Columnistas

La línea “Rosas-Perón-Fernández”

Por Gastón Bivort (*)

Allá por los años 40´, mucho antes de que se convirtiera en una  franquicia para llegar al poder, el peronismo necesitó construir un relato que lo justificara históricamente.  Historiadores como José M. Rosa o Fermín Chávez, que abrevaron en el revisionismo histórico durante los años 30 y que a partir del 45 abrazaron el peronismo, creyeron ver en Perón al líder que venía a concluir la obra que en el pasado habían iniciado San Martín y  Rosas, con el fin de asegurar el triunfo de una corriente “nacional y popular” que borrara definitivamente de nuestra historia la tradición liberal que nos legaron nuestros padres fundadores.

Según estos apologistas del peronismo, la tradición liberal, base doctrinaria de la Revolución de Mayo y de nuestra Constitución Nacional, estaba asociada a una oligarquía que miraba siempre al extranjero. Es así como nació la famosa tríada que se remonta a la gesta libertadora sanmartiniana, prosigue con el conocido episodio de la “Vuelta de Obligado” de Rosas y concluye con las nacionalizaciones y la “Tercera posición” de Perón, poniendo en la vereda de enfrente a hombres fundamentales para la construcción del Estado nacional argentino como Urquiza, Mitre, Sarmiento y Roca. La línea histórica San Martín-Rosas-Perón se impuso en el imaginario peronista.

Dejando a un lado a San Martín, que está fuera de toda discusión, tendría mucho para decir a fin de desmitificar el presunto nacionalismo de Rosas y Perón, pero este no es el principal objetivo de mi columna. Mi interés apunta ahora al “descubrimiento” de una nueva línea histórica, que en este caso conserva a Rosas y a Perón como figuras centrales, e incorpora a los Fernández (en el más amplio sentido del apellido) como nuevo integrantes.

En este caso, el hilo conductor que los une, es fácilmente observable en el proyecto de ley que delega poderes extraordinarios al Poder Ejecutivo, no siendo en este caso el nacionalismo su leitmotiv: la línea Rosas-Perón-Fernández se sustenta en el ostensible desprecio por la división de poderes, el federalismo y la educación, que distinguen y distinguieron a los gobiernos de Rosas, Perón y Fernández.

Con respecto al primer punto de esta nueva línea histórica, este proyecto de ley propone que el Congreso delegue en el Poder Ejecutivo atribuciones o competencias que le permitan tomar decisiones en el marco de la emergencia sanitaria. Desde que comenzó la pandemia, el Presidente viene restringiendo derechos y garantías constitucionales amparándose en que se está encargando de cuidar la salud de la población; ahora pretende que el Congreso blanquee esta situación renunciando a su función legislativa, delegándosela al Presidente por tiempo indeterminado.

Entre los años 1829 y 1832 y luego entre 1835 y 1852, el gobernador Rosas consiguió, con el argumento de que eran instrumentos necesarios para pacificar la provincia, que la legislatura le conceda facultades extraordinarias y la suma del poder público, concentrando de este modo en el gobernador, todos los poderes. No es casual entonces que los constituyentes de 1853, haciéndose eco de esta situación, introdujeran el conocido artículo 29 de la Constitución nacional que sanciona con la pena de infames traidores a la patria a aquellos legisladores que deleguen facultades extraordinarias o la suma del poder público en el Poder Ejecutivo.

El Presidente Perón también fue poco afecto a respetar el principio republicano de la división de poderes; quizás la decisión que más dejó en evidencia su postura, fue aquella que promovió el juicio político a cuatro de los cinco ministros de la Corte Suprema para nombrar en su lugar a jueces ideológicamente afines al peronismo, con el fin de evitar que sus reformas encuentren algún obstáculo en la justicia. El argumento sostenido por la mayoría peronista en el Congreso, para justificar su decisión de destituir a los ministros de la Corte, consistió en que estos habían firmado la acordada de 1930 que otorgaba legitimidad al gobierno de facto de Uriburu que había asumido tras el golpe contra Yrigoyen. La gran paradoja de esta historia es que Perón había participado activamente como integrante de esa facción golpista y que más tarde, en 1943, integró el grupo que tomó el poder tras derrocar a Castillo.

Con respecto al desprecio por el sistema federal que une a los exponentes de esta línea, debo decir que el proyecto que mandó Fernández al Congreso vuelve a insistir, a pesar del fallo de la Corte en contrario, en querer tomar decisiones en el ámbito educativo, pasando una vez más por alto el artículo 5 de la Constitución que reconoce a las provincias la jurisdicción en la materia. Además, sostiene que las provincias son delegadas del Gobierno federal para hacer cumplir la Constitución y las leyes, cuando el artículo 128 dice claramente que son sus agentes naturales.

Rosas, que se decía federal, concentraba y manejaba discrecionalmente los ingresos económicos que proporcionaba el comercio exterior, impidiendo que las provincias litoraleñas puedan disponer de recursos propios. La billetera y el látigo eran los instrumentos del rosismo para premiar a los gobernadores amigos, castigar a los díscolos y conservar de este modo la centralidad de Buenos Aires.

Si tenemos que elegir un acontecimiento para remarcar el poco apego del primer peronismo al sistema federal, es interesante recordar la intervención a la provincia de Corrientes en 1947, la única provincia donde no gobernaba el peronismo. Fue la intervención de un gobierno nacional sobre una provincia que pasó a la historia como aquella que menos argumentos reales tenía para concretarse. El pretexto era la supuesta ilegitimidad de la elección del gobernador radical de la Vega, quién en su último decreto firmado antes de dejar el poder, expresó la importancia de “Denunciar ante la conciencia cívica del país la gravedad de este atentado”.

Me queda todavía el último eslabón que une a esta nueva tríada histórica, eslabón que por mi condición de docente me interesa especialmente; me refiero al poco aprecio por la educación y la libertad de enseñanza que los caracteriza. Rosas pensaba que la educación era un gasto improductivo que no valía la pena financiar, es así como por ejemplo dejó de sostener económicamente a la Universidad de Buenos Aires fundada en la década anterior por Rivadavia. Para él, la educación no debía ser obligatoria y quienes  decidieran estudiar debían pagar aranceles, incluso en las escuelas primarias. Demás está decir que los maestros debían adherir a los rituales federales y usar obligatoriamente la divisa punzó, so pena de ser despedidos. Con sólo señalar que su principal enemigo era Domingo Faustino Sarmiento está todo dicho al respecto.

Durante el primer peronismo hubo más escuelas pero menos libertad de enseñanza, ya que fue evidente el uso político de la educación: el peronismo se jactaba de repartir entre los alumnos de la escuela primaria libros de lectura con frases como “Evita me ama” u obligando a leer “La razón de mi vida”, una autobiografía de Eva Perón. El haber elegido a Borges como uno de sus principales enemigos revela el desprecio por la cultura y la educación: fue Perón quién lo desplazó de su cargo como bibliotecario, para humillarlo con su nombramiento como Inspector de aves y corrales.

El panorama no ha cambiado mucho en estos tiempos. El año pasado, cuando se iniciaba la cuarentena Fernández expresaba “…Las clases pueden esperar, si hay algo que no me urge es el inicio de las clases, después vemos como compensamos esos días. Nadie sufrió por recibirse un año antes o un año después…”. Hoy se sigue observando una extraña obsesión por mantener las escuelas cerradas. Tampoco aquí faltó el adoctrinamiento, instrumentado sobre todo a través de la entrega de material “didáctico” a los niños y jóvenes de los centros urbanos carenciados. La falta de conectividad era compensada con cuadernillos con textos y actividades de claro contenido ideológico y partidario. Para completar el cuadro, me atrevo a citar a la titular del INADI Victoria Donda quién alentó a los alumnos a que denuncien por discriminación a aquellos colegios que promuevan la educación presencial. Podría ser perfectamente un nuevo verso para el “Reino del Revés” de María Elena Walsh.

Como amante de la historia me quedan muchas dudas acerca de la existencia de una línea San Martín-Rosas-Perón; me inclinaría mucho más por reconocer la que une a Rosas, Perón y Fernández (como dije anteriormente, en el más amplio sentido del apellido).

(*) Profesor de Historia, vecino de Pilar

 

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