Columnistas

Un país al borde de la anomia

Por Gastón Bivort (*)

Emile Durkheim, uno de los padres de la sociología moderna, acuñó el término anomia para describir cierto tipo de comportamiento humano donde la capacidad de autorregulación individual está tan debilitada que en casos extremos puede conducir al suicidio de una persona. El jurista y sociólogo alemán Peter Waldmann reinterpretó y reorientó la noción de anomia esbozada por Durkheim para aplicarla al estudio del comportamiento estatal en los países latinoamericanos.

En su libro “El Estado anómico. Derecho, seguridad pública y vida cotidiana en América Latina”, publicado a comienzos de este siglo, Waldmann sustentó su tesis definiendo las características que distinguen a un Estado anómico. Este tipo de estado no ofrece a sus ciudadanos un marco de orden legal-racional para su convivencia en el ámbito público, al contrario, es permisivo frente al desorden o al caos que puede promover una parte de la sociedad. Asimismo, La debilidad de las instituciones estatales conduce a que movimientos sociales y gremios organizados impongan sus intereses sectoriales por encima de lo público. Por último, los funcionarios de la administración pública, jueces, fiscales y policías, actúan desoyendo la normativa vigente.

En síntesis, las conclusiones a las que arribó la investigación de Peter Waldmann, desnudan la debilidad estatal que prevalece en muchos de los países de esta región, que se ve reflejada en una constante inseguridad, irregularidad y desacato y en comportamientos opuestos a la normativa jurídica vigente, es decir, se trata de un Estado que está lejos de ser un garante de la paz interna y la seguridad pública; es aquí donde reside su carácter de anómico.

Debemos admitir con resignación que por estas horas la Argentina se ha convertido en el ejemplo más palpable de un Estado anómico, tal como lo describió el citado sociólogo alemán. Asistimos, en forma simultánea, a un tristísimo espectáculo signado por las tomas de fábricas y bloqueos sindicales que obstaculizan el normal desenvolvimiento de varias empresas; por las tomas de escuelas en la ciudad de Buenos Aires ejecutadas por alumnos pero fogoneadas por sindicatos docentes; por el acampe piquetero en la 9 de julio más las violentas usurpaciones de tierra y ataques a gendarmes en el sur. Mientras tanto, y frente a este combo de caos y desorden público, el Estado, se comporta como un espectador más, sin atinar a reacción alguna frente a este país “tomado” en el que se convirtió la Argentina.

No hay duda alguna que todas y cada una de las situaciones descriptas configuran delitos y violaciones flagrantes de derechos constitucionales. Las tomas de fábricas lesionan el derecho de propiedad de sus dueños (art. 17 CN) y el derecho a trabajar de aquellos empleados que no desean sumarse a la medida de fuerza (art. 14 CN).

Las tomas de escuelas implican también una usurpación de la propiedad (art. 17 CN) y una restricción al derecho de aprender que tienen todos los alumnos (art. 14CN). Para llevar a cabo las tomas (son más de diez las escuelas en esas condiciones), los adolescentes utilizaron un instructivo proporcionado por sindicatos docentes que convirtieron a los chicos en “idiotas útiles” de sus intenciones: una de las “razones” de las tomas es solidarizarse con los docentes que se oponen a tener las jornadas de perfeccionamiento los días sábado a fin de evitar la pérdida de días de clases. La idea de que las pasantías laborales los convierte en esclavos porque no reciben paga, es otro descabellado reclamo producto del adoctrinamiento ideológico que reciben de algunos docentes.

El enésimo acampe de movimientos sociales por tiempo indeterminado en la 9 de Julio, más allá de la justicia o no del reclamo, es claramente violatorio del derecho a transitar libremente según lo establece el art. 14 de la Constitución.

Lo que está ocurriendo desde hace ya algún tiempo en el sur del país es gravísimo. Grupos de seudomapuches, que se creen con licencia para incendiar y usurpar violentamente la propiedad, sea de carácter pública (parques nacionales y tierras del ejército) o privada(instituciones, operadores turísticos y vecinos indefensos), se mueven con total impunidad. En los últimos días desalojaron a balazos un puesto de gendarmería en Villa Mascardi, que posteriormente incendiaron y usaron como barricada para desde allí pergeñar nuevas usurpaciones. Demás está decir que no solo violan la CN sino también el código penal.

Volviendo al razonamiento de Waldmann está claro que el Estado argentino no garantiza la paz pública ni la seguridad interna, hace la vista gorda frente a aquellos sectores que promueven el desorden y el caos y son permisivos con movimientos sociales y gremios que imponen sus intereses sectoriales sobre el interés público. Al no intervenir, el Estado argentino facilita el accionar violento e ilegal de grupos minoritarios que defienden sus intereses particulares por encima del bien común y ponen al país al borde de la anomia.

Lo que a mi juicio queda por preguntarnos es si esta anomia que supimos conseguir se trata de la mala praxis de un gobierno ineficiente, inoperante y fragmentado o se trata de una estrategia para enrarecer el clima político diseñada por el ala más radicalizada del oficialismo que responde a la vicepresidente.

Baso mi sospecha en que los sindicatos que toman y/o bloquean fábricas se identifican con una izquierda dura que desde hace tiempo coquetea con el kirchnerismo. Baso mi sospecha en quela toma de escuelas en CABA es promovida por adolescentes y jóvenes que militan en La Cámpora y por gremios docentes kirchneristas. Baso mi sospecha en que el principal promotor del acampe en la 9 de Julio es Juan Grabois, uno de los predilectos de Cristina Kirchner. Baso mi sospecha en que detrás de los autopercibidos mapuches se esconden exdirigentes montoneros reivindicados por el kirchnerismo como Roberto Perdía. ¿Suena raro no? todo al mismo tiempo y promovido desde un mismo sector…

Tengamos en cuenta que, si se trata de la primera opción, puede terminar ocurriendo lo que diagnosticaba Durkheim para las personas anómicas, es decir, podemos suicidarnos como país; en cambio, si la anomia se trata de una estrategia, Venezuela está a la vuelta de la esquina.

En cualquier caso, estemos atentos, es menester alejar a nuestro país del abismo de la anomia, haya sido autoinfligida por un gobierno de ineptos o provocada adrede por un grupo de inescrupulosos.

 

(*) Profesor de Historia, Magister en dirección de instituciones educativas, Universidad Austral, vecino de Pilar

 

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