Columnistas

El final de los preconceptos y los sentidos comunes derivados

Por Tomás Pérez Bodria (*)

Guillermo Robledo, coordinador del observatorio de la pobreza Padre Arrupe, aparece para muchos como extremo o descolgado en sus formulaciones. En el último audio que emitió desliza el advenimiento de una nueva era civilizatoria. La imagina en el marco de modificaciones estructurales, culturales y económicas de fuste. Aduce, en este último terreno, el desbaratamiento de las fórmulas por las que hasta el presente se manejó el capitalismo, su misma desaparición y reemplazo por un nuevo orden. En lo inmediato, hace pie en la extraordinaria emisión monetaria a la que la Argentina acude y que debe potenciar, como único mecanismo subyacente para preservar la gobernabilidad. Mecanismo que, lejos de sostenerse en otros patrones -oro,dólar, etc.-, se asienta sólo en la producción de bienes y servicios que facilitan en abundancia los muy variados recursos con que cuenta nuestro país.
Sucede, sin duda, que transcurrimos un evidente tiempo de profundas transformaciones que darán lugar a una nueva organización económica, social y política que, por ahora, nadie puede delinear con precisión. En muchos aspectos a Guillermo la realidad parece darle la razón.
. La exponencial emisión monetaria a la que el gobierno está acudiendo (como todos los del mundo) que deberá multiplicar para asegurar que cada argentino pueda contar con lo básico para llevar una vida digna, puesto que esta crisis (como bien dice Robledo, es preexistente al coronavirus y potenciada por el mismo), demuestra la implosión del sistema que rigió y de todas sus simbologías (fórmulas macroeconómicas, etc.). Y la influencia decisoria de la tecnología que también esta crisis vino a exponer como nunca (robótica, teleconferencias laborales, políticas, económicas, etc.), aparejará inevitablemente una profunda modificación en las relaciones productivas y en las formas de expresarlas. Tomando en cuenta para ello, cuanto dimana de la globalización que los mismos adelantos tecnológicos han consagrado en ese plano, pero cuyo predominio como mecanismo de imposición de los intereses vampirescos que subsionan la riqueza de las naciones y de las personas, ha colapsado. Transformaciones las aludidas que habilitarán una vida más amable para millones de trabajadores, en la medida que el Estado (absolutamente relegitimado por la crisis) tome a su cargo la distribución entre todos los habitantes, de modo socialmente justo, de las ventajas que esta revolución tecnológica conlleva (menos horas de trabajo, trabajo a distancia, revalorización y reformulación del ocio, etc.). Del mismo modo, la abrupta detención de la economía mundial desnudó la incompatibilidad del sistema actual con la vida en el planeta, así como señaló el camino para preservarla. Las cumbres del Himalaya se pudieron ver por primera vez desde la segunda guerra mundial en La India; las aguas de Venecia se transparentaron; la luna, tras un larguísimo ocultamiento, se pudo divisar en Beijing; recobraron sus habitas imnumerables especias que habían emigrado para sobrevivir; el aire se ha purificado en todo el planeta tras este breve período de cuarentena global. Pese a todo lo que falta, se trata de una demostración cabal. No cabe, pues, duda alguna que recibimos mensajes muy claros, que resultan imposibles de ser desoídos. El coronavirus vino a recordarnos la endeblez de la vida humana. La de todos nosotros. Y, por ello mismo, el camino no ya para fortalecerla, sino para mantenerla sobre el planeta, reclama aprehender con mucha fuerza la enseñanza que esta crisis nos presenta. El cese del ataque a la biodiversidad que permite la vida en el mismo, importa profundos cambios culturales, de consumo, de valores en la estructuración de las sociedades, etc. En definitiva, concuerdo con que ha quedado demostrado que lo único seguro es que no se puede seguir como hasta ahora. Por cierto que el cuantitativamente despreciable número de personas que acapara la casi totalidad de la riqueza en esta era capitalista que se desvanece, cuyas desviaciones culturales los torna, en general, ineptos para advertir que la inviabilidad vital que ayudan a desencadenar los alcanza, desplegarán sus armas en la ilusión de preservar sus privilegios todo lo posible.sin medir tales consecuencias. Sin embargo, las cambios de civilización en la historia de la humanidad, nunca pudieron impedirlo los defensores de la preexistente (va de suyo). Por cierto que, como en todo parto, en este caso la vida del nuevo sistema tampoco alumbrará sin dolor. En nuestro caso, el de los que abrazamos doctrinas humanistas, como la peronista, los valores que nos animan, seguramente ayudarán mucho a brindar viabilidad y vigor a esta nueva criatura política, económica, social y cultural que, para el bien de todos, puja por alumbrar. Luchemos para que así sea.

(*) Abogado penalista, ex concejal de Pilar

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