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Anécdotas: el médico del Central de Pilar asustado por «lesiones que nunca vi»
Pequeña pero necesaria, esta anécdota ilustra a las claras la preparación profesional de algunos médicos que se desempeñan en el ámbito público del distrito.
La semana pasada, en horas de la noche, un hombre llegó a la guardia del Hospital Central de Pilar aquejado por una erupción cutánea que tomaba la mitad de su cabeza y de su cara, además de un fuerte dolor en la zona de la nuca. Ya había conversado con una dama que se supone medio curandera, y su diagnóstico fue tajante: «Eso es culebrilla, de un daño que le hicieron».
Por supuesto, pudo más la racionalidad y aún en medio de la festividad de fin de año y el consiguiente feriado, el paciente decidió buscar un profesional que atendiera su padecimiento y recetara algún remedio que aliviara su dolor. Así fue que llegó al Central, sobre la Panamericana, donde después de registrarse, se instaló en una cómoda y fresca sala de espera al tiempo de reconocer -a pesar de su posición contraria a la del intendente- que «el hospital quedó muy lindo».
No debió esperar demasiado para su entrevista con el clínico de guardia -lo que ya es todo un logro-, y al ver su nombre en las pantallas se encaminó hacia el consultorio designado. Ahí, detrás de una computadora, lo esperaba un hombre joven, con marcado acento o colombiano, o peruano, o venezolano, o boliviano, que se esforzó en mostrarse empático con el doliente.
Aclaración necesaria: al protagonista de nuestra historia -y a quien escribe esto- de ninguna manera les molesta la procedencia ni de este médico ni de nadie en particular; sólo especulamos con su nacionalidad como un detalle descriptivo del profesional en cuestión.
El caso es que tras escuchar los detalles de la dolencia, se calzó unos guantes descartables y se aproximó a la cabeza del paciente para, inmediatamente, casi saltar hacia atrás y al borde del susto, con los ojos muy abiertos, exclamar: «¡Jamás en mi vida vi lesiones así!».
Imagine usted el estado de ánimo del enfermo al ver y escuchar semejante reacción por parte de quien se supone debe darle alguna respuesta; cualquiera, para bien o para mal. Lo cierto es que después de reconocer su absoluta ignorancia sobre el mal que lo aquejaba, sin ocurrírsele siquiera -por simple curiosidad profesional- un «voy a consultar con algún colega», casi convencido de que se trataba de una brujería, el médico se desentendió por completo recomendando ver «un infectólogo, un dermatólogo, o alguien que sepa de estas cosas».
El caso es que «estas cosas» se solucionaron con una somera consulta a Google y una foto de la zona afectada enviada por whatsapp a un médico de vacaciones en la playa que contestó con un «ah, es herpes zóster, tomá (…) cada seis horas». Y eso fue todo.