El mundo está viviendo momentos muy particulares en materia de salud que hacen pensar en cuáles serían los pasos próximos que debieran dar los Estados para atender las consecuencias económicas que ya está provocando en la población mundial la emergencia sanitaria provocada por el denominado COVID-19. Un comentario realizado por el Presidente Ejecutivo de nuestra Fundación me sirvió como un disparador para concluir que aquellos gobernantes que comprendan que deben estar a la altura de las circunstancias, ya tendrían que tener un equipo de trabajo que esté desarrollando una suerte de Plan de Reconstrucción de Corto Plazo o de Coyuntura. Sobre esto, no obstante, caben algunas aclaraciones ya que si se trata de un esquema de salida de corto plazo, hay que plantear prioridades. Y una prioridad central es la vuelta al trabajo, a la producción pero no, en términos de un repetido slogan político, sino, en función de las reales posibilidades de supervivencia de una extensa población que, súbitamente, ha quedado desocupada porque sus fuentes de trabajo, sus empresas, han cerrado y no estarán en condiciones ciertas de reabrir cuando la pandemia comience a superarse finalmente, luego de varios meses. Y lograr esto ya no es tan fácil. Así, como hay un plan básico, en ejecución, para combatir la epidemia, también resulta necesario un plan de recuperación económica para cuando termine. Y es algo más, un Plan de Reconstrucción porque se profundiza el cierre de empresas y la desocupación, a medida que los tiempos de necesario aislamiento social con inmovilización de personas y empresas se prolongan indefinidamente. China, el país que más rápido controla la epidemia, ya la superó y se pone de vuelta a trabajar y producir, ¿totalmente? Simplemente, no. Sin embargo, con un Estado omnipresente, ya debe estar diseñando su Plan de relanzamiento de su economía, estableciendo prioridades de recuperación o reconstrucción de empresas y sectores. Lo que yo le enseño a mis alumnos de la Universidad y que aprendí en todos mis años de desarrollo de carrera profesional, es que la economía real, productiva, es de reacción más lenta que la economía financiera. Esa reacción todavía es mucho más lenta cuando hay que salir de la recesión para alcanzar un ciclo de recuperación y, en este caso, en medio de una recesión global.
Hay que fijarse que el PBI de China cae a 2,9% en 2020 y nadie puede suponer que esta caída en su crecimiento se revierta de un día para el otro cuando acabe la enfermedad. ¿Por qué? Porque muchas de las fábricas del mundo que dependían de los insumos chinos también se paralizaron o, difícil, pero factible, empezaron a desarrollar procesos internos de sustitución de algunos de esos insumos que no se produjeron por la epidemia. Si se fuesen a producir estos insumos en aquellas fábricas hoy paralizadas, no estaría cayendo el crecimiento chino a la mitad. Es decir que los chinos tienen que esperar que sus demandantes vuelvan a serlo y éstos, a su vez, que sus clientes recuperen su demanda. Los clientes, son las familias empobrecidas que quedan en esta situación y ese empobrecimiento se genera porque las familias se quedaron sin ingresos, porque mayoritariamente sus miembros quedaron desocupados o en el mejor de los casos, se les redujeron sus salarios en términos reales. En este proceso, de ida y de vuelta, de lo que se trata, es de poder pagar salarios, con lo cual, creo que no se podrán pagar la totalidad de los salarios -por los despidos habidos, mediante- y tampoco ajustarlos a la inflación, mientras no se alcance una firme recuperación económica. En el caso de la Argentina, el origen de la inflación es cambiario, con lo cual, una prioridad para no destruir los ingresos reales de las personas, es la contención del ritmo devaluatorio, antes y después de la epidemia. En primer lugar, las empresas tendrán que recuperar su capital de trabajo para reincorporar a los trabajadores despedidos o suspendidos y adquirir las materias primas necesarias para volver a producir. La cobranza de deudas impositivas y bancarias se tendrá que postergar por varios meses, con lógicas consecuencias para el Estado y los bancos. Tendrá que haber una expansión de la moneda y del gasto público para que las empresas puedan reconstruir capital de trabajo, en forma totalmente direccionada y priorizada. El esfuerzo de reconstrucción del aparato de salud que hay que hacer ahora, así como el mantenimiento del abastecimiento alimentario y de servicios básicos requieren de la acción y gasto del Estado, pero estos sectores y otros más también lo requerirán para su reconstrucción o recuperación. Sin embargo, no se puede duplicar el gasto del Estado, porque eso podría llevarnos a un déficit de 15% del PBI, que resultaría desastroso en devaluación, inflación y hambre, como ya se verificó a fines de los años 80 y a principios de los años 2000. Pero las muchas empresas que hoy cierran porque no pueden producir porque no venden, tendrán que hacerlo mañana, cuando la epidemia termine. En China cayó 80% la venta de autos. Acá no sé, pero ¿se venderán 300.000 unidades en 2020, con bastante suerte?
De marzo a julio 2020, de poco, a nada. Desde ahí, si la enfermedad no lo sigue impidiendo, la venta tendría que aumentar. Si los plazos se extienden, el Estado tendrá que seguir asistiendo a la supervivencia de la población, pero el cierre y destrucción de empresas se irá consolidando. Para cuando llegue el momento de la recuperación, entonces, al Estado le tocará asistir a la reconstrucción de las empresas prioritarias y de la fuerza de trabajo, dando de baja los planes alimentarios o de supervivencia, a medida que se recompone la ocupación. El problema, entonces, es de diagnóstico sobre qué sectores se están destruyendo y con hablar de las Pymes, genéricamente, no basta. Hay que identificar correctamente cuáles son los complejos productivos o cadenas de valor que habrán quebrado y, que sin embargo, son totalmente necesarios. La producción y satisfacción de bienes y servicios de necesidad básica para la población es fundamental. Debiéramos pasar a una economía administrada y planificada en su conjunto, con un núcleo concentrado en las necesidades básicas, que no sólo corresponden a la clase baja, sino también a la clase media. Eso significa, descartar, por todo el año 2020, actividades superfluas o de importancia secundaria. Lo lamento, un poco, por las actividades artísticas u otras de ese tipo, pero no se puede gastar plata ahí cuando se necesita el dinero para pagar sueldos y para que los argentinos coman, tengan medicamentos, agua, luz, gas e internet. Además está la vestimenta –los niños crecen y la ropa no- y el techo –hay muchas familias que no son propietarias y solo logran alquilar con gran sacrificio-. Sólo para estas cosas básicas hay muchísimas empresas que recuperar y expandir, y deben ser dotadas de suficiente capital y trabajadores. Es una concepción distinta del Estado y del sistema financiero, una economía planificada y administrada con un Estado eficiente, la que resultará indispensable. Habría que reorganizar todas esas oficinas ministeriales para que hagan trabajo de campo, de calle, distrito por distrito, y después que se baje nuevamente a territorio para dar las respuestas que correspondan, focalizando en las empresas, sus trabajadores, en escuelas, hospitales públicos y en obras sociales. Hasta donde yo sé, solamente el Indec y el Ministerio de Desarrollo Social hacen trabajo de campo. Pero, ciertamente, dejando de lado implicancias peyorativas respecto de los empleados públicos, es necesario afectarlos a trabajos de planificación y asistencia técnica dirigidos a los sectores productivos. De varios organismos del Estado que tenían esta misión y que incluían, además, representaciones privadas en su conducción han quedado, solamente, el INTA, el INTI, el SENASA y la CONEA como los más relevantes. El Consenso de Washington no solo hizo que se privatizasen las empresas productivas del Estado sino que se liquidasen la mayoría de organismos del Estado dedicados a prestar servicios a distintos sectores productivos.
En esta instancia, cuando se evoca la necesidad de un Estado presente y eficiente, porque se necesitan más hospitales, laboratorios y personal sanitario recién se reconoce la importancia de un Estado que intentó ser diezmado y empequeñecido, para poder erigir el poder omnipresente del “mercado” como factótum de la prosperidad y bienestar global. No es necesario abundar en que luego de 44 años en que esta doctrina se instaló y se expandió, ya varias crisis financieras, económicas y sociales han demostrado su notoria falta de sustentabilidad. Esta crisis sanitaria es también una crisis económica y financiera más, pero, evidentemente la más grave de todas, porque la supervivencia de millones de seres humanos está en juego, dentro de esos países ricos impulsores de esa doctrina insustentable, inclusive. Por suerte, en Argentina y en América Latina creo que ya se ha ido aprendiendo que las imperativas recomendaciones de los países centrales deben ser dejadas de lado porque la reacción de sus pueblos no se ha hecho esperar y los dirigentes, a veces influenciables por los mandatos centrales, solo se han quedado con la opción de estar a la cabeza de sus pueblos o perderla en el intento de contrariarlos.
(*) Doctor en Economía Docente, investigador FCE-UBA, FCE-UNLZ y de la Fundación Buenos Aires XXI