Columnistas

Victimizarse, el juego que más le gusta al peronismo

Por Gastón Bivort (*)

El cuarto kirchnerismo, este engendro político donde manda una vicepresidente que decidió poner en el freezer al presidente y a su vez tercerizar el gobierno en manos del expresidente de la cámara de diputados, pareció, hasta hace poco tiempo, haber entrado en un callejón sin salida. ¿Cómo justificar, desde su perspectiva “nacional y popular”, una inflación descontrolada que deja cada vez más argentinos debajo de la línea de pobreza? ¿Cómo explicar a la sociedad los inevitables recortes al presupuesto y la suba de tarifas que debió emprender el nuevo receptor de la franquicia?

Resultaba insuficiente la retórica discursiva que ensayaron algunos funcionarios tan creativos como Malena Massa, titular de AYSA y esposa del nuevo superministro, quien señaló que no se trataba de un aumento de tarifas sino de “una redistribución de subsidios”, o como lo hizo el secretario de comercio, Matías Tombolini, quien aseguró que la “inflación es una percepción”.

Sin embargo, cuando todo parecía perdido porque ya no había nada para ofrecer a los fieles, la dueña del gobierno desempolvó una vieja estrategia que el peronismo viene utilizando con éxito desde su nacimiento allá por 1943. Victimizarse es el juego que más le gusta al partido de Perón y una vez más encontró la oportunidad para jugarlo.

La vicepresidente logró transformar el alegato de un fiscal, que pidió su condena basándose en las numerosas e incontrastables pruebas que reunió en su contra, en una persecución político judicial que tiene como único objetivo proscribir a ella y al peronismo, movimiento al que se aferró con una renovada y desconocida devoción. Aseguró que los doce años de condena que pidió el fiscal se correspondían con los doce años más felices que vivió el pueblo argentino. Su feligresía asintió conmovida.

También logró instalar la idea de que Larreta ordenó sitiarla con vallas en su domicilio y que mandó a la policía para reprimir a los militantes congregados para protegerla. Con su verba inflamada e irresponsable, arengó peligrosamente a los suyos jugando con fuego en un campo propicio para el incendio.

El peronismo dice tener una larga historia como víctima, pero nunca se reconoció victimario. Se presentó siempre como la víctima preferida de los golpes militares y los gobiernos autoritarios, aunque su líder tuvo un papel de segundo orden en el golpe de 1930 y fue protagonista principal en el de 1943. No está de más recordar su simpatía por los regímenes de Mussolini y Franco.

El partido de Perón se ha victimizado históricamente argumentando que se ha ejercido sobre él una represión inusitada; mientras tanto ha intentado esconder las persecuciones, torturas y cercenamiento de las libertades propias de sus dos primeros gobiernos, y la violencia irracional ejercida en los sangrientos años 70 por sus facciones de extrema izquierda y derecha: los montoneros y la triple A.

El hecho de encontrar siempre un motivo para victimizarse le ha servido al peronismo para sobrevivir hasta hoy. Ocurrió en 1955, cuando las persecuciones de la “libertadora” no hicieron más que reavivar una mística que en ese entonces estaba siendo opacada por las dificultades económicas y los conflictos con la Iglesia católica y otros sectores de la sociedad.

El historiador Félix Luna en su “Breve historia de los argentinos” reconoció que “…la revolución libertadora fue un hecho negativo. Si no hubiera ocurrido, Perón habría tenido que reformar su régimen […] y es probable que su mandato terminara con la derrota electoral de su partido […] Derrocado revolucionariamente, no concluyó la parábola de sus rectificaciones”.

En síntesis, según esta apreciación que comparto, el golpe del 55 no hizo más que alimentar un mito que por ese tiempo estaba en vías de desvanecerse. La victimización permitió la supervivencia del peronismo.

El golpe de 1976 obró de forma similar. Nadie en su sano juicio podía defender a un gobierno como el de Isabel Perón que había sumido al país en un desmadre económico y en un caos institucional que propició un baño de sangre del que fue rehén la sociedad argentina. Perón había activado la “bomba” antes de morir, al alentar al mismo tiempo a dos facciones opuestas incapaces de convivir dentro del mismo movimiento político.

Sin embargo, el golpe de 1976 sirvió una vez más como catalizador para que el peronismo se victimice y pueda purgar sus pecados. Para el relato peronista fueron sus militantes las víctimas predilectas de la dictadura; un relato que al mismo tiempo intentó ocultar la negativa de Luder a derogar el decreto de autoamnistía de los militares, la decisión del peronismo de no integrar la CONADEP y los indultos de Menem en los años 90.

Está claro también que para que una persona o un movimiento política tenga éxito en victimizarse, debe haber un público que efectivamente crea en ello. Y hasta ahora, y a juzgar por su capacidad para sobrevivir a pesar de su legado, lo viene consiguiendo. Incluso ha logrado instalar algunas creencias populares que le han sido redituables hasta hace poco tiempo: “El peronismo es el único partido que puede controlar la calle”, “El peronismo roba, pero hace” o “Alberto es un moderado”, como pensó el 48% de la gente que lo votó.

Los últimos acontecimientos le han demostrado a gran parte de ese público las falacias que encierran estas frases. Desde hace un tiempo a esta parte, a la calle la han tomado los movimientos sociales con sus acampes y piquetes. A juzgar por los paupérrimos indicadores económicos y sociales, el peronismo hace tiempo que ha dejado de hacer, pero roba; eso sí que no es una falacia. Quedó demostrado también que Alberto no es un moderado, ni siquiera un presidente; en realidad es muy difícil definir qué es y cuál es su rol en el actual esquema de poder.

Hoy las cartas están sobre la mesa, las ha puesto el fiscal Luciani para que la evidencia evite que la mayoría de la sociedad argentina vuelva a caer en la vieja trampa de la victimización a la que apelan nuevamente la vicepresidente y su partido. Algunos, cual fanáticos de una secta, no podrán evitarlo.

Contó en una oportunidad Jorge Luis Borges, que un joven se ofreció a ayudarlo a cruzar la calle y que mientras lo hacía le confió que era peronista. “No se preocupe –le respondió Borges- yo también soy ciego”.

PD: El presente artículo fue escrito con anterioridad a los episodios ocurridos entre el jueves y viernes últimos. Antes de que Máximo Kirchner dijera, dirigiéndose a la oposición, “Ellos están viendo quien mata al primer peronista”; antes del supuesto (hasta que la justicia lo demuestre) intento de asesinato de la vicepresidente y antes de que el presidente Fernández decretara feriado nacional y convocara a una pueblada en plaza de Mayo. A buen entendedor, pocas palabras.

 

(*) Profesor de Historia, Magister en dirección de instituciones educativas, Universidad Austral, vecino de Pilar

 

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