La causa terminó con la condena de la mayoría de los imputados incluyendo a Chabán, Callejeros y su mánager. Pero las heridas nunca cerraron.
No hubo palabras (ni aún hoy las hay) para describir la dimensión de ese azote del destino. Pero sí una cifra: 194. Es la que contabiliza las personas muertas de un plumazo, durante la noche del 30 de diciembre de 2004, entre las paredes del boliche República de Cromañón, un espacio concebido para ofrecer recitales de rock en el barrio de Once.
De hecho, el incendio se desató ni bien empezaba a tocar Callejeros, una banda con fama ascendente, integrada por músicos del oeste bonaerense.
Unas horas después de la catástrofe, ya al clarear la madrugada siguiente, en una pequeña oficina de la calle Salta al 600, había una silueta acurrucada en un rincón sin alterar su posición fetal.
Por su cabeza desfilaban imágenes horrorosas: la súbita luminosidad del fuego, opacada de inmediato por el monóxido de carbono; algunos cuerpos que se caen; otros que se arrastran. Y el griterío; un coro desafinado y atroz de casi tres mil gargantas.
Quizás, entonces, haya intentado apartar aquella pesadilla de su cerebro. Despertarse. Pero, claro, le fue imposible: él no dormía ni soñaba.
Es posible, incluso, que se viera a sí mismo, micrófono en mano sobre el escenario, arengando a la multitud unos minutos antes de la tragedia.
–¡No sean pelotudos! No tiren bengalas. Si alguien prende algo, morimos todos –fueron en ese momento sus palabras.
Tal vez ahora las evocara una y otra vez, como para así convencerse de su ajenidad a la tragedia.
En esa oficina pasó la noche del viernes y parte del primer día de 2005.
Hasta que lo fue a buscar la policía.
En ojotas y con el torso desnudo –su remera negra fue usada para cubrirle la cara–, Omar Chabán fue subido a un patrullero.
El gerenciador del local siniestrado pernoctó en la Alcaidía de Tribunales y durante la mañana del lunes fue indagado por la jueza María Angélica Crotto, antes de su envío a la cárcel de Marcos Paz.
En ese mismo instante, el batero del grupo, Eduardo Vázquez, aguardaba en la Morgue Judicial la entrega del cuerpo de su madre, doña Silvia Lucía Paz, fallecida por asfixia en Cromañón.
Ella solía asistir a sus conciertos. Ella, 13 años antes, le había obsequiado su primera batería. Ella apoyaba con el alma su carrera artística.
Pues bien, Vázquez y el resto de los músicos no se imaginaban aún en la mirada de la jueza Crotto, al igual que su mánager, Diego Argañaraz; el encargado de seguridad, Lorenzo Bussi, y el coordinador general del establecimiento, Raúl Villarreal (los tres por estrago doloso); ni los comisarios de la Federal, Miguel Ángel Belay y Carlos Díaz (por coimas para no clausurar el boliche). Y menos aún, tres altos funcionarios del gobierno de la Ciudad (por incumplimiento de sus deberes institucionales).
El alcalde Aníbal Ibarra no integró el lote de imputados. Pero –tal como se verá más adelante– el asunto le malogró la gestión y su carrera política.
En definitiva, aquellas fueron las consecuencias inmediatas de la mayor tragedia ocurrida en el país por causas no naturales. También fue el punto de partida de otras desdichas suplementarias.
La danza de los fantasmas
Chabán permaneció tras las rejas hasta junio de 2007, cuando fue excarcelado a raíz de una apelación presentada por su abogado, Vicente D’Atoli.
Entonces, se alojó en el domicilio de su madre. Luego se mudó a una casa situada en un islote del Delta para así esquivar el asedio de la prensa.
Ya nada quedaba del personaje extravagante que supo erigirse en timonel del resurgir cultural criollo a partir de la transición hacia la democracia. De su cuño fueron templos como el Café Einstein, la discoteca Cemento y Die Schule, los cuales administró sin descuidar sus facetas de artista plástico y actor.
Ahora era apenas un fantasma, al que rehuían sus antiguos adláteres, y su larga marcha al infortunio fue imparable.
En esta etapa, pasó 166 días en libertad.
Luego volvió a Marcos Paz por decisión de la Cámara de Casación Penal.
A la vez, los integrantes de Callejeros mitigaban sus jaquecas procesales con el intento de continuar en los escenarios.
Tanto es así que, tras un recital en el estadio Chateau Carreras, de Córdoba, ante 20 mil espectadores, la banda donó a un hospital de La Calera una parte de la recaudación. Sin embargo, ese gesto fue interpretado por un vasto sector de la opinión pública como un acto de demagogia.
En el plano personal, la existencia de aquellos muchachos era un infierno. Por caso, el ánimo del líder de la banda, Patricio “Pato” Fontanet fluctuaba entre la depresión y la paranoia.
Pero la emocionalidad de Vázquez era aún más preocupante, puesto que, además de ataques de pánico, exhibía fobias muy marcadas, como un miedo atávico a la oscuridad.
Nadie suponía hasta qué límite lo llevarían tales disfunciones.
Por entonces, Chabán seguía en Marcos Paz.
Aunque resultara extraño, la cárcel –según les confió a sus allegados– le proporcionaba un sosiego que no había sentido estando en libertad.
Ya llevaba dos años allí, cuando otro recurso presentado por el abogado D’Atoli propició su segunda excarcelación.
Siempre espectral y con la cabellera totalmente encanecida, abandonó el presidio a hurtadillas para refugiarse en una casa que los amigos le prestaron a casi 100 kilómetros de la CABA.
Cabe destacar que, en las sucesivas ampliaciones de las indagatorias, él y los músicos procesados no dejaban de acusarse entre sí.
Algunas cosas, mientras tanto, habían cambiado.
Debido a presiones ejercidas por los familiares más intransigentes de las víctimas del incendio, apoyados por personajes como el ya olvidado Juan Carlos Blumberg y el entonces presidente de Boca, Mauricio Macri, el alcalde Ibarra fue objeto de un jury de enjuiciamiento en la Legislatura por “mal desempeño”, y fue destituido en marzo de 2006.
Su reemplazante fue Jorge Telerman.
En este punto flota un interrogante: ¿hasta qué punto, tanto la tragedia de Cromañón como la caída en desgracia de Ibarra, influyeron en el arribo de Macri al año siguiente, a la jefatura del gobierno de la Ciudad?
Es que nadie da una puntada sin hilo.
Para entonces, la jueza Crotto había concluido la instrucción de la causa, elevando el expediente a juicio oral.
Los fuegos del infierno
El proceso comenzó el 19 de agosto de 2008 en el Palacio de Justicia de la calle Talcahuano. Para ello se acondicionó la sala usada, en 1985, para el denominado Juicio a las Juntas. La atención del país entero volvía a concentrarse allí.
Los miembros del Tribunal Oral 24 –María Cecilia Maiza, Raúl Llanos y Marcelo Alveró– estaban en sus sitios cuando las 14 personas bajo proceso se acomodaban en el banquillo de los acusados. Entre todos ellos había múltiples estrategias defensistas en danza, además de un indisimulable recelo.
El espacio estaba seccionado en dos áreas con un blíndex de por medio, el cual separaba al público de los protagonistas del juicio.
Chabán, quien exhibía la cabeza rapada, ocupaba un lugar en la hilera de bancos más lejana del estrado.
De pronto, ya al mediodía, extrajo de un bolso el tupper que contenía su frugal almuerzo: un huevo duro, arroz y agua mineral.
Junto a él, los músicos lo oteaban de soslayo con cara de pocos amigos; la atmósfera que imperaba entre ellos se podía cortar con un cuchillo.
Dicho sea de paso, la expresión de Vázquez era sobrecogedora.
Para el debate estaban citados más de 300 testigos. Con el desfile de estos, tres veces por semana, el tiempo fue transcurriendo con lentitud.
El juicio culminó, exactamente, doce meses después.
En ese miércoles invernal de 2009, Chabán fue condenado a 20 años de prisión, y fue trasladado de inmediato a Marcos Paz.
El mánager Argañaraz y al comisario Díaz recibieron 18 años. Villarreal, apenas dos (excarcelables), al igual que los funcionarios municipales.
En tanto, los músicos resultaron absueltos.
Por cierto, dicho acontecimiento no fue el final de esta historia.
Seis meses después, durante una discusión doméstica, Vázquez mató a su pareja, Wanda Taddei, arrojándole un encendedor prendido tras rociarla con alcohol. No es una metáfora: ¡la quemó viva! El baterista había vuelto a jugar con fuego.
El resto de la banda también fue a parar por un tiempo a la cárcel, luego de que la Cámara de Casación revocara sus absoluciones.
Por su lado, a nueve años de que su existencia se malograra para siempre, Chabán, quien seguía en Marcos Paz, somatizó un cáncer terminal.
Ya desahuciado, se le concedió la libertad. Y exhaló su último suspiro en el hospital Santojanni el 17 de noviembre de 2014.
Mientras tanto, Cromañón continúa ardiendo en la memoria.
(*) Periodista de investigación y escritor, especializado en temas policiales