Columnistas

Una versión reciclada de la novela de Soriano

Por Gastón Bivort (*)

Comisario Llanos: -Tenés infiltrados

Ignacio Fuentes: -¿Infiltrados? Acá sólo trabaja Mateo, y hace veinticuatro años que está en la delegación.

Comisario Llanos: -Está infiltrado. Te digo, Ignacio, echalo porque va a haber lío

Ignacio Fuentes: -¿Quién va a hacer lío? Yo soy el delegado y vos me conocés bien. ¿Quién va a joder?

Comisario Llanos: -El normalizador, Suprino

Ignacio Fuentes: -Suprino es amigo, ¡qué joder!

Comisario Llanos: -Viene a normalizar

Así comienza “No habrá más penas ni olvido”, la memorable novela de Osvaldo Soriano, escrita en el marco del proceso de “normalización” o “derechización” del “movimiento” que había ordenado el General Perón tras su regreso definitivo al país en junio de 1973. El libro de Soriano, escrito en 1974 pero que por la censura imperante recién pudo ser publicado en 1982 y luego llevado al cine en 1983, narra con ribetes tragicómicos los enfrentamientos internos del peronismo que tenían en vilo a todo el país. El pueblito de Colonia Vela era, en la imaginación de Soriano, la metáfora exacta de lo que ocurría por aquellos años. Podemos decir, casi 50 años después, que también se aproxima bastante a los penosos episodios a los que asistimos la semana pasada.

En esta versión reciclada de “No habrá más penas ni olvido” podemos encontrar muchas similitudes y algunas diferencias respecto a la disputa interna que se libró dentro del peronismo pero que terminó atravesando a toda la sociedad argentina durante los aciagos años 70.

¿Quién es quién en la versión reciclada? El ministro del interior Eduardo de Pedro bien podría ser el Comisario Llanos, que alertó con su amago de renuncia la presencia de infiltrados (léase “funcionarios que no funcionan”). El Delegado municipal Ignacio Fuentes, sería nuestro inefable Alberto Fernández. Mateo, el funcionario al que Fuentes debía echar, podría representar a cualquiera de los funcionarios apuntados por CFK, pero me inclinaría por emparejarlo con Santiago Cafiero, alias “el payaso”, como lo llamó la diputada Vallejos. Suprino “el normalizador”, el “amigo” con el que Fuentes nunca se iba a pelear, es decir, Cristina Fernández de Kirchner, conminó a Fuentes, es decir, a Alberto, para que despida a su Jefe de gabinete (a Mateo, es decir, a Cafiero). Y se lo señaló con mucha claridad en una suerte de carta-documento que lo intimaba a hacerlo: “…Le manifesté era necesario relanzar su gobierno […] y le propuse […] a Manzur para la Jefatura de gabinete…”. ¿Adivinen quién es hoy el Jefe de gabinete de Alberto?

Por supuesto que también hay diferencias considerables entre la novela de Soriano, inmersa en el contexto de los años 70, y la coyuntura actual. En los 70, se discutía poder dentro del peronismo, pero también había una puja ideológica que el propio Perón había alimentado y que luego ordenó desactivar a sangre y fuego: “…a los enemigos embozados, encubiertos o disimulados les aconsejo que cesen en sus intentos, porque cuando los pueblos agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento.”

En aquellos tiempos, las diferencias se dirimían a los tiros y hoy, a través de una carta, un tuit o un audio de Whatsapp. Los muchachos de la “Cámpora”, que se atribuyen la herencia montonera y reivindican a un presidente que fue literalmente echado a patadas por el propio Perón que lo nombró, hoy prefieren un buen cargo en el Estado, una abultada cuenta bancaria en dólares y una mansión en un country, en lugar de ametralladoras y refugios clandestinos. El peronismo más conservador ya no tiene un López Rega y se conforma con personajes como Aníbal Fernández, que como ministro de seguridad puede ser lo más parecido a un zorro cuidando un gallinero, y con señores ricos que administran la pobreza de sus feudos como Manzur e Insfrán. Como dijo Marx, la historia se repite, la primera vez como tragedia y la segunda como farsa.

Volviendo a la novela de Soriano y a diferencia del Delegado Fuentes, nuestro Alberto Fernández solo resistió un día, al señalar, con un coraje que no se le conocía hasta entonces, que “la gestión de gobierno seguirá desarrollándose del modo que yo estime conveniente. Para eso fui elegido”. La epifanía duró menos que un suspiro. La diputada Vallejos, a esta altura convertida en una suerte de relatora en off de este sainete nacional y popular, deslizó que «El tipo –por el Presidente- está atrincherado en la Casa Rosada,es un okupa”. El mensajito de audio y la carta de la “normalizadora” Cristina fue demasiado para Alberto que sacó la bandera blanca de la rendición incondicional.

En la obra de Soriano, el papel de Fuentes fue mucho más digno. Él se atrincheró en serio en la Delegación municipal defendiendo hasta el final y con su vida, a su leal funcionario Mateo. Para acabar con la resistencia de Fuentes, la plaza y el edificio municipal de Colonia Vela se convirtieron en un escenario de guerra en el que todo el pueblo quedó como involuntario protagonista. Mala costumbre del peronismo la de involucrar a todos los argentinos en sus rencillas internas, como si el peronismo y el país fueran la misma cosa. Una genial frase que Soriano le atribuye a Mateo, quién se preguntaba por qué lo querían echar, revela lo que muchos peronistas creían y aún, siguen creyendo: “yo nunca me metí en política, si siempre fui peronista…”

La otra mala costumbre del peronismo es simular que aquí no ha pasado nada, a pesar de las secuelas que devienen de sus peleas internas que ponen en crisis la institucionalidad. “Nunca los debates me han afectado, estamos más unidos que nunca” dijo suelto de cuerpo Fernández al tomarle juramento a sus nuevos ministros una vez pasada la tormenta. Al final de la novela de Soriano, sobre los vestigios de muerte y destrucción que dejó el enfrentamiento faccioso, dos “compañeros” se van caminando del pueblo alegrándose de que había salido el sol. “Es un día peronista” coincidieron.

En una entrevista que la periodista María Julia Oliván le realizara al actual Presidente en mayo de 2019, cuando ya se hablaba de que Cristina iba a designar a un vicario como candidato, Fernández abundó en consideraciones sobre la importancia de evitar un doble comando. Propuso “tomar en cuenta las experiencias para no repetirlas” y, en referencia a lo sucedido tras las elecciones presidenciales de 1973, recordó: “Héctor Cámpora fue víctima de ese sistema y lo resolvió con mucha dignidad, renunciando al día 49 de su mandato”.

Alberto Fernández no tuvo la dignidad que él mismo le atribuyó a Cámpora. Mucho menos la de Ignacio Fuentes, nuestro héroe de la novela de Soriano.

(*) Profesor de Historia, vecino de Pilar

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