Coincido plenamente con Rodolfo Terragno, gran estudioso y ferviente entusiasta de la obra de nuestros máximos próceres, cuando en una columna recientemente publicada en Clarín, titulada “Belgrano no era un costurero”, afirmó que “lo menos importante que hizo Manuel Belgrano en su vida fue crear la bandera”.
Creer lo contrario implica, no solo desconocer los innumerables episodios políticos y militares que lo tuvieron como protagonista de la Argentina naciente, sino también y sobre todo, desconocer sus dones de liderazgo y su estatura moral. Un modelo necesario para una dirigencia que ya hace tiempo, parece haber perdido su norte. Un modelo belgraniano cuyas aristas más distinguidas son la vocación de servicio, la humildad, la convicción en la acción transformadora de la educación y la honradez. Nada menos para una sociedad que pide a gritos espejos en los que poder mirarse.
La política, en su sentido más puro, es vocación de servicio. Implica llegar al poder para servir desde él y no para servirse de él. En una carta al Segundo Triunvirato, que lo quería ascender a Capitán General luego de la batalla de Tucumán, Belgrano renuncia a ese premio afirmando: “Sirvo a la Patria sin otro objeto que el de verla constituida, y este es el premio al que aspiro”. Desempeñó distintos roles con ese único objetivo, incluso el de militar, carrera para la cuál el mismo reconoció en varias oportunidades no sentirse suficientemente preparado.
En tiempos de vacunatorios VIP, de funcionarios que no tienen el menor empacho en cambiar sus convicciones para seguir aferrados a un cargo, de servidores públicos que se sirven de lo público para enriquecerse y de representantes del pueblo que pretenden sueldos o pensiones varias veces mayores que sus representados, el contraste es evidente.
Manuel Belgrano interpela a todos ellos desde su renuncia al sueldo de vocal de la Primera Junta de gobierno: “renuncio a mi sueldo de vocal…porque mis principios así lo exigen”, desde la renuncia a la mitad de su sueldo como Comandante del Regimiento de Patricios concedido por la Primera Junta: “Ofrezco la mitad del sueldo que me corresponde, siéndome sensible no poder hacer demostración mayor…” y desde la donación del dinero que le fuera otorgado como premio por su triunfo en Salta: “…He creído propio de mi honor y de los deseos que me inflaman por la prosperidad de mi patria, destinar los expresados cuarenta mil pesos para la dotación de cuatro escuelas públicas de primeras letras”.
Desde su humildad, Belgrano también interpela a aquellos dirigentes que hablan desde la autoridad que les da el poder, pero no desde la que brinda el liderazgo genuino, el conocimiento y el sentido común. Interpela a aquellos que creen saberlo todo pero que no son capaces de reconocer sus falencias y eventualmente estudiar y asesorarse para disimularlas. Les habla también a aquellos que creen que solo pueden ocupar el primer lugar en una lista de candidatos a diputados. Les habla como le habló a San Martín en una carta que data de 1813: “…Me hallo ahora de General sin saber en que esfera estoy. No ha sido esta mi carrera y ahora tengo que estudiar para medio desempeñarme…Me complaceré con su correspondencia, si gusta honrarme con ella y darme algunos de sus conocimientos para que pueda ser útil a la patria”.
Les habla también a quienes desprecian la educación y “militan” el cierre de escuelas. Lo hace en su carta de julio de 1813 a su secretario en el Ejército del norte Sánchez de Bustamante: “…Cada vez anhelo más la apertura de estos establecimientos –se refiere a las escuelas por él fundadas- y por ver sus resultados, porque conozco diariamente la falta que nos hacen”. Les habla a los “Baradel” de la vida que lejos están de representar a los verdaderos maestros. El Reglamento que el mismo elaboró para las escuelas fundadas con el dinero que donó, dice: “El maestro procurará con su conducta…inspirar a sus alumnos amor al orden, respeto a la religión, moderación y dulzura en el trato, sentimientos de honor, amor a la virtud y a las ciencias, horror al vicio, inclinación al trabajo…”
Todos conocemos las anécdotas del final de la vida de Belgrano. Las que cuentan que pagó al médico que lo atendió con su reloj de bolsillo y que mandó construir la lápida de su tumba con el mármol de una cómoda. No estoy de acuerdo en ensalzar a Belgrano porque murió pobre, ese es un lugar común en el que solemos caer, no tiene nada de bueno en sí mismo morir pobre. Lo que definitivamente lo enaltece es que habiendo dedicado gran parte de su vida a la función pública, terminó sus días con un patrimonio infinitamente menor al que tenía. Aquí radica su grandeza. Aquí Belgrano interpela a unos cuantos. Sobran los ejemplos.
Como dijo Domingo Faustino Sarmiento al conmemorarse los treinta años de su fallecimiento, “Belgrano es el espejo de una época grande”. Un espejo que hoy sigue interpelando a la dirigencia pero que también nos interpela como ciudadanos.
En su lecho de muerte alcanzó a decirle a su amigo Manuel Castro: “Pensaba en la eternidad adonde voy, y en la tierra querida que dejo. Espero que los buenos ciudadanos, trabajarán en remediar sus desgracias”.
En honor al creador de nuestra bandera, que así sea.
(*) Profesor de Historia, vecino de Pilar