
Mientras en la Argentina la tragedia educativa se agiganta, alimentando una nueva capa de pobres que seguirá condicionando nuestro futuro, las autoridades escolares se pierden en el laberinto de la ineficacia y el desconcierto. A nivel nacional y en la mayoría de las provincias, no existe un plan o un propósito claro y concreto acerca de como se van a abordar los gravísimos problemas que afectan a la educación; es más, creo que no se ha tomado conciencia aún de la seriedad del problema y de la dimensión de las reformas que deben implementarse.
Los datos espantan: altísima deserción escolar con miles de alumnos que no han regresado a clases al reabrirse las escuelas, elevado porcentaje de alumnos que terminan el colegio secundario sin comprender lo que leen y sin saber resolver operaciones básicas de matemática, graves problemas de infraestructura sobre las cuales podemos informarnos a diario e insólitas decisiones tomadas por autoridades educativas provinciales que decidieron modificar sus regímenes de evaluación, reemplazando las notas numéricas por conceptos o permitiendo que los alumnos del nivel secundario pasen de año hasta con 19 materias previas. La provincia de Río Negro, la más “vanguardista”, probó terminar con los boletines de calificaciones.
Al ministro de educación de la nación Jaime Perczyk, ministro casi desconocido por la ciudadanía (un indicio del lugar que se le asigna a la educación en la Argentina), solo se le conocieron dos pobres aportes en medio de tanta confusión general: la idea de agregar una hora más de clases en las escuelas primarias, que en el contexto actual es voluntarismo puro, y el diseño de un plan quinquenal de educación que presenta loables objetivos a lograr en 5 años, pero que no explica estrategia alguna para alcanzarlos. Realismo mágico en su máxima expresión.
Para evitar que el sistema educativo público argentino siga siendo una máquina de replicar pobreza, y lograr que la escuela pública vuelva a ser el camino natural para salir de ella y ascender socialmente, se debe contar con una férrea voluntad política. Hay ejemplos que demuestran que el cambio es posible, sin tener que remitirnos a países tan lejanos de nuestra realidad como Finlandia, el emblema de las buenas prácticas educativas de las últimas décadas.
Uno de esos ejemplos es Sobral, un municipio de 208.000 habitantes que está ubicado en el estado de Ceará en el nordeste brasileño. Se trata del quinto estado más pobre de todo el país que a principios de la década de 2000 se encontraba entre los últimos en cuanto a rendimiento educativo. Sobral ni siquiera se encontraba entre los primeros mil municipios de Brasil, considerando que en este país la educación primaria es administrada por los gobiernos municipales.
Veinte años después, todo cambió. Ceará ha saltado al quinto lugar en todo el país y Sobral se ha convertido en el municipio de mejor rendimiento educativo entre los 5.500 que existen en Brasil. Sus escuelas públicas obtienen mejores resultados que las escuelas privadas del estado más rico, San Pablo. En Sobral, el 84% de los estudiantes obtienen una puntuación adecuada en alfabetización al final del tercer grado; 20 años atrás, dos de cada 5 estudiantes de tercer grado no podían leer ni una sola palabra.
Según un documento del Banco Mundial, esta transformación educativa en un estado y en un municipio de escasos recursos económicos, solo pudo ser posible con un liderazgo político sostenido que puso al aprendizaje (no a la contención y al asistencialismo) en el centro de la política educativa. Hacia el año 1997, el 30% de los niños y adolescentes de Sobral no tenían acceso al sistema escolar. A partir de allí se tomó la decisión de invertir lo máximo posible del presupuesto municipal en edificios escolares grandes y modernos, proporcionando transporte a los estudiantes para que pudieran llegar hasta ellos. En 4 años lograron tener a todos los chicos dentro de las escuelas, pero se dieron cuenta que eso no bastaba: había que terminar con la “pobreza de aprendizaje”.
Para lograrlo, se cambiaron los criterios políticos para la selección de directores y profesores en favor de criterios técnicos y se puso un objetivo claro y medible: cada estudiante debería saber leer y escribir bien al terminar el 2do grado. Para comprobar si los resultados esperados se correspondían con la realidad, se implementó un sistema de evaluaciones regulares estandarizadas. Se priorizó también la formación de directores para que ellos sean verdaderos líderes escolares con alto grado de autonomía y de responsabilidad, y se apuntó a la formación docente, sobre todo en lo que hace a adquirir una metodología que enseñe a leer a los niños, sin olvidar que la mayoría de ellos vienen de familias pobres donde no reciben estímulo cultural alguno. Se decidió que los docentes sean evaluados semestralmente y que accedan a fuertes incentivos económicos en función de los resultados obtenidos con sus alumnos.
En una entrevista publicada por el diario “El país” de España, el actual alcalde de Sobral, Ivo Ferreira Gomes, señaló al respecto: “…Contamos con un programa permanente para enseñar a los docentes a diario, hay una escuela de enseñanza en Sobral para los docentes. Ellos dedican el 20% de su tiempo semanal para capacitarse, se les da información actualizada y reciben dinero extra por los resultados que logran a fin de año con los alumnos. El reconocimiento que han tenido de la sociedad, del gobierno, de los medios de comunicación, de los niños, ha elevado su autoestima y eso ha sido para ellos más importante que el dinero extra que puedan recibir, están orgullosos de su labor…”.
El estado de Ceará viene premiando con incentivos económicos, desde hace dos décadas, a aquellos municipios que alcanzan buenos resultados escolares; Sobral supo aprovechar muy bien esta política de estado para seguir apostando por la educación de su población y supo nutrirse también de la ayuda de ONG nacionales e internacionales interesadas en colaborar con tan exitoso proyecto.
La relación escuela-padres también fue muy importante en este proceso. Se estableció una relación muy estrecha con ellos para garantizar que los niños vayan a diario a la escuela, lleguen puntualmente y hagan sus tareas. “Como amas a tus hijos, debes colaborar en que sean exitosos en la escuela” es la consigna. Y los padres, viendo los resultados, responden.
El ejemplo de Sobral demuestra que si hay voluntad de cambio, si hay decisión política, se puede transformar la realidad educativa. En la Argentina, por el contrario, se subestima al pobre invalidándolo como sujeto de aprendizaje, ya sea por desidia, en el mejor de los casos, o por conveniencia: los pobres están condenados a ser rehenes de políticos y sindicalistas inescrupulosos que se llenan la boca hablando de ellos pero que a la hora de la verdad solo piensan en conservar sus privilegios. ¿Qué diría Baradel de este modelo? Probablemente esté en contra de que los docentes deban capacitarse y someterse a exámenes regularmente. También de que los más exitosos, los que mejores resultados obtengan con sus alumnos, reciban incentivos económicos. Para Baradel y sus secuaces hay que igualar para abajo; sin embargo, el caso Sobral estaría demostrando que el mérito cuenta.
“Nosotros teníamos la intuición de que todos podían aprender sin importar su origen socioeconómico -dijo el alcalde en la entrevista citada- una intuición que se comprobó posteriormente”.
Como dice la canción de Diego Torres, el ejemplo “color esperanza” de esta humilde ciudad brasileña nos permite “saber que se puede”; pero todos los argentinos de bien, los que deseamos una transformación educativa en serio que permita cambiar este rumbo decadente, tenemos que “querer que se pueda”.
Y por supuesto, hacérselo saber a nuestros gobernantes.
(*) Profesor de Historia, Magister en dirección de instituciones educativas, Universidad Austral, vecino de Pilar