Columnistas

Periodismo bajo fuego: entre los ataques de Milei y los operadores de prensa

Por Dani Lerer (*)

Hacer periodismo nunca fue fácil. Pero hacerlo hoy, cuando desde el poder se alimenta el desprecio hacia los periodistas, cuando se nos señala como parte del problema en lugar de como una herramienta para entenderlo, se vuelve una tarea que roza lo heroico. O lo suicida.

Hoy el periodismo está en el medio de un fuego cruzado. Desde un lado, el gobierno alienta una narrativa en la que todo periodista que hace preguntas incómodas es un enemigo. Desde el otro, un ecosistema mediático cada vez más colonizado por operadores,  militantes disfrazados de comunicadores, periodistas que se aferran a la pauta oficial como única tabla de salvación, y hasta otros pagos por regímenes islámicos radicales para desinformar, demonizar a Israel y sembrar odio antisemita con impunidad. En ese contexto, ser periodista, de verdad, implica tomar decisiones incómodas.

Significa no ceder ante la tentación de agradar al poder de turno. Tampoco entregarse al cinismo de pensar que ya nadie quiere saber la verdad, que la gente solo busca confirmación de sus prejuicios. Significa seguir haciendo preguntas que molestan, aunque uno sepa que la respuesta va a ser un ataque.

Lo que se está degradando no es solo el vínculo entre periodistas y políticos. Se está erosionando el contrato con la sociedad. La idea de que el periodismo sirve para algo más que entretener o indignar. Que puede iluminar zonas oscuras, ponerle nombre a las cosas, incomodar donde todos aplauden.

Pero para eso, también, tenemos que hacer autocrítica. No se puede construir credibilidad si no reconocemos que parte del problema también está adentro. Durante años, muchos colegas confundieron micrófonos con trincheras y confundieron periodismo con militancia. Otros se callaron cuando tenían que hablar, hablaron cuando era mejor callar, y facturaron sin preguntar de dónde venía la plata.

Hoy nos toca reconstruir algo que se rompió. Volver a demostrar que el periodismo es necesario. Que no somos fiscales, pero tampoco bufones del poder. Que no estamos para obedecer ni para hacerle campaña a nadie. Que hay otra forma de contar las cosas. Una forma incómoda, pero honesta. Porque el periodismo no tiene que gustarte. Tiene que hacerte pensar.

Y si alguna vez el poder te aplaude demasiado, es momento de revisar qué dejaste de preguntar.

 

(*) Licenciado en Ciencias Políticas. Consultor Político. Experto en Terrorismo y Crimen Organizado. Periodista. Analista Internacional. 

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