Columnistas

Últimos días de la víctima

Por Christian Sanz (*)

El nombre de la presente columna refiere al título de una de las obras emblemáticas de uno de los escritores y filósofos más conocidos de la Argentina, cuyos libros son de los más traducidos a otros idiomas, José Pablo Feinmann.

Últimos días de la víctima” fue editado por primera vez en 1979 por editorial Colihue y su argumento llegó a la pantalla grande de la mano del actor Federico Luppi.

Su trama es harto interesante: se trata de la historia de un asesino a sueldo llamado Mendizabal que es contratado para matar a otro hombre, enigmático, llamado Külpe.

Finalmente, la historia da un giro y el sicario termina siendo el asesinado, en el marco de una eficaz emboscada.

Visto en la lejanía, la trama parece una suerte de analogía con lo que ocurre hoy en la Argentina, donde unos creen que gobiernan pero son gobernados por otros, que son los que realmente controlan la situación.

Porque, hay que decirlo, aunque Alberto Fernández parezca ser el que comanda el barco, solamente manipula el “timón de mentira”, ese que le permiten usar a los más pequeños para que crean que son los que dominan la nave. La que realmente lleva el control es Cristina Kirchner.

En la genial película de Feinmann se lo ve a Mendizabal dominando la situación, a través de seguimientos a su víctima y fotografiando cada momento posible.

Sin embargo, en los últimos minutos, luego de que el asesino es emboscado, se ve que su ejecutor también tenía imágenes de Mendizabal, por doquier. Ergo, el que tenía el control de todo era Külpe.

Entonces, el título de la obra de Feinmann cobra otro significado, diferente del que se creía: los “últimos días de la víctima” eran los de Mendizabal.

En el gobierno, como se dijo, ocurre una situación similar, una especie de espejo de la novela de marras.

Alberto llegó al poder cargado de ilusiones y promesas, anunciando reformas por doquier y jurando que haría mejoras que harían sonrojar a la más democrática República del mundo.

Aseguraba, al mismo tiempo, que su vicepresidenta, aquella que lo ungió a través de un simple tuit, iba a acompañarlo en todo.

Más aún: aseveró reiteradamente que él era el que mandaba en el Ejecutivo, que Cristina estaba de acuerdo con todo lo que él planteaba desde ese lugar de poder.

Sin embargo, a poco de empezar a intentar avanzar, se fue encontrando con las vallas que le fue poniendo la otrora presidenta, a través de puntuales “mensajeros” y sutiles advertencias en las redes sociales.

Uno tras otro, los “recados” se sucedieron a lo largo de las últimas semanas y se aceleraron particularmente en los últimos días: Mario Ishii, Hebe de Bonafini, Luis D’Elía y Víctor Hugo Morales, fueron solo algunos de los desfilaron a efectos de “marcarle la cancha” a Alberto.

El tiro de gracia lo dio la propia Cristina, a través de su cuenta de Twitter, elogiando un artículo de diario Página/12 que destrozaba la figura del jefe de Estado.

¿Hasta dónde piensa llegar la vicepresidenta en su embestida contra Alberto? ¿Cuál es la finalidad de este macabro plan? ¿Es solo un toque de atención o algo más, acaso un intento de copar el poder por la vía que suele utilizar el peronismo cada tanto?

El silencio de la exjefa de Estado durante los últimos tiempos fue solo algo engañoso, una mascarada. En realidad, pareciera que se estaba preparando para lo que está ocurriendo ahora mismo.

Lo anticipó Tribuna de Periodistas el pasado 6 de julio en una nota titulada “El inquietante silencio de CFK: ¿La calma que antecede al temporal?”. Allí se dijo, textual: “Ese mutismo siempre es inquietante. Porque, como ha demostrado la historia, Cristina solo retrocede para tomar envión y luego dar un zarpazo. Sus silencios siempre traen aparejadas posteriores embestidas, siempre brutales”. Es lo que finalmente ocurrió.

¿Cómo terminará la historia? Imposible saberlo, porque los finales en la impredecible política vernácula siempre quedan abiertos.

Podría suponerse que ocurrirá lo mismo que sucede en “Los últimos días de la víctima”, pero sería arriesgarse a hacer un futurismo arriesgado e improbable.

No obstante, hay una curiosidad que no puede dejar de remarcarse al hablar de aquella obra: con el paso de los años, tanto Feinmann como Luppi —autor del libro y actor de la película, respectivamente— se volvieron ultra kirchneristas.

Apenas una coincidencia… ¿o no?

(¨*) Periodista y escritor, director del portal Tribuna de Periodistas

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