Columnistas

El mensaje del 17 y el triunfo de los pueblos

Por Tomás Pérez Bodria (*)

El Coronel Juan Domingo Perón había sido removido de los cargos de Vicepresidente, Ministro de Guerra y Secretario de Trabajo y Previsión que ocupaba en el gobierno del Gral. Edelmiro Farrell. Y por la imposición de los sectores del ejército que, respondiendo a los estamentos más conservadores, que veían en el ascendente coronel un riesgo concreto para el mantenimiento de sus privilegios, termina detenido en la isla de Martín García.
Pero una vez más, el refrán «muerto el perro, se acabó la rabia», inspirador permanente del accionar de los factores de poder para socavar la voluntad popular, se vio frustrado. Y así ocurrió porque los trabajadores, los desposeídos, los relegados y explotados habían irrumpido como sujeto político en el país, a partir de los derechos que puso en marcha el ascendiente coronel. El desplazamiento de Perón fue visto, con la claridad que suele acompañar a los hombres y mujeres del pueblo en los momentos culminantes de la historia, como la injusta frustración de sus reivindicaciones en curso. La Confederación General del Trabajo, tratando de responder al clamor de sus representados, llamó a una huelga general para el 18 de octubre de 1945.
Sin embargo, el protagonismo no habría de ser de los dirigentes, sino directamente del pueblo siempre relegado. Los trabajadores, que vieron en Perón y en su accionar al frente de la secretaría de trabajo y previsión el gran intérprete de sus aspiraciones, tomaron en sus propias manos el curso de la historia y se lanzaron al rescate del coronel ya ungido como líder de las grandes mayorías populares. Entonces, sobrepasando las directivas de sus propios dirigentes, irrumpieron abruptamente para inscribir una de las mejores páginas del movimiento nacional  y popular, aquel glorioso 17 de octubre de 1945. Fue, al decir de Raúl Scalabrini Ortiz, «el subsuelo de la patria sublevado», el que ocupó la escena para rescatar al «coronel del pueblo» e iniciar el proceso de transformaciones políticas y sociales más trascendente del siglo XX en la Argentina.
El pasado 17 de octubre, para sorpresa de medios, oposición y de buena parte de la dirigencia del Frente de Todos, una vez más el pueblo marcó el camino. Indicó claramente el rumbo que reclama y lo hizo sin intermediación alguna. El frustrado festejo virtual organizado por la CGT y el partido justicialista, trocó en la presencia popular, inquietante y siempre transformadora, aún con las limitaciones que impone la pandemia y las sugerencias del mismo gobierno de no salir para no correr riesgos sanitarios. Decidido a no perder el tren de la historia, superando las dudas propias de quienes cotejan permanentemente y con bastante timidez las relaciones de fuerzas, dijo «presente» una vez más.
La alternativa presencial fue ejemplar. Caravanas de automóviles interminables, respetando las reglas sanitarias, recorrieron durante horas las calles de la capital y de las grandes ciudades de nuestras provincias. Tal como siempre sucede en las movilizaciones populares, el odio propio de las marchas de quienes defienden privilegios (en no pocos casos, de otros), fue reemplazado por demostraciones de amor, de respeto hacia todos y todas. A tal punto que dicho clima pudo ser ampliamente registrado por los periodistas de los medios opositores, a diferencia de los de C5N, que fueron reiteradamente agredidos cuando trataron de reportear a los manifestantes que participaban de las marchas opositoras.
La agresión a periodistas y la emisión de todo tipo de frases soeces y remanidas descalificaciones, que tenían por destinataria central a Cristina Fernández de Kirchner, propias de las “marchas del odio”, dejaron lugar a un clima festivo, de felicidad por el encuentro y de apoyo al gobierno que resultó de la expresión de su voto.
El mensaje fue por partida doble. A la oposición desestabilizante y antidemocrática, le impuso el límite que emana de su sola presencia en «la calle». Y al gobierno nacional para que compute al pueblo movilizado, como factor esencial para inclinar la relación de fuerzas en pos de las transformaciones que imponen el mandato popular y su propia sobrevivencia. Le hizo notar estruendosamente que allí está. Que se apoye en él, sin titubear, para enfrentar los vientos de tormenta que vienen impidiendo mantener el rumbo que se señalara en las urnas aquel histórico 27 de octubre de 2019.
Escribo este artículo el lunes 19 de octubre de 2020. Día en que nos enteramos del extraordinario triunfo electoral del MAS de Evo Morales. A menos de un año de haber sido desalojado del gobierno por un sangriento golpe de estado promovido por la embajada de EE.UU. en función de su estrategia geopolítica en la región, el pueblo boliviano, pacíficamente, hace tambalear esa estrategia. Del mismo modo que lo viene haciendo el venezolano y el argentino.
Cabe reconocer al presidente Alberto Fernández su cuota parte en este gran triunfo de la democracia y del movimiento popular en Bolivia. Su decidida protección de la vida de Evo, de su vicepresidente Álvaro García Linera, su claro compromiso en favor de Evo durante la campaña -pese al criterio de su propio canciller Felipe Solá- y el desconocimiento permanente que hizo de la presidenta de facto boliviana, fueron aportes indiscutibles al resultado que es motivo de gran algarabía y de fundada esperanza para la revitalización de la patria grande.
En definitiva, no son los gobiernos neoliberales que se impusieron en la región, a fuerza de lawfare, de golpes blandos o duros, los que tienen en sus manos el destino latinoamericano. Es en la irrevocable decisión de los pueblos de luchar por su liberación, tal como lo estamos viendo en todos los países hermanos, donde anida definitivamente el mismo.

(*) Abogado penalista, dirigente político, ex concejal de Pilar

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