Columnistas

Un nuevo Holodomor asoma en Ucrania

Por Gastón Bivort (*)

Es verdad que Rusia y Ucrania tienen un origen común que los entrelaza. La otrora hermosa y hoy devastada Kiev, fue el centro del primer Estado eslavo que aglutinó a los actuales territorios de Ucrania y Rusia; sin embargo, no es cierto lo que sostiene Vladimir Putin cuando afirma que “los rusos y los ucranianos son un solo pueblo, un todo único”. Comparten lazos culturales y una lengua similar, sí, pero sus experiencias históricas y sus identidades son totalmente disímiles.

 Mientras Rusia, de la mano de autócratas de distinta laya (los zares, Stalin y ahora Putin) se sintió llamada a conformar imperios e invadir sin miramientos a sus vecinos, Ucrania bregó por conservar su integridad territorial frente a los atropellos de polacos, lituanos y mongoles, pero sobre todo de los atropellos de Rusia, que siempre creyó que esa tierra le pertenecía. Desde la época de los zares hasta hoy, Rusia y la URSS intentaron desalentar la identidad ucraniana, una identidad que aprecia la libertad, descree de los dictadores y está abierta a los valores de occidente.

Cientos de años bajo el imperio ruso, décadas bajo las botas de Stalin, y varios años soportando las presiones de Putin, no han podido con ella. El pueblo ucraniano no se somete, persiste en defender una libertad que ya es propia de su idiosincrasia. Un pueblo que ni siquiera pudo ser quebrado por la gran hambruna a la que fue sometido por la URSS de Stalin hace exactamente noventa años atrás, entre 1932 y 1933.

Recordar aquel horror nos va a permitir entender con mayor claridad la determinación con la que los ucranianos resisten esta nueva y despiadada invasión que atenta contra su libertad.

Como la Shoá o La Catástrofe, perpetrada por Hitler contra el pueblo judío o el El Mec Yelern o Gran Crimen, ejecutado por el imperio turco contra los armenios, el Holodomor o Gran Hambruna ucraniana, puede inscribirse dentrode los tristemente célebres genocidios del siglo XX. Quizás con menos prensa que los otros, gracias al eficiente aparato de censura y propaganda sostenido por el régimen de Stalin, el Holodomor ucraniano constituyó uno de los grandes crímenes cometidos contra la humanidad.

No olvidemos tampoco la complicidad de los idiotas útiles, que los hubo en todo el mundo, quienes difundían una mirada idílica y sensible sobre las «bondades« del comunismo. Todos ellos fueron funcionales a las atrocidades cometidas por el dictador soviético.

 Esta historia del genocidio ucraniano comenzó pocos años después de la caída del imperio de los zares, con el triunfo de la revolución bolchevique que permitió a Ucrania adquirir su independencia. Sin embargo, esa vuelta a la libertad fue efímera: la Unión soviética creada por Lenin quiso difundir sin éxito entre los ucranianos los supuestos beneficios que traería el comunismo. Imposible ganarse la confianza de un pueblo que a esta altura se mostraba escéptico ante cualquier atisbo de arbitrariedad. Fue entonces cuando el totalitarismo soviético decidió llevar adelante una agresiva política para “rusificar” la cultura de Ucrania, anexándola por la fuerza a la naciente URSS.

Tiempo más tarde, tras la muerte de Lenin, Stalin se alzó con el poder e impulsó sus planes quinquenales tendientes a convertir rápidamente a la URSS en una potencia capaz de discutirle la hegemonía a las grandes potencias de occidente. Convertir a la URSS en un país poderoso era la consigna, aunque ello costara la vida de millones de obreros y campesinos que debían trabajar largas jornadas por un escueto plato de comida. La opción por no hacerlo era directamente la ejecución o, en el mejor de los casos, el encierro hasta la muerte por frío e inanición en los gulags de Siberia. Todo en nombre de una sociedad más justa e igualitaria.

Misma situación debieron padecer los kulaks o pequeños granjeros que ante la colectivización forzosa de sus tierras se vieron obligados a entregar al Estado su producción de granos. Ucrania era y es una tierra pródiga, fértil, donde sus campos sembrados con trigo y girasol son uno de sus mayores orgullos. Así lo acredita el amarillo de su bandera. Es allí donde el régimen soviético puso sus ojos apropiándose y destruyendo su producción agrícola. También lo hizo, años más tarde con su cielo, representado por el celeste, el otro color de su bandera. Cielo y aire que fueron contaminados en 1986 por la desidia de los burócratas rusos, que no previeron ni evitaron la explosión de la planta nuclear de Chernobyl.

Con el pretexto de que los campesinos no entregaban toda la producción que el Estado exigía, Stalin intervino directamente en Ucrania ordenando la requisa de cada una de las granjas con el objetivo de decomisar los granos. No sólo eso, les quitaban hasta las semillas, para que aprendieran a ser “inteligentes” sometiéndose mansamente a los dictados de Moscú. Había que pagar la modernización de la industria pesada soviética con las cosechas de trigo manchadas con sangre ucraniana.

La crueldad de Stalin no tuvo límites. El 7 de agosto de 1932 promulgó la Ley de Espigas que imponía penas de prisión a todos los que estuvieran contra el decomiso de granos o se atrevieran a robarlos. Pero la desesperación de los campesinos era tan grande que muchos saqueaban los graneros para alimentar a sus familias. Se establecieron entonces penas de muerte. Los registros de la época indican que 5.400 personas fueron ejecutadas y a otras 125.000 se les envió a los temibles gulags de Siberia, donde fueron sometidas a torturas y trabajos forzados.

Temeroso de una insurgencia, Stalin bloqueó las fronteras de Ucrania para evitar que la población escapara; al mismo tiempo formó brigadas que iban de puerta en puerta para confiscar los alimentos de los campesinos. 

Las consecuencias de esas medidas fueron devastadoras. A principios de 1932, miles de campesinos ucranianos comenzaron a morir de hambre. Numerosos documentos hablan de niños con el vientre hinchado por falta de alimento, familias enteras obligadas a alimentarse de hierba o corteza de roble y miles de muertos por doquier. Los cadáveres eran tantos que se apilaban en las calles porque nadie tenía fuerzas para sepultarlos.

Un sobreviviente, Mykola Latyshko, a sus 94 años, recuerda todavía que un carro funerario recorría todos los días su ciudad cargando los cadáveres que morían de hambre. El conductor del carro preguntaba “¿Hay algún muerto hoy en esta casa para llevar?”. La historiadora y periodista norteamericana Anne Applebaum, en su libro “Hambruna roja” recoge varios testimonios, entre ellos, el de una mujer polaca que estuvo recluida en un campo de concentración soviético donde entabló conversaciones con sobrevivientes del Holodomor. Dijo al respecto: “Los niños morían de hambre. Y los padres, muy próximos también a la muerte por inanición, cocinaban los cadáveres de sus hijos y se los comían. La debilidad los sumía en un profundo embotamiento. Luego, cuando se daban cuenta de lo que habían hecho, enloquecían”. Cuatro millones de víctimas dejó como saldo este genocidio que consistió literalmente en “matar de hambre” (Holodomor en lengua ucraniana) a la población.

La misma Applebaum afirma que “Ucrania siempre fue el granero de Rusia. Esa fue su fortuna. Y su desgracia. Y hoy vuelve a verse cercada por las armas como hace 90 años, por un remedo de stalinismo encarnado por Vladimir Putin. Pero no es la cosecha la razón de la intromisión rusa (…) Es el deseo de independencia de Ucrania que alborota los sentidos rusos…”.

 Al igual que Stalin, también Putin tiene su propio relato, el único que puede ser escuchado por su población. Con el falso argumento de “desnazificar Ucrania” ha entrado con sus tanques ultrajando el deseo de libertad de los ucranianos.

Al igual que Stalin, también Putin cuenta con idiotas útiles (¿o inútiles?) que creen en su relato, lo llaman amigo y les abren las puertas de su países.

 La demencial invasión del sátrapa ruso, alter ego del criminal Stalin, ya ha dejado miles de víctimas civiles, muchísimos de ellos niños y mujeres. Hubo ataques sobre hospitales, escuelas y universidades. También sobre supuestos corredores humanitarios convertidos en trampas mortales para aquellos que intentaban huir. Ya hay más de 2 millones de ucranianos que lograron escapar del hambre y de las bombas refugiándose en las naciones vecinas.

Un nuevo Holodomor asoma en Ucrania. La memoria viva de su pueblo, teñida de celeste y amarillo y manchada una vez más con la sangre de sus hijos, luchará hasta el final para evitarlo.

 

(*) Profesor de Historia, Magister en dirección de instituciones educativas, Universidad Austral, vecino de Pilar

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

7 + 3 =

Noticias relacionadas

Follow by Email
Twitter
YouTube
Instagram
WhatsApp