Hacia fines de marzo de 2020, cuando comenzaba la pandemia y su consecuente cuarentena que a la postre se tornaría eterna, el presidente Fernández fue consultado por la apertura de las escuelas. Era una pregunta precoz pero muy atinada, que vislumbraba los efectos devastadores que iba a terminar generando el cierre de los establecimientos educativos sobre los aprendizajes y la salud emocional de millones de niños y adolescentes. «Eso puede esperar -aseguró Fernández- Si hay algo que no me urge es el inicio de clases. Después veremos cómo compensamos esos días.No van a sufrir [los alumnos] por terminar el colegio un mes antes o un mes después». Como sabemos, durante todo 2020 las escuelas permanecieron cerradas sin que a las autoridades educativas se les cayera una sola idea para encontrar alternativas a la presencialidad plena. Era a todo o nada, no había lugar, aunque más no sea, para un encuentro semanal de pequeños grupos de alumnos con sus maestras. En el reino del revés en el que se había transformado el 2020 los trabajadores de los supermercados eran considerados esenciales; no así los maestros y profesores.
Durante gran parte de 2021, el gobierno nacional, con el acompañamiento de la gran mayoría de las provincias, mantuvo la misma tesitura de mantener cerradas en forma parcial o total las escuelas. A esa altura ya era notorio que la educación presencial no encontraba equivalente en la virtualidad y que los alumnos de los sectores más humildes de escuelas públicas no tenían acceso a dispositivos que les permitiera tener clases a distancia. Para entonces, ya eran cientos de miles los alumnos que habían abandonado la escolaridad y numerosos los jóvenes y adolescentes cuya salud mental había sido dañada al perder el espacio natural de socialización que ofrece la escuela. Pero no había caso, gobierno y sindicatos docentes tildaban de “asesinos” a los padres y estudiantes que se organizaban para reclamar la vuelta a la normalidad escolar. Para abrir las escuelas en su jurisdicción, el jefe de gobierno de CABA debió interponer un recurso ante la Corte Suprema que convalidó lo expresado por el art. 5 de la Constitución Nacional.
Por lo tanto, ante el ostensible desprecio por la educación puesto de manifiesto en los dos años anteriores, resulta por lo menos sorprendente e improvisada la decisión de agregar una hora de clase a la jornada escolar en las escuelas de gestión estatal, a casi dos meses de iniciado el actual ciclo lectivo. ¿Quién podría no estar de acuerdo en incrementar la magra carga horaria escolar que tienen los alumnos más humildes? (En Chile, por ejemplo, los alumnos tienen 1026 horas de clase anuales contra las módicas 720 de nuestro país). Nadie, excepto los Baradel de la vida y los militantes de la ignorancia que se oponen sistemáticamente a todo aquello que suponga tocar el statu quo imperante en materia educativa. Sin embargo, la implementación inmediata de 5 horas de clase por turno cómo única respuesta a la tragedia educativa que vivimos, nos lleva por lo menos a hacernos dos preguntas: ¿Está en condiciones el sistema escolar (edificios, recursos humanos, etc.) y la logística familiar para adaptarse rápidamente a este cambio? ¿Son conscientes las autoridades educativas de la magnitud de la reforma que debe hacerse más allá de lo que aportaría una hora más de clases?
Respecto al primer interrogante, no hay dudas que la carencia de edificios escolares y la limitación que supone que una misma maestra trabaje en dos escuelas distintas en las que puedan superponerse los horarios, llevaría a adelantar los horarios de ingreso del turno mañana a las 7/ 7,30 y retrasar el horario de salida del turno tarde a las 17,30/18. En un conurbano bonaerense explosivo e inseguro sería un enorme riesgo que los alumnos salgan o retornen de noche a sus hogares, generando además numerosos trastornos para sus padres. Por otro lado, especialistas como el biólogo Diego Golombek, que trabaja para el ministerio de educación, ha venido alertando sobre la necesidad de que los niños comiencen su jornada escolar más tarde para mejorar su calidad de vida y la calidad de sus aprendizajes. Evidentemente el diálogo entre el actual ministro Perczyk y el neurocientífio Golombek, ambos colaboradores del ex ministro Trotta, no era de lo más fluido.
La única solución viable y sustentable para este dilema, es la construcción de más edificios escolares para que todos los alumnos, con horarios de ingreso y egreso razonables, tengan entre 6 y 8 horas diarias de clase. Es evidente que esto solo se puede lograr con una política de Estado que establezca plazos y objetivos concretos. Me vienen a la mente, y estoy seguro que a los lectores también, múltiples gastos innecesarios e improductivos del presupuesto estatal que podrían derivarse al mejoramiento y construcción de nuevos y modernos edificios escolares.
Con respecto al segundo interrogante, es bueno recordar primero la realidad educativa sobre la cual estamos parados. Algunos datos nos ilustran al respecto:
- En las últimas mediciones PISA realizada por la OCDE sobre 77 países, nuestros estudiantes ocuparon el lugar 63 en comprensión lectora, el 65 en ciencias y el 71 en matemáticas.
- Según el Observatorio Argentinos por la Educación, de cada 100 chicos que ingresaron en la escuela primaria en 2009, solo 53 terminaron en tiempo y forma la escuela secundaria; de esos 53 solo 16 comprenden razonablemente lo que leen y saben hacer operaciones matemáticas simples. Este es un promedio que adquiere categoría de escándalo si hacemos foco en algunas provincias como Chaco, Formosa y Santiago del Estero donde solo 5 chicos de cada 100 termina la secundaria en el plazo previsto.
- Según el barómetro de la deuda social de la Universidad Católica Argentina, la pobreza alcanzó al 44,7% de la población en 2020; de ese porcentaje el 26,6% no terminó la escuela primaria y el 61,2 no finalizó los estudios secundarios.
- A nivel universitario, según un informe de 2018, solo el 31,3% de los estudiantes terminan su carrera de grado en los plazos normales, a diferencia por ejemplo de Brasil, donde el 49% lo hace en tiempo y forma.
Para completar esta grave realidad, podríamos agregar los números que hablan de la cantidad de alumnos que han desertado de la escuela, las enormes dificultades de aprendizaje y los serios problemas emocionales que nos ha dejado como legado la falta de presencialidad escolar de los últimos dos años.
En una entrevista que le realizó la periodista Luciana Vázquez, el sociólogo y especialista en educación, Emilio Tenti Fanfani reconoce que la escuela es una institución que debe ser enriquecida desde la infraestructura física, equipamiento, mayor carga horaria etc., pero sobre todo, “es necesario enriquecer las capacidades y competencias de los docentes que son los que dan vida a esas instituciones”. Tenti Fanfani coincide con su entrevistadora que los políticos juzgan su paso por el área educativa en función de lo más tangible, es decir, libros, computadoras, nuevas escuelas. Y anuncios de una hora más de clases, agregaría yo, medida de difícil aplicación pero que ya tuvo una amplia difusión. “…Eso rinde más porque se ve (…) le podés sacar fotos -dice Tenti Fanfani-” y agrega “Es facilismo, alcanza con tener el dinero (…) en cambio, los cambios en las actitudes, las predisposiciones y los conocimientos llevan tiempo. Y no se pueden mostrar tan fácilmente”.
Coincido con el especialista que la gran transformación educativa que la Argentina necesita no pasa por anuncios rimbombantes sino por una verdadera capacitación y formación docente que permita proveer a los alumnos de las dos grandes herramientas que son a su vez la llave para acceder a otros conocimientos: lengua y matemática. “Ese es el conocimiento que empodera; ahí sí está el poder liberador de la escuela (…) te puede proveer un capital cultural que es muy importante para definir el lugar que los individuos tienen en la sociedad”. La escuela tiene que poder vencer el determinismo social que implica que un chico llegue a la escuela sin haber visto jamás un libro, sin que nadie le haya leído y sin haber usado nunca un lápiz, -dice Tenti Fanfani- , y aboga por una pedagogía más intervencionista, más conservadora.
Al igual que su colega, la investigadora de Flacso Guillermina Tiramonti, la emprende contra ese “progresismo pedagógico” que pretende que los alumnos más pobres aprendan “espontáneamente”. No hace más que ir en contra de los intereses de aquellos sectores que dice representar. En su último libro, “El gran simulacro. El naufragio de la Educación en la Argentina”, Tiramonti, concordando con Tenti Fanfani, critica ese falso progresismo que han internalizado los docentes, donde es más importante contener a los alumnos que enseñarles, y reclama una pedagogía más dirigista para educar a los sectores más pobres de la población que carecen de estímulos en sus hogares. La educación argentina se ha convertido en un gran simulacro, afirma la especialista; a juzgar por los últimos resultados parece que enseña pero en realidad no lo hace.
En definitiva, la dimensión de las transformación educativa que hay que realizar es ciclópea, comenzando por el cambio de mentalidad que debe operarse en la dirigencia política, en los sindicatos docentes y en los propios maestros y profesores que deben capacitarse y formarse adecuadamente (con salarios acordes) para tamaña tarea.
Una hora más de clases, de difícil implementación en el contexto actual, suena a poco para semejante emergencia. Es apenas una aspirina para una grave enfermedad.
(*) Profesor de Historia, Magister en dirección de instituciones educativas, Universidad Austral, vecino de Pilar