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Sheraton Pilar: del orgullo a la vergüenza

Emplazado en las tierras más valiosas del distrito, el km 50, el Sheraton Hotel se convirtió, en las últimas horas, en el escenario de otro capítulo de una de las causas judiciales más escandalosas que recuerde la historia bonaerense: las andanzas de la pareja D’Onofrio-Pombo, que venimos contando desde este y todos nuestros medios, y que fueron denunciadas por la Coalición Cívica.
Como ya se difundió hasta el hartazgo en toda la prensa de la patria -salvo en la que financia el intendente Federico De Achával-, al lugar concurrieron efectivos de Prefectura y la Bonaerense con el objetivo de recabar información y documentación referida al trámite del expediente por el que se investiga al ex ministro de Transporte y su «socia», la ex presidente del HCD pilarense y actual concejal, por lavado de activos.
Pero este no fue el primer allanamiento ordenado por la justicia que se concretó en las suntuosas instalaciones del cinco estrellas; hubo otro, y por un episodio que se escribió con efedrina y sangre.
Pero no nos adelantemos; ya llegará el momento de relatar este episodio en el contexto de una historia donde el lujo y el glamour se codean con políticos, testaferros, espías, narcos y prostitutas. Todo bajo el mismo techo, y ante la impertérrita mirada de quienes deberían controlar las actividades que allí se desarrollan.
Para comenzar, tenemos que mencionar a los dueños (los accionistas de Jomalú S.A.) de este emprendimiento que apenas se erigió, se constituyó en otro motivo de orgullo y jactancia para los pilarenses. El Sheraton Pilar nació de la iniciativa de un grupo encabezado por Juan Mirenna (presidente de Jomalú), un hombre que venía del supermercadismo (fue presidente de la Cámara de Supermercadistas de Argentina) y que, con visión de futuro y mucha astucia, supo reconvertirse en empresario hotelero. Con Mirenna había otros, cuya identidad se resguardó celosamente lo que no tardó en dar pie a numerosas especulaciones. Se dice que entre éstos figuran Carlos Zannini y el mismísimo juez Ariel Lijo, a través de su hermano Alfredo.
Al que sí se conoce (bastante) es a Gustavo Cinosi (director titular de Jomalú), aún cuando se trata de un socio minoritario del hotel, con el cinco por ciento de las acciones. Y es el hombre al que hay que tener presente para entender la dinámica interna del Sheraton con sus pasajeros, sus parroquianos habituales y sus negocios.
Cinosi es un hombre muy particular, al que el periodista Horacio Verbitsky todavía no sabe si catalogar de vendehumo o agente de la CIA. Comenzó con un taller de construcción de stands para exposiciones, desde donde supo cultivar excelentes relaciones con Luis Pagani (ARCOR), Alfredo Coto, y el propio Mirenna. También tuvo estrechos vínculos con el kirchnerismo paladar negro como Carlos Zannini (de ahí el rumor de arriba) y Julio De Vido (amistad que nació cuando compró cuatro hectáreas en el Calafate para otro Sheraton, iniciativa que no prosperó). Otras de sus relaciones fueron los tucumanos Juan Manzur, al que hasta le usaba el avión sanitario, y el ahora convicto por violación José Alperovich, con quien comparte titularidad del Sheraton de esa provincia.
Para más datos, fue también socio en cuatro empresas de Jorge Chueco, el abogado de Lázaro Báez, condenado como su cliente a ocho años de prisión por lavado de activos, y en esta lista de amistades (no podía faltar), tenemos que incluir al ex ministro de Economía y ex candidato presidencial Sergio Massa.
Como exitoso empresario que parece, Cinosi tiene un yate con bandera panameña amarrado en Uruguay, mientras en Pilar almacena una deslumbrante colección de autos de lujo, como un Porsche Carreras. Se viste con trajes de Hugo Boss y se sabe que tiene fluidos vínculos con el Departamento de Estado norteamericano. De ahí el dilema de Verbitsky.
Desde 2020, Gustavo Cinosi se desempeña como principalísimo asesor de Luis Almagro, el secretario general de la OEA. Su designación en ese cargo hizo que el ex presidente Alberto Fernández considerara la necesidad de prevenir a Almagro: «Te vas a meter en un lío; ese tipo es millonario y nadie sabe de dónde saca la plata».
El primer allanamiento y los habitués del hotel
En cuanto al primer allanamiento al Sheraton de Pilar, fue ordenado en septiembre del 2008 por el entonces juez federal de Campana Federico Faggionato Márquez en el marco de la investigación por el triple crimen de General Rodríguez, aquel sangriento episodio que se cobró la vida de los empresarios farmacéuticos Sebastián Forza, Damián Ferrón y Leopoldo Bina.
Esto, porque según la información que manejaba el magistrado de acuerdo a los registros telefónicos, Forza se reunía en el Sheraton, muy cerca de su propia casa, con el argentino Luis Tarzia y el mejicano Jesús Martínez Espinoza, líderes ambos de un cártel que operaba en la Argentina.
Otro que día por medio -a eso de las 11- se sentaba a degustar alguna delicia de la cafetería del hotel, era el narco colombiano Henry de Jesús López Londoño, alias «Mi Sangre», condenado por un tribunal de Florida a 30 años de prisión por conspiración para ingresar y distribuir cocaína.
La misma costumbre, pero por la tardecita, acuñó Jorge D’Onofrio, que despachaba algunos asuntos en el bar, mientras aprovechaba para distenderse charlando con otros parroquianos de temas diversos.
Circulando por el hotel también pueden detectarse agraciadas señoritas que pasean sus abundantes anatomías que, dicen los habitués, son empleadas de uno de los sindicados como testaferro de Claudia Pombo en uno de los locales cuya propiedad le adjudica la justicia. Son tan bellas, que el empleador no vaciló en casarse con una de ellas, en una boda en la que no se escatimaron gastos que afrontó, con generosidad ejemplar, la propia Pombo.
Por último, podríamos recordar que durante el 2022, funcionó en el Sheraton la Base Pilar de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), hoy disuelta.
La cuestión es que antes, no hace mucho, tomarse un cafecito o cenar en el Sheraton era el súmmum de la elegancia y la distinción; hoy, a juzgar por el ambiente descripto, no tanto.