Columnistas

El mal uso del lenguaje genera problemas de comunicación

Por Alberto Benegas Lynch (h) (*)

Como es bien sabido, las palabras sirven para pensar y para trasmitir pensamientos. El mal uso del lenguaje desemboca en problemas de comunicación. Me referiré aquí a cinco expresiones que estimo inapropiadas.

Primero, la noción de clases sociales, tan difundida. Son términos que provienen del marxismo, que atribuye clases distintas de personas entre el burgués y el proletariado, que Marx y Engels consideran basados en estructuras lógicas diferentes. De allí el polilogismo, aunque ningún marxista explicó en qué consisten las diferencias con la lógica aristotélica ni entre los silogismos de un burgués respecto de un proletario. Hitler y sus secuaces, luego de embrollos clasificatorios de ese estereotipo denominado “raza”, finalmente adoptaron el criterio marxista al atribuir modos opuestos de razonar entre el judío y el “ario”, pero rapaban y tatuaban a sus víctimas como única manera de diferenciarlas de sus victimarios.

Por otra parte, “clase baja” constituye una terminología repugnante, media es anodina y alta es de una frivolidad alarmante. Cuando se inquiere a los que emplean el término “clases” qué quieren decir, responden que se trata de ingresos bajos, medios y altos. Propongo entonces enfáticamente que digan eso y se abstengan de adherir al polilogisimo.

Segundo, se usa y abusa de la palabra “ideología”, que en su empleo generalizado no alude a la definición inocente del diccionario en cuanto a conjunto de ideas ni al marxista de falsa conciencia de clase, sino a una concepción de algo cerrado, terminado e inexpugnable, lo cual es la antítesis de lo que ocurre en una sociedad abierta. En esta línea argumental, hace mucho en este mismo medio publiqué un artículo titulado “El liberalismo como antiideología”. De todos modos esta palabreja en el habla convencional adquiere ribetes tragicómicos cuando entra en contradicciones varias, alegando que “no deben hacerse cuestiones ideológicas” en el contexto de lo estipulado por el diccionario, con lo que parecería que debe opinarse sin ideas ni pensamientos. Se recurre a “ideología” como un insulto cuando se refiere a conjunto de ideas y no cuando lo hace apuntando a la antedicha noción de algo cerrado que está en las antípodas del conocimiento. Por ello se cae en el ridículo cuando se habla de medidas ortodoxas o heterodoxas, que están bien para la religión pero no para la ciencia, donde no hay dogmas y donde se está permanentemente en la busca de nuevos paradigmas.

Tercero, se hace referencia a “los pueblos originarios” en América, cuando sabemos que el origen del humano procede de África y quienes llegaron a nuestro continente lo hicieron vía el Estrecho de Bering, cuando las aguas estaban bajas. Por ende, se trata de inmigrantes originarios.

Cuarto, a esta altura de los acontecimientos los vocablos geográficos de “derecha e izquierda” me suenan con tan poco sentido como arriba, abajo, atrás o adelante. La llamada “derecha” tiene la connotación de fascista y de conservador, en este último caso no de conservar el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad, sino el estar enredados en pesadas telarañas mentales que no permiten desprenderse del statu quo. Por otro lado, las denominadas izquierdas han abdicado de su sentido original, puesto que quienes se sentaron a la izquierda del rey en la Asamblea de la Revolución Francesa en 1789 (antes de la contrarrevolución de los jacobinos) se oponían al abuso del poder y a los privilegios, pero luego se sumaron a los que pregonaban el uso de las botas para aplastar libertades y suscribir privilegios de los socios del aparato estatal.

Entre otros pensadores, Revel, en La gran mascarada, subraya el estrecho parentesco intelectual entre nazi-fascistas y marxistas. Por mi parte, he reiterado ad nauseam que se emplee estatismo o liberalismo para separar las aguas sobre dos visiones contrapuestas en las relaciones sociales. Ni siquiera “populismo” satisface el necesario rigor, ya que oculta o disfraza las verdaderas diferencias al proponer algo que tiene visos de cierta pretensión de neutralidad. Para no decir nada de la sandez de “neoliberalismo”, con el que ningún intelectual serio de nuestra época se siente identificado. Mario Vargas Llosa resume muy bien este sinsentido: “En mi vida, que va siendo larga, me he encontrado con muchos liberales y muchos más que no lo son, pero nunca me he topado con un neoliberal”.

Y quinto, el ya célebre dictum de “dato mata relato” que dejo para el final, ya que hay que detenerse en algún espacio puesto que no resulta sencillo desenmascarar este peculiar aforismo, en el que relato quiere decir análisis errado de la realidad y el dato está basado en estadísticas que pretenden refutar lo anterior.

La conclusión fundamental de lo dicho es que si fuera cierto que dato mata relato ya no habría relato pues hubiera fenecido con todo el cúmulo de datos exhibidos. Sin embargo, observamos que los relatos no solo no han muerto, sino que se multiplican con audiencias cada vez mayores en nuestra época.

¿Por qué ocurre esta llamativa multiplicación? Pues porque el debate de fondo no tiene lugar entre dato y relato, sino en un plano anterior y de mucho mayor peso, cual es la confrontación entre interpretaciones contrarias de los nexos causales de la realidad y recién entonces, una vez comprendidos estos nexos, puede agregarse como una demostración de aquella refutación rigurosa la serie estadística en cuestión, que ya en esa instancia sirve para reconfirmar el punto.

Esto que dejamos consignado lo ha explicado el premio Nobel en Economía Friedrich Hayek en un célebre y notable texto titulado The Facts in Social Sciences, donde muestra la gran diferencia entre las ciencias naturales y las sociales. Señala que en el primer caso se observan hechos como la mezcla entre un líquido y otro en el laboratorio, que produce tal o cual resultado. Sin embargo, en ciencias sociales no hay laboratorio, sino que enfrentamos fenómenos complejos que hay que interpretar, no hay reacciones de laboratorio, sino que hay acciones humanas que requieren adecuada exploración.

Estemos atentos, pues no puede decirse sin equívoco que lo mismo que apuntamos antes si los datos mataran al relato este ya habría fenecido, también podría decirse que si las explicaciones sobre nexos causales en el otro plano al que aludimos fueran suficientes, las explicaciones erradas habrían desaparecido. Sin duda esto es así, pero la gran diferencia estriba en que ni remotamente se han difundido las argumentaciones para confrontar a los supuestos nexos causales implícitos y explícitos en las teorías equivocadas.

Esto para nada quiere decir que las series estadísticas no sirven, muy lejos de ello, son indispensables pero como complemento del referido andamiaje conceptual de interpretación. Nuevamente reiteramos, los pasos son primero despejar los conceptos y luego reconfirmarlos y ejemplificarlos con los datos numéricos, pero no a la inversa.

Existe la idea de que las mediciones verifican una proposición y que solo lo que se verifica empíricamente tiene sentido científico es incorrecto, como ha detallado Morris Cohen en Introducción a la lógica, esa misma proposición no es verificable y, por otro lado, tal como enfatiza Karl Popper en la ciencia nada es verificable, ya que, como hemos apuntado, el conocimiento está sujeto a corroboraciones provisorias y abiertas a refutaciones.

 

(*) Doctor en Economía y Doctor en Ciencias de Dirección, docente, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias, presidente del Consejo Académico de la fundación Libertad y Progreso

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