Columnistas

Vicentín y Venezuela

Por Tomás Pérez Bodria (*)

El anuncio formulado por el presidente Alberto Fernández sobre su decisión de intervenir a VICENTIN y enviar al Congreso un proyecto de ley para su expropiación, desató la furia del establischment argentino.
Como bien sabemos, se trata de una de las empresas cerealeras más importantes del país. La sexta entre las grandes exportadoras que se adueñaron oligopólicamente del comercio exterior de la nación. Junto a firmas como A.D.M.AGRO, BUNGE, COFCO (incluye Nidera), DREYFUS y unas pocas más, acumulan buena parte de la responsabilidad del hambre de los argentinos y de las crisis de nuestro mercado de cambios.
La empresa intervenida, aprovechándose de ser una de las principales aportantes a las campañas electorales del macrismo y de la amistad personal de su dueño con el ex presidente Macri, pese a encontrarse ya sumamente endeudada, obtuvo durante el gobierno macrista, préstamos multimillonarios, a sabiendas de ceos y funcionarios que jamás serían devueltos. Por supuesto, terminó en concurso de acreedores.
Pero Alberto Fernández y Cristina Kirchner fueron elegidos para defender los intereses del pueblo y de la nación. No de los de funcionarios y empresarios expertos en esquilmarlos.
Se trata la tomada de una medida de capital importancia para la democracia argentina. Indica a las claras que, a diferencia del gobierno expoliatorio y entreguista sucedido entre 2015 y 2019, la nación cuenta ahora con uno que responde al mandato electoral otorgado por una sustancial mayoría del pueblo argentino.
Alberto Fernández explicó los motivos de su decisión. Ellos fueron salvaguardar la fuente laboral de miles de trabajadores de la empresa concursada, asegurar la soberanía alimentaria y, operando como una empresa testigo, recuperar para el Estado la función de intervenir en el manejo del comercio exterior que, a su vez, incide directamente en el valor del dólar, moneda necesaria para adquirir los insumos importados que requiere nuestra industria..
Hace tiempo que, desde esta misma columna, vengo insistiendo en la ventana de oportunidades que la pandemia del coronavirus abre para avanzar en la construcción de un nuevo orden social, económico y político. Que tal es cuanto deviene del profundo desprestigio del neoliberalismo y las leyes infranqueables del mercado para enfrentar el coronavirus y sus consecuencias y, a la inversa, de la enorme relegitimación de los Estados Nación, en cuanto se evidenciaron como los únicos en capacidad de hacerlo. Y que, a partir de ello, las disputas de poder se trasladan al interior de dichos Estados Nación.
El establischment argentino lo comprendió enseguida. Por ello fue que a sólo dos días de decretar la cuarentena el gobierno nacional, despidió 1450 trabajadores. Por eso desató una furiosa campaña de mentiras achacando al gobierno la supuesta liberación de presos peligrosos, que no consistió sino en haber dispuesto el poder judicial unas cuantas prisiones domiciliarias en prevención de la propagación de la pandemia en nuestras cárceles, siguiendo precisas instrucciones de la OMS. Por eso, finalmente, a través de sus medios hegemónicos, boicotean de todos los modos posibles la cuarentena que, a diferencia de cuanto ocurriera en los países que presentan como modelos a seguir, viene logrando salvar miles de vidas.
Confieso que siempre dudé de la convicción de Alberto Fernández de empeñarse en la transformación de fondo que arraiga en las raíces mismas de una doctrina nacional y popular, como lo es la peronista. La aparición de la pandemia, me permitió conjeturar que con o sin tal convicción, pero descontando su honestidad política y calidad democrática, la fuerza de un pueblo que lo llevó a ser su máximo representante lo empujaría también a asumir el rol que, a partir de un hecho desgraciado, la historia le demandaba. Al decir de Ortega y Gasset es «el hombre y sus circunstancias».
Pues bien, finalmente Alberto Fernández, empieza a asumir el rol que le corresponde en esa lucha de poder. Y a los ataque del hasta ahora establecido, respondió con un golpe que conmovió a su rival. Porque, a no dudarlo, la intervención y posterior expropiación de Vicentín, no sólo es de suma importancia para cumplir los objetivos que enunció el presidente. Lo es por mucho más que eso.
Se trata de la colocación de la piedra fundamental de un nuevo edificio. De una novedosa estructura del Estado en la que, al ser concluida, habremos alcanzado el ideal de vivir en una nación justa, libre y soberana. Una en la que la solidaridad prepondere sobre el egoísmo, el patriotismo sobre el cipayismo y la concepción de patria grande sobre la de aldea postrada y tímida. Aquella en la que reine el orgullo de sentirnos todos argentinos y latinoamericanos.
Debo por lo tanto reconocer que las estridentes acusaciones que los Majul, los Leuco, los Bonelli, los Novaresio,los Pagni y todos los voceros del establischment lanzan enrostrando a Alberto el aprovechamiento de la pandemia para restablecer lo que califican como «la vuelta del estatismo», son en buena medida ciertas. No con respecto al estatismo que ellos pregonan como maléfico. Pero si a la puesta a disposición de ese instrumento esencial que es el Estado -del que se valieron y degradaron cada vez que llegaron al gobierno- para satisfacer los sueños del pueblo argentino.
Y como esos voceros y sus mandantes están desesperados, retoman la cantinela de que nos convertiremos en Venezuela. Y aquí pongo un punto de atención. Porque muchos de los funcionarios del gobierno, sabedores del éxito que la estigmatización mediática de la Venezuela de Chávez y Maduro alcanzó en amplias capas de nuestras clases medias, se refugian en salidas impropias. Y entonces, brindan largas explicaciones. Afirman, por ejemplo, que la Argentina no puede ser Venezuela porque difiere esencialmente en su estructura económica. Que el país caribeño no alcanza el grado de diversificación productiva el nuestro. Y tantas otras cuestiones que, siendo ciertas, resultan irritantes y desaprovechan el estado de pavura del contrincante.
Es que a estos medievales inquisidores cabría repreguntarles en cuanto a qué temen que nos parezcamos a Venezuela. Está claro que no a lo que nuestros funcionarios puntualizan, por cuanto tales diferencias son evidentes.
¿Temerán, tal vez, a que si tal como lo hizo Venezuela, decidimos los argentinos y el gobierno defender nuestros derechos soberanos y recursos naturales, suframos un bloqueo por parte de EE.UU. de tal magnitud criminal, que nos provoque un desquicio económico y social?.
¿Temerán que, si Alberto avanza en ese sentido, aparezca de entre ellos mismos un monigote tan cipayo como el autoproclamado Juan Guaidó, que no trepidó en fungir como punta de lanza de una invasión extranjera a su propio país, con la excusa de paliar la crisis humanitaria que produjo el mismo bloqueo yanqui?
¿O, en realidad tendrán pánico que, tal como está ocurriendo en Venezuela, la tenacidad y patriotismo de su pueblo y gobierno puedan exhibir finalmente los logros que, por más que hagan no pueden ocultar al mundo?
Si nuestros dirigentes, en lugar de amedrentarse por la amenaza estigmatizante, hicieran estas y otras repreguntas, ayudarían mucho a desenmascararlos. Y, por cierto, ensancharían el camino de la unidad latinoamericana. Podrían repreguntarles también qué opinan acerca de ser Venezuela el país de toda América que, pese al criminal bloqueo a que es sometido, alcanza hasta el día de hoy y por muy lejos, los mejores índices en la lucha contra la pandemia del coronavirus. O qué opinan estos terroristas del micrófono y de las cámaras, del hecho de que Venezuela haya logrado rechazar una y otra vez los múltiples intentos de invasión impulsados por EE.UU. Y qué de millones de emigrados venezolanos que, cansados de la explotación laboral recibida en aquellos países a los que acudieron en busca de una vida mejor, siguen regresando para recibir el cobijo de la patria. Patria en la que ya el truhan de Guaidó es detestado hasta por los propios y cuya economía empieza de a poco a recuperarse.
Desde estas humildes líneas, convoco a nuestros ministros, dirigentes políticos, gremiales y sociales, a responder el agravios pretendidamente estigmatizantes con estas y otras repreguntas. A reemplazar la necesidad de brindar explicaciones alambicadas por la de plantarse con orgullo latinoamericano frente a las intimaciones de personajes tan rastreros que, conocedores de la letra del tango, saben cuidar los zapatos andando de rodillas.
Alberto acaba de dar la puntada inicial. Aportemos todos con orgullo y decisión patrióticos a completar la obra.
(*) Abogado penalista, dirigente político, ex concejal de Pilar

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