Columnistas

La política y la sociedad en estado revulsivo

Por Carlos Berro Madero (*)

La herencia de 70 años de peronismo y 20 de kirchnerismo –cultores ambos de un detestable autoritarismo verticalista, al que algunos de sus fanáticos definen como “aquellos buenos tiempos” (¿)-, nos ha legado un escenario revulsivo, donde nadie debate los problemas con fundamentos racionales que respeten la diversidad de ideas y opiniones.

Porque es bien sabido, que las soluciones para los grandes conflictos sociales no logran ser eliminados por el ego de quienes propalan una visión subjetiva de la realidad, tratando de sacar ventajas sobre aquellos que no están preparados para analizarla debido a su falta de educación personal.

Mientras tanto, los críticos del sistema de vida imperante se han agrupado en una suerte de tribus que desarrollan el arte del antagonismo “per se”, haciendo cada vez más difícil promover cualquier proyecto homogéneo que permita armonizar ideas en pos del bien común para disolver un estado de conflicto permanente.

La actual crisis económica, signada por una mezcla de inflación, recesión y caída récord del PBI, y la aparición de un gobierno que está dando un golpe de volante inédito frente a la misma, ha acentuado este estado de cosas hasta el paroxismo, sin lograr la unificación de criterios políticos que permitan paliarla.

Al mismo tiempo, ninguno de los dirigentes en funciones parece dispuesto a hacer un acto de contrición (todos los días hay más novedades negativas al respecto), y continúan aferrados a ciertos privilegios variopintos, habiéndose convertido en blanco de un sentimiento generalizado de repudio popular.

Ello impide debatir en un escenario donde se prioriza satanizar al prójimo con argumentos que parecen extraídos de un manual de la discordia, lo que ha empujado a la sociedad a vivir en un estado de polémica permanente.

¿Falta suficiente sentido común para abortar el aquelarre conceptual en el que estamos inmersos hasta el cuello? ¿O estamos perdidos en el laberinto que hemos ido forjando como estilo de vida olvidando poner en marcha algún tipo de ordenamiento colectivo armonioso?

Al respecto, querríamos recordar nuevamente unos pensamientos de Ortega y Gasset que, a nuestro criterio, calzan como anillo al dedo a este estado de cosas. Dice el filósofo madrileño: “no es fácil de formular la impresión que de sí misma tiene nuestra época que cree ser más que las demás, y a la par se siente como un comienzo, SIN ESTAR SEGURA DE NO SER UNA AGONÍA. ¿Qué expresión elegiríamos? Fortísima y a la vez insegura de su destino. Orgullosa de sus fuerzas y a la vez temiéndolas…y una sociedad dividida así en grupos discrepantes, cuya fuerza de opinión queda recíprocamente anulada, no da lugar a que se constituya un mando”.

La historia enseña, además, que el hombre funciona habitualmente a golpes de deseo, poniendo al servicio de sus apetencias personales cualquier asunto en el que se deba debatir la eficacia de las mismas en orden al bien común.

En la resolución de este dilema se estará jugando seguramente nuestro futuro inmediato.

A buen entendedor, pocas palabras.

 

(*) Escribano, escritor, publica en Tribuna de Periodistas

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