Cuando el gobernador Kicillof anunció el pasado viernes 11 la vuelta a la presencialidad, me embargaron sentimientos encontrados. Por un lado, la enorme alegría que implicaba, después de casi dos meses, el reencuentro con los alumnos en el ámbito escolar, más precisamente en el aula: lugar sagrado e irreemplazable donde sucede la educación. Toda la comunidad lo necesitaba; el precio que se venía pagando en lo emocional y en materia de aprendizaje, después de todo un año sin clases presenciales, se había tornado insoportable.
El otro sentimiento que rápidamente afloró en mí fue el de indignación. Cuando en abril pasado Fernández decidió cerrar las escuelas, la situación epidemiológica era claramente más favorable que la actual. Diez días antes de que se conociera la decisión del gobernador de abrir las escuelas en el conurbano, el presidente Fernández había dicho que los distritos como CABA, que tenían sus escuelas abiertas, “Estaban jugando con fuego y lo que lamento es que ese fuego va a quemar a la gente…”.
Solo un día antes del anuncio del 11 de junio, el ministro Trotta había sostenido que no estaban dadas las condiciones epidemiológicas para volver a la presencialidad. Sí, el mismo ministro de Educación que en abril último había dicho que las escuelas eran lo último que se iba a cerrar y a los diez minutos se cerraron. Por lo menos ahora los alumnos ya saben que si el ministro de educación dice que no va a haber clases, conviene alistar el guardapolvo, el uniforme y los útiles escolares.
Trotta sigue improvisando desde el mismo ministerio que en algún momento de nuestra historia estuvo bajo la influencia de prohombres como Nicolás Avellaneda, Pablo Pizzurno o el mismísimo Domingo Faustino Sarmiento.
Queda claro entonces que la decisión tomada por Kicillof no estuvo atada a ningún estudio epidemiológico y menos a las necesidades pedagógicas y emocionales de los alumnos; fue la respuesta desesperada a una serie de encuestas que mostraban que el cierre de escuelas era mal visto incluso por los votantes del Frente de Todos. Encuestas que llegaron a la Vicepresidente dueña del poder; desde allí bajó la orden que fue inmediatamente acatada.
En este punto radica mi indignación, ya que si la bienvenida apertura se debió a motivos políticos o electorales, el cierre por dos meses entre abril y junio obedeció a la misma razón. Y no fue gratuito para nadie. Fueron dos meses donde hubo que rogar por permisos que habilitaran el contacto con la escuela de aquellos alumnos que literalmente se habían desconectado y de los que presentaban serias dificultades emocionales y de aprendizaje. Fueron dos meses donde los cuerpos de inspectores estuvieron abocados a la policíaca función de que las escuelas permanezcan cerradas. Nada más paradójico para un gobierno que se jacta de brindar igualdad de oportunidades para los más vulnerables. Jugaron con el futuro de nuestros hijos, y eso no se hace. Ni por capricho ideológico, ni por especulación electoral y menos aún, por ocurrencia de Baradel y los gremios docentes.
El cierre de escuelas en la mayor parte de los distritos del interior bonaerense gobernados por Juntos por el cambio ratifica la intencionalidad política de la decisión del gobernador. ¿Alguien puede creer que la situación epidemiológica es mejor en La Matanza que en Puán? ¿Alguien puede creer que Villa Gesell, con un intendente frentetodista, tiene una situación sanitaria distinta a la del vecino partido de Pinamar que tiene un intendente de Juntos por el Cambio? En Villa Gesell hay clases, no así en Pinamar. Es más, se acaban de habilitar los cines y teatros incluso en los distritos de la provincia donde no está permitida la presencialidad escolar.
Al mismo tiempo, y a pesar del relato del gobernador, en muchísimas escuelas públicas del conurbano las clases no pudieron reiniciarse el pasado miércoles 16. En nuestro partido, a modo de ejemplo, no pudieron reiniciarse las clases en más de 50 establecimientos por falta de gas, calefacción u otras deficiencias edilicias. Los más humildes, los que no tienen computadoras ni conectividad, otra vez debieron quedarse en casa. Un año y medio tuvo el gobierno provincial para resolver estas deficiencias. Imperdonable.
Está claro, entonces, que como ocurre con casi todo al acercarse los comicios, la educación pasó a ser una herramienta electoral. Por eso se volvió de urgencia a la presencialidad y por eso mismo el ministro Trotta confirmó que este año no se realizará el Operativo Aprender, deslizando también la posibilidad de que nuevamente todos los alumnos pasen de año, postergando una vez más la promoción y acreditación de sus conocimientos.
En tiempos de pandemia, cuando al ingresar a un supermercado, a un banco o a la escuela se toma la fiebre para reconocer síntomas y eventualmente actuar en consecuencia, en materia educativa el ministro decidió romper el termómetro y suspender el Operativo Aprender. Teme la foto que podría arrojar un año y medio de escuelas cerradas. Una foto triste y necesaria a la vez que permitiría conocer la realidad, hacer un control de daños y diseñar estrategias y propuestas de mejora.
Las últimas pruebas Aprender se habían realizado en 2019 con resultados alarmantes. Algunos números a modo de ejemplo:
– Al terminar el secundario, el 70% de los alumnos estaba por debajo del nivel esperado en matemática.
– El 64% de los estudiantes que están por debajo del nivel esperado en todas las áreas, pertenecen a las clases sociales más vulnerables.
– Los estudiantes de las escuelas privadas tienen 26 puntos a favor en sus resultados en relación a los de las escuelas públicas.
– En los hogares de bajos ingresos solo el 43% de los alumnos pudo terminar sus estudios secundarios; en cambio lo logró el 91 % en los sectores socioeconómicos medios-altos.
Es fácil deducir, en el contexto actual, que la situación de la educación en Argentina se agravó, es más dramática aún. Un año y medio de cierre de escuelas ocasionaron daños que no son gratuitos y que debemos dimensionar, nos guste o no el resultado.
La brecha educativa entre los que más y los que menos tienen, claramente se ensanchó, en un contexto donde la conectividad y una computadora es una quimera para la enorme mayoría de nuestros niños que están sumidos en la pobreza.
La evaluación es el insumo necesario para diagnosticar la realidad y comenzar a mejorar, pero lamentablemente, por razones electorales, se tomó la decisión de no evaluar, de romper el termómetro.
El sol no se puede tapar con las manos. Si no se actúa a tiempo, la realidad de una generación de niños analfabetos y de jóvenes que no terminaron el colegio secundario se hará ostensible inevitablemente. La veremos en un país con menos riqueza y sin recursos humanos que puedan generarla. La veremos en menos gente capacitada para aspirar a un trabajo genuino y más gente que dependerá de un plan social. La veremos en una clase dirigente cada vez más mediocre intelectualmente que puede llegar a citar a un premio Nobel de literatura como Octavio Paz, atribuyéndole alegremente la frase “los mexicanos vienen de los indios y los brasileños vienen de la selva”.
Parafraseando al Presidente y siguiendo su línea de pensamiento, podríamos afirmar que últimamente en la Argentina “los presidentes no vienen del mérito”.
No sé si Fernández estará en condiciones de aprobar una prueba “Aprender”.
Por las dudas, rompamos el termómetro.
(*) Profesor de Historia, vecino de Pilar