historia, veremos con claridad meridiana ambas caras de esa ambigüedad. El jueves pasado celebramos un nuevo aniversario de nuestra independencia, gesta que libraron nuestros padres fundadores. El acta firmada en Tucumán por los representantes de las provincias no dejaba dudas, era voluntad unánime ser libres de España y de toda dominación extranjera. Esta declaración formal de la soberanía estaba alineada con las proezas militares de San Martín, Belgrano, Güemes y tantos otros. La finalidad era clara y no ocultaba ningún interés oscuro, buscaba, nada más ni nada menos, la creación de una nación donde sus habitantes y las futuras generaciones pudieran crecer y desarrollarse en libertad.
Parafraseando al doctor Ruiz Moreno, en nombre de la soberanía se realizaron hazañas portentosas. El cruce de los Andes, las campañas militares de Belgrano y la defensa heroica de la frontera norte que hicieron Güemes y sus gauchos, son ejemplo suficiente. Hazañas portentosas para defender el territorio, defender el territorio para asegurar la libertad.
Pero, como también dijo Ruiz Moreno, en nombre de la soberanía se cometieron profundos errores políticos y atropellos irritantes; lo vemos en aquellos gobiernos que se autoproclaman custodios de la nacionalidad para encubrir otros objetivos o, en el mejor de los casos, para hacer un uso político de ello.
Un claro ejemplo de esto, fue la nacionalización de los ferrocarriles durante el primer gobierno de Perón. La maquinaria propagandística peronista presentó el hecho como un triunfo de la soberanía nacional; había triunfado la “soberanía ferroviaria”. Es más, para celebrar esta y otras nacionalizaciones, el 9 de julio de 1947, el gobierno peronista declaró en Tucumán la independencia económica de la Argentina, buscando equiparar esta fecha con la de 1816.
Pero la realidad era otra. A cambio de ferrocarriles en mal estado, en los que había que invertir mucho dinero para que puedan seguir funcionando, Inglaterra consiguió del gobierno peronista la condonación de su deuda. A pesar del pésimo negocio para el Estado nacional, la épica soberana se instaló con fuerza.
Si avanzamos varios casilleros en el tiempo, podemos detenernos en 1982, cuando el dictador Galtieri, en nombre de la soberanía territorial y aprovechando ese sentimiento malvinense tan arraigado entre los argentinos, arrastró a nuestro país a una guerra contra una potencia mundial. Pasados los efluvios emanados de la exacerbación del espíritu nacionalista y de los discursos patrioteros, se hizo evidente que la decisión del gobierno militar obedeció a la necesidad política de dar un golpe de efecto que le permitiera conservar el poder. La derrota en Malvinas terminó generando el efecto contrario al buscado, provocando la retirada del gobierno militar y alejando cada vez más la posibilidad de que algún día Argentina recupere las islas. Gravísimo error causado por especulación política y un irritante atropello que provocó cientos de muertos, mutilados y traumas psicológicos entre jóvenes que fueron enviados a la guerra sin preparación, sin equipamiento y sin el armamento apropiado. Todo en nombre de la soberanía.
El kirchnerismo, que se autodefine como un movimiento nacional y popular, hizo uso y abuso permanente del concepto de soberanía. Muchas de sus decisiones se presentaron como necesarias para defender la soberanía, cuando en realidad obedecieron a razones que tuvieron más que ver con prácticas populistas, quedarse con una caja, favorecer amigos del poder o hacer negocios con otros gobiernos “nacionales y populares”.
Hacia fines de 2005, el gobierno de Néstor Kirchner canceló el total de la deuda que la Argentina tenía con el FMI por la que venía pagando una tasa de interés del 3% anual. Al mismo tiempo, tomó crédito con la Venezuela de Chavez a una tasa del 15%. Enorme favor a un gobierno “amigo” y un pésimo negocio en nombre de la “soberanía económica”.
En noviembre de 2008, durante el primer gobierno de CFK y a instancias del entonces titular de la Anses y hoy condenado por delitos de corrupción, Amado Boudou, se estatizaron las AFJP (Administración de fondos de jubilaciones y pensiones). El argumento era que los bancos se quedaban con parte de los fondos de los aportantes debido a las altas comisiones que cobraban. En nombre de la “soberanía previsional” se quedaron con una caja que fue utilizada para múltiples funciones, pero no para aumentar las jubilaciones ni para pagar los juicios que contaban con sentencia firme.
Uno de los destinos de esa caja fue el recordado “Fútbol para todos”, programa implementado en septiembre de 2009. En el acto de lanzamiento, CFK cuestionó que los partidos y los goles se hayan tenido que ver por señales pagas afirmando que “no es posible que secuestren los goles como antes lo hacían con las personas”. En nombre de la “soberanía de los goles”, el gobierno invirtió una enorme suma de dinero para congraciarse demagógicamente con el «pueblo futbolero», hacer negocios con la AFA y manejar a su antojo la propaganda partidaria dentro de ese espacio.
La prohibición de la exportación de carne en 2005, reeditada por el actual gobierno, se hizo en nombre de “la mesa de los argentinos y la soberanía alimentaria”. A cambio de esta medida típicamente populista, con la cual se consigue bajar los precios en el mercado interno hasta que la falta de oferta los hace subir nuevamente, se hiere de muerte a la producción ganadera, perdiendo importantes mercados internacionales generadores de las tan necesarias divisas.
Por estos tiempos estamos asistiendo a la estatización de la hidrovía en nombre de la “soberanía fluvial”. Probablemente en un tiempo observaremos las dificultades que tendrán los barcos para circular por los ríos con su carga exportable. Quizás también, sabremos de una nueva licitación a medida del amigo del poder Gerardo Ferreyra asociado a una empresa china. Todo en nombre de la soberanía.
Así llegamos al tema de las vacunas de Pfizer, cuya adquisición, hasta hace unos días, comprometía la soberanía nacional. Así lo informaba el médico Jorge Rachid, asesor del gobernador Kicillof, al asegurar que Pfizer pidió nuestros glaciares como garantía del pago de las vacunas.
El malogrado ministro de salud Ginés González García, en la misma sintonía que Rachid, aseveró que “queríamos adecuarnos a cualquier condición, pero a cualquiera que no significara resignar la soberanía”. Alberto Fernández dijo que no firmó con Pfizer «porque lo ponía en una situación muy violenta de exigencias».
Para reforzar la idea de que había una obsesión con Pfizer, la diputada Mara Brawer expresó que “no necesitamos las vacunas de Pfizer” y que “no es la vacuna más fácil de distribuir porque se necesitan super freezers».
Ahora que finalmente el gobierno, presionado por la opinión pública y acorralado por los padres de niños con comorbilidades, accedió a acordar con Pfizer, podríamos sospechar que en nombre de la soberanía se ocultaron otros intereses que van desde la geopolítica hasta presuntos negociados tendientes a priorizar otras vacunas en desmedro de las del laboratorio norteamericano. Podríamos deducir que comprarle a Rusia y a China y arreglar con el «amigo» Sigman eran las consignas.
En nombre de la soberanía se cometió un enorme error político que Fernández intenta subsanar con un DNU de apuro y una frase de ocasión de Santiago Cafiero. “Hubo un aprendizaje”, afirmó el jefe de gabinete en un programa de televisión.
En nombre de la soberanía se cometió el irritante atropello de impedir la llegada de 14 millones de vacunas que podrían haber evitado miles de muertes.
Ahora van por la caja de las prepagas. Mientras tanto la intendente de Quilmes, Mayra Mendoza, entusiasta militante de la “soberanía sanitaria”, acaba de operarse en un exclusivo hospital privado de Pilar.
(*) Profesor de Historia, vecino de Pilar