
Alejarse por un tiempo de una realidad que nos agobia y que a esta altura hemos naturalizado, nos permite ver y entender, desde otra perspectiva, las razones por las cuales algunos países funcionan y progresan y otros, como el nuestro, se debate en una mezcla perversa de anarquía, anomia y decadencia.
Tuve la oportunidad de visitar Suecia, uno de los países con mayor PBI por habitante del mundo, donde la calidad de vida de su sociedad es sorprendente. Los ingresos promedio son altos, pero también lo son los impuestos que todos los ciudadanos pagan religiosamente al Estado. Un Estado verdaderamente presente que, en forma transparente, devuelve los aportes de los contribuyentes en obras, transporte, seguridad social, salud y educación pública de calidad.
Un país que manejó adecuadamente la pandemia estableciendo los cuidados adecuados, pero evitando el cierre de las escuelas y de la economía. No olvidemos las famosas filminas de Fernández que en 2020 comparaba las medidas tomadas en ambos países, calificando poco menos que de asesino al gobierno sueco. Era la época en que Fernández nos mandaba a quedarnos en casa eternamente mientras celebraba festicholas en Olivos. El tiempo demostró quién tenía razón: la Argentina terminó de quebrar su endeble economía, profundizó la tragedia educativa y por supuesto, tuvo muchos más casos y más muertos por millón de habitantes que Suecia y que muchos otros países.
Hay por supuesto algunas diferencias sustanciales entre ambos países. Pero nada que impida que la Argentina pueda tomar un rumbo que en algunas décadas lo acerque al modelo sueco. ¿O sí?
En un artículo publicado por la BBC, el diputado Hakansson, del Partido Socialdemócrata sueco aseguró que los legisladores “somos ciudadanos comunes” y añadió que “No tiene sentido conceder privilegios especiales a los parlamentarios, porque nuestra tarea es representar a los ciudadanos y conocer la realidad en la que viven. Representar a los ciudadanos es un privilegio…”. Los legisladores suecos van al Parlamento por el “bronce”; en cambio, muchos de sus pares argentinos lo hacen por la “plata”. Conciben a la política como negocio y no como servicio.
Deseo mencionar aquí algunos ejemplos que configuran el perfil de la “anticasta” sueca. A los legisladores no se les asigna auto; a cambio de ello reciben una tarjeta que les permite usar el transporte público. No reciben beneficios adicionales como pasajes de avión y si quieren contratar asesores o secretarios lo tienen que hacer con sus propios recursos. Cada legislador tiene asignado un despacho que en promedio no supera los 7 m2. En Suecia la inmunidad parlamentaria no existe, el principio de igualdad ante la ley es real.
En la Argentina, un país quebrado económicamente, los legisladores tienen auto, chofer, pasajes de avión, secretarios y asesores pagados con la nuestra. Incluso, el Congreso les puede servir como refugio para protegerse de las condenas judiciales por corrupción
En Suecia, el salario de un parlamentario equivale a poco menos que el doble de lo que gana un profesor de primaria. Hasta 1957 no se pagaba salarios a los legisladores, luego se instituyó el pago con el objetivo de que ningún ciudadano quede impedido de acceder al Parlamento por razones económicas.
De todos modos, la idea es que el salario no tiene que ser muy alto porque no “debe volverse económicamente atractivo”. Un comité independiente, y no los propios legisladores, son los que disponen un aumento, y ello solo ocurre si la situación económica lo amerita. Para los legisladores que no viven en Estocolmo, se les asigna un departamento de unos 45 m2 muy austero, donde solo puede vivir solos; si viene a vivir con el parlamentario su cónyuge o un familiar debe pagar la mitad del alquiler.
En la Argentina, un representante del pueblo gana casi diez veces más que un maestro o un médico, y cobran muy bien el “desarraigo”. Parece que alejarse de sus pagos, los pone melancólicos.
En Suecia rigen unas reglas de viaje que los legisladores deben cumplir a rajatabla, como por ejemplo elegir el medio de transporte más barato, alojarse en un hotel económico y optar preferentemente por el transporte público en lugar del taxi. Los parlamentarios suecos deben presentar un programa detallado de su viaje y rendir los gastos realizados. ¿Hace falta describir como es en la Argentina?
Los parlamentarios suecos no reciben una pensión vitalicia al terminar su gestión. Sólo se les otorga una suerte de seguro de desempleo que conservarán por un tiempo siempre que acrediten que están buscando trabajo.
En la Argentina, a un legislador que haya pasado unos meses por el Congreso, le corresponde una pensión de por vida. La actual vicepresidente, ha logrado sumar a la pensión vitalicia como expresidente, la pensión como viuda de expresidente y la actual dieta como senadora. Casi 4 millones de pesos, el equivalente a 100 jubilaciones mínimas. Me pregunto si un exlegislador podrá conseguir trabajo en la actividad privada o solo está capacitado para vivir de la rosca política y del Estado.
En Suecia, a los legisladores locales, directamente no se les asigna salario. Me comentaba una guía, mientras visitaba el lujoso salón donde se entregan los Nobel, que los “concejales” de Estocolmo se reúnen cerca de las 17, después de que cada uno termina con sus actividades laborales diarias. La mayoría de ellos vive en departamentos de 30 m2 y por supuesto, llegan en bicicleta al recinto. Del mismo artículo de la BBC citado anteriormente, extraigo este comentario de la concejal Christina Elffors-Sjodin: “Ser concejal -opina- es un trabajo voluntario que se puede realizar perfectamente en las horas libres”.
En la Argentina, en Pilar más precisamente, los concejales, salvo honrosas excepciones, no hacen absolutamente nada. No se reúnen, no proponen proyectos de ordenanza y no ejercen control sobre el Ejecutivo, es más, en muchos casos están cooptados por este. Eso sí, cobran sueldos y tienen asesores pagos.
Es probable que una persona que permaneció aislada durante mucho tiempo diría que un país que es tan concesivo con los representantes de su pueblo es una nación rica y opulenta. Por el contrario, vería la austeridad sueca como sinónimo de esfuerzo y sacrificio de un país que quiere levantarse. Pero no, es al revés, el que no tiene es el que derrocha en una dirigencia política que nos está hartando con sus veleidades mientras el país se sigue hundiendo sin remedio.
En su libro “Política para Amador”, el filósofo Fernando Savater, dirigiéndose a su interlocutor, el joven “Amador”, señala que la palabra “idiota” proviene del griego “idiotés”, que hace referencia a aquellos que en la Antigua Grecia no se querían involucrar en política.
Los “vivos” que conforman la “casta”, que toman la política como negocio y que usan en provecho propio las necesidades del pueblo, ya hace rato que se involucraron, es más, se enquistaron en el Estado para vivir de él. Quizás haya llegado el tiempo de que los decentes, aquellos que siempre vivimos de nuestro trabajo y que nunca fuimos cómplices de los inescrupulosos, dejemos de ser “idiotas”.
(*) Profesor de Historia, Magister en dirección de instituciones educativas, Universidad Austral, vecino de Pilar