Columnistas

Abandonar las excusas para desterrar los vicios

Por Carlos Berro Madero (*)

Estamos convencidos que la sociedad en general comienza a comprender que 80 o más años de vivir arrastrándonos entre la incertidumbre y los fracasos, deben movernos a cambiar el rumbo de nuestras políticas erráticas sin dilación alguna.

Eso requiere un acto inicial de contrición (algunos ya lo han hecho, otros dudan aún en hacerlo), disponiéndonos a encarar cambios firmes –algunos muy dolorosos-, respecto de cuestiones ambivalentes con las que intentamos engañarnos a nosotros mismos, abandonando los pretextos que hemos cultivado, perorando sobre lo que no somos ni seremos quizá jamás. Al menos en los términos declamados.

Bastaría que dejásemos de hablar del “granero del mundo”, de la supuesta “inteligencia” sin par de nuestra gente, de recitar como un mantra algunas épocas de nuestra historia en las que fuimos “un ejemplo universal de pujanza” (sic) y otras cuestiones por el estilo totalmente desactualizadas, comprendiendo que los pretenciosos asertos anteriores han sido determinantes a la hora de quitarnos la posibilidad de proveernos una vida más feliz y exitosa.

Sobre todo, al no poder librarnos de “todos los arrepentimientos y remordimientos que suelen agitar las conciencias de esos espíritus débiles y vacilantes que se dejan llevar inconstantemente a practicar como buenas las cosas que luego juzgan malas” (René Descartes).

Al mismo tiempo, no desear nada de lo que nuestro entendimiento nos indica como imposible de lograr, comprendiendo que no hay cuestiones determinantes que nos pongan en ningún escalón superior al resto de la humanidad; siendo imperioso tratar de esforzarnos cada día un poco más y cultivar la razón y el conocimiento de la realidad, examinándola no cuando las cosas han ocurrido, sino cuando está teniendo lugar.

En esa dirección, vemos que, con virtudes y defectos, con colaboradores variopintos y usando un tono oral disruptivo poco común, Javier Milei ha plantado una estaca en medio del barro en el que chapoteamos.

Para poder examinarlo con razonamientos claros y seguros, deberíamos preguntarnos si no nos está interpelando para que abandonemos nuestro tradicional gattopardismo: “que todo cambie, pero nada cambie demasiado”. Y sobre todo, predicar una unión nacional que debería planificarse no con todos por igual, sino con quienes se hayan preguntado hasta cuándo estaremos dispuestos a prolongar una agonía que nos ha sumergido en una llamativa inconsistencia conceptual.

Los debates públicos son siempre interesantes, pero no es en la gestualidad o las chicanas de los contendientes que encontraremos soluciones para el futuro, sino en los fundamentos de los expositores. Aunque algunos duelan por su crudeza.

Al ver que muy pocos plantean estos asuntos en la dirección correcta, puede advertirse cuán asustados están frente a una evidencia de la realidad que indica que seguimos arrastrándonos, como siempre, en medio de morales provisionales y gestos tibios de convivencia, cuando lo que hay que hacer es “borrón y cuenta nueva”.

A buen entendedor, pocas palabras.

 

(*) Escribano, escritor, publica en Tribuna de Periodistas

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