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El centro de Pilar en la polémica: un «embellecimiento» que no conforma a todos
Fueron celebradas por la prensa salariomunícipedependiente como una verdadera innovación del centro de Pilar, pero las obras que se encararon -aún inconclusas- no hicieron más que generar molestias a peatones y automovilistas y enojo a no pocos comerciantes que padecen más inactividad a la ya ocasionada por la pandemia primero y la crisis económica después.
Los trabajos comenzaron en septiembre pasado, y se anunciaron para «embellecer el centro» (ese era el objetivo según el gran titular de tapa), con el anticipo del secretario del área en cuanto a que «en el perímetro de la Plaza (12 de Octubre) no se va a poder estacionar más».
Para el funcionario, con la medida «se le va a dar más espacio para que los negocios puedan avanzar y los peatones puedan circular más cómodamente por las veredas».
Y si bien algunos festejaron la idea, no faltaron los que la consideraron, de mínima, inoportuna, atendiendo a que había cosas más urgentes para atender, pandemia mediante. Este argumento, a su vez, se vio reforzado con el avance de las obras, en especial las de Lorenzo López, en el tramo de la parroquia de Nuestra Señora del Pilar, de bienvenida restauración ya que se la debían desde hace años.
Esta calle era ya el preámbulo de lo que se venía y ya se ve: la plaza cercada por unos enanos de cemento de unos 40 centímetros, peligrosos para peatones y conductores, y solo una calzada para la circulación vehicular, calzada a la que, además, se accede después de escalar con el auto unos 30 centímetros. Para no hablar de los desagües, que rebosan de basura, y ya están obviamente obturados, lo que hace presumir que frente a una lluvia fuerte los moradores del centro deberán movilizarse en canoas, y de la falta de sitios para estacionamiento de automóviles, cosa impensada para la plaza principal de una ciudad.
Quien mejor describe la situación es un comerciante de la zona y miembro de una de las familias más tradicionales del distrito, Enrique Bértola, a través de una carta que publicó en sus redes y luego replicaron entidades como Comerciantes Unidos de Pilar. En ella, Bértola celebra «toda obra pública», salvo «cuando se gasta con el mismo criterio, asesoramiento y sin planificación», en la certeza de que «se está tirando el dinero de los contribuyentes» lo que «en lo personal, me molesta muchísimo».
Por su experiencia de «61 años de vivir en la calle Rivadavia», el comerciante se mostró convencido de que lo que necesita Pilar «para poner en valor su casco histórico», son «calles anchas», obras hidráulicas «para que no nos inundemos con cuatro gotas de lluvia», y estacionamiento.
En ese entendimiento, Bértola cuestionó la instalación de los pilotines en todo el perímetro, «una verdadera trampa para peatones y automovilistas», el ancho de calzada, «dos vehículos juntos no pasan», y el adoquinado «inútil» que «quita todo el estacionamiento, salvo que se lo destine a los vendedores ambulantes».
Al respecto, pidió que «de ser así, nos avisen, que cerramos todos los comercios y vamos con mantas a vender a la plaza, con lo que dejaríamos a miles de familias (las de nuestros empleados) en la calle». «Cero alquiler, cero tributo, cero inversión privada», razonó.
También advirtió que «si algún ingeniero hidráulico me explica cómo calculó los desagües pluviales que están haciendo, yo dejo de lado mi experiencia de tantos años en el centro de Pilar para dedicarme a temas hídricos».
El comerciante pidió además que «se demuela la peatonal de la Rivadavia al 700», y que se termine con la restricción de la circulación vehicular: «Ya nadie quiere entrar al centro de Pilar», apuntó, lo que es absolutamente cierto, aunque no desde ahora y por estas obras.
Hace años que el centro de Pilar agoniza, oscuro y sin brillo, arrinconado sin misericordia por el KM 50, que ofrece atractivos tales como luminarias, sendas peatonales bien delineadas por canteros con mucho verde, lugar de sobra para estacionar, seguridad (mucha), y horarios corridos, acordes a los tiempos de vértigo que se viven.
El casco histórico, en tanto, se debate entre el conservadurismo de algunos de sus vecinos, reacios a los cambios y con sus ya proverbiales presiones a los intendentes y funcionarios de turno que, a su vez, hacen como que los escuchan y acatan sus imposiciones. De esta manera, el centro sigue igual, y la dirigencia municipal se ocupa de lo que realmente le importa: desarrollar el km 50 (donde hay más recaudación, por derecha y por izquierda) y las zonas que tengan que ver con los countries (porque ahí viven).
A estos dos factores que operan desde las ocho manzanas que rodean la plaza 12 de Octubre hay que sumar a la SCIPA, la Cámara de Comercio que, mediante el accionar de algunos de sus integrantes y desde tiempos inmemoriales, se preocupan más por no malquistarse con los gobernantes, en especial si son peronistas, que en defender realmente a sus asociados frente a los abusos del poder.
Es decir, sabedora que este plan de «embellecimiento» mas perjudica que beneficia a los comerciantes, a la SCIPA no se le movió un pelo. De hecho, y revisando viejos archivos periodísticos, quien suscribe estas líneas no pudo encontrar ninguna polémica con la intendencia que la haya tenido como protagonista. Amagues y tibias declaraciones son lo único que se puede advertir por parte de la institución. Pero opiniones o hechos enérgicos y con toda la voz, jamás.
Ahora bien, cada tanto y como para mostrar que se hace algo, desde el municipio se la agarran con la plaza principal. Pintan los bancos, agregan o retiran mobiliario, cambian las lamparitas, podan alguna glorieta, pero el centro no cambia, y seguramente seguirá de la misma forma, porque estas modificaciones de ahora durarán hasta el próximo recambio en la administración o hasta que se enojen mucho los vecinos. Pero ya vendrá otro intendente como éste, que supone que piscinas, pilotes de cemento y ensanche de veredas constituyen grandes obras que servirán para perpetuar su memoria y, de paso, aumentar el caudal electoral.
Pero hagan lo que hagan, sin criterio, razonabilidad y planificación de cara al futuro y con respeto por el pasado, el casco histórico de Pilar seguirá en agonía. Ojalá a nadie se le ocurra darle el tiro de gracia.