Columnistas

Una asociación perversa

Por Carlos Mira (*)

Una asociación que, bajo cualquier otra circunstancia podríamos denominar como “ilícita”, es la que tiene el control cultural de la sociedad argentina. Los socios son dos bloques humanos cuyo, affectio societatis no fue ensamblado en ninguna reunión cumbre sino que se fue conformando como una malla ampliamente extendida a la sombra del tejido mental peronista.

Un “bloque-socio” es la banda de vivos prendidos a los curros del Estado Benefactor. Detrás de los objetivos supuestamente plausibles del Estado de Bienestar (como se lo ha dado en llamar en el mundo) hay ventanillas con “beneficiarios” de ambos lados de las mismas. Cuando el Estado de Bienestar se construye sobre una sociedad de bajo amperaje moral, la invitación al curro es muy difícil de gambetear.

La propensión a la corrupción que semejante aspiración tiene (la de andar armando agencias de ayuda de todo tipo) solo puede ser compensada con una estructura mental educada en una moral cívica intachable que mantenga viva la aspiración sana de la ayuda (donde sea necesaria) pero que obture toda intención de utilizar la demagogia política para robar.

En sociedades donde ese cimiento moral es débil (por las razones históricas, culturales, religiosas o de tradición que fuesen) la estructura misma del Estado de Bienestar es un molde ideal para construir una pirámide de corrupción que tiene encumbrados, vivillos que se encaraman, mediopelos que colaboran y hasta “operativos” que se encargan de tareas a veces “pesadas” cuando alguien no quiere entender cómo funciona el sistema.

El otro “bloque-socio” de esta asociación, lamentablemente, son aquellos cuya mente ha sido colonizada por la indignidad de haberlos convencido de que, por sí mismos, no sirven para nada y de que precisan del Estado para sobrevivir.

Cuando esta “asociación” se perfecciona es muy difícil de destronar. Puede haber espasmos de indignación de corta duración, pero cuando alguien amaga arremeter contra los socios, el imperio de la cultura dominante corta el impulso del espasmo y las cosas vuelven a la “normalidad” que la asociación quiere.

El “bloque-socio” que logró encaramarse en el Estado naturalmente tiene sus propios intereses personales metidos en el estofado y cuenta con la poderosa arma de la demagogia para acicatear al otro “bloque-socio” para que ponga el grito en el cielo contra el que se propone arremeter contra los curros que tanto costó armar y de los que viven todos.

Esta conformación social de la Argentina ha sido notoriamente profundizada por el peronismo pero no es esencialmente peronista: es esencialmente argentina. Es más, el peronismo sigue perdurando en el país aún cuando el nazismo cayó en Alemania, el fascismo en Italia y el estalinismo en Rusia, porque el peronismo encaja perfectamente con una estructura cultural/mental que la Argentina traía desde la Colonia.

El hecho de que los textos de Alberdi podrían ser publicados hoy sin problema alguno, solo cambiando las fechas y algun que otro modismo, se debe a que la mentalidad que dominaba el país a mediados de 1800 es la misma que lo domina hoy.

La aspiración a encontrar atajos que disminuyan los esfuerzos, aún cuando eso implique entregar productos malos o no alcanzar niveles de vida mejores, siempre estuvo presente entre nosotros. El conformismo (que Alberdi llamaba “pauperismo mental”) fue una característica nacional que, cuando se la confrontaba con las aspiraciones de “grandeza” que sí supo tener una elite minoritaria, fue defendido como un sentir popular de “modestia” que debía imponerse por sobre las “extranjerizantes” ínfulas de notoriedad.

Ese condimento de la personalidad nacional le vino como anillo al dedo a un movimiento que se había propuesto explotar al máximo ese populismo en el caso de que llegara alguien con la idea de mirar hacia lo mejor de afuera para intentar copiarlo y vivir mejor: el conformismo populista argentino le pegaba el rótulo de “vendepatria”.

Una de las características que tiene el “afuera” es el orden económico lógico. Por lo tanto, el nacionalismo populista no tardó en hacer un sinónimo entre el “orden económico lógico” y lo “extranjerizante”: pretender orden económico era ser poco menos que un agente yanqui.

Ese verso fue inflamado desde las altas torres del “bloque-socio” encaramado en el Estado (lo que Milei llamaría “casta”) para que el “bloque-socio” dependiente que vive en la miseria de la explotación, tuviera un argumento más para defender el statu quo que favorece al “bloque-socio” dominante.

Si bien nos fijamos se trata de una asociación perversa en donde uno de los socios explota al otro condenándolo a vivir en la escasez pero a su vez lo usa como caballería de defensa cuando algún factor amenaza su dominio.

Naturalmente lo primero que notaría un observador imparcial sería que cualquiera que se propusiera terminar con esta malversación debería abrir los ojos del “bloque-socio” explotado para que deje de sostener al “bloque-socio” explotador.

Pero cuando eso ocurre, las cosas que hay que hacer para derribar al “bloque-socio” explotador tienen un costado de perjuicio inicial para el “bloque-socio” explotado, entonces lo que los que componen el “bloque-socio” explotado retrotraen sus ínfulas indignadas por el espasmo y vuelven a pensar según los cánones bajo los que fueron educados, con lo que el círculo vicioso vuelve a empezar.

Lo que se produjo en la Argentina luego de que el kirchnerismo asqueara a todo el mundo con 20 años de disparates, fue un espasmo indignado. El resultado del espasmo fue una aparente decisión de terminar de una vez y para siempre con una forma de organización social que fue la causante de que, primero el peronismo, y luego, el kirchnerismo existieran.

Pero puestas las manos a la obra, los socios de la eterna asociación argentina empezaron a dar muestras de resistencia. El “bloque-socio” explotador, por intereses; el  ”bloque-socio” explotado, por temor. Este último reculó sobre sus más atávicas costumbres y tradiciones (por ejemplo, cuando se levantó el cepo a los alquileres que habían mandado la oferta inmobiliaria a cero y que había dejado a los inquilinos sin departamentos, en lugar de haber alegría hubo un generalizado efecto de “¡uy! ¿Y ahora qué hago?”) y gran parte de los individuos que lo integran empezaron a pensar si había estado bien el hecho de haberse dejado llevar por el espasmo indignado.

Los más conspicuos individuos que integran el “bloque-socio” explotador sacaron las garras para defender hasta la muerte sus espacios de privilegio y las millonadas que se roban y por las que se pueden dar el lujo de no dar cuentas porque el “bloque-socio” explotado prefiere dejarlas pasar a que se materialice la amenaza con la que los amedrentan: perder “los derechos” que ellos le hicieron “ganar”.

A los efectos de dilucidar si la Argentina tendrá arreglo o no, puede ser útil trazar una línea del tiempo y ver cuál fue nuestra historia desde 1810 hasta hoy. Si uno hace ese ejercicio verá que la estructura de la asociación “bloque-socio explotador” y “bloque-socio explotado” no desapareció completamente nunca.

Solo durante un breve periodo de 70 años (desde que se sanciona la Constitución hasta el golpe de 1930)  pareció haber una posibilidad de que ambos bloques socios se disolvieran. El primero en un conjunto de políticos con sentido del deber cívico y del servicio público que no tomara los sillones de Estado para su propio beneficio; y el segundo en millones de individuos decidiendo en libertad su propia vida dentro de un marco jurídico de igualdad ante la ley y de imparcialidad de la Justicia.

La interrupción institucional de 1930 y los acontecimientos internacionales que terminaron la alianza comercial privilegiada del país con Gran Bretaña, dieron la oportunidad para que los viejos socios volvieran a juntarse: los estatistas por intereses y los individuos por miedo. Siempre la misma historia: el curro y el temor. Se trata de una unión malsana: cuando unos ven que el miedo de algunos puede ser funcional a su interés se conforma una alianza maléfica de la que la Argentina no ha podido salir.

¿Durará esta vez el espasmo indignado el tiempo suficiente como para que quien se propone disolver la sociedad enfermiza entre el “bloque-socio explotador” y el “bloque-socio explotado” produzca resultados que el “bloque-socio explotado” juzgue como beneficiosos como para romper su alianza con el “bloque-socio explotador”? Nadie lo sabe. Hasta ahora los indicios vienen mezclados. Pero el tipo de mentalidad que ya lleva más de 3 siglos instalada en estas playas no debería ser subestimada por los que muestran un excesivo optimismo.

 

(*) Periodista de actualidad, economía y política. Editorialista. Abogado, profesor de Derecho Constitucional. Escritor

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