Municipios

Dolor e indignación en la marcha por el comerciante asesinado en Villa Rosa

El miércoles por la noche Villa Rosa, una de las localidades más importantes del distrito, vivió un momento en el que se mezclaron la emoción, el dolor, la angustia y, por supuesto, la bronca, cuando una verdadera multitud ganó las calles en reclamo de justicia.

El asesinato de Juan Manuel García, un hombre de 47 años que atendía un kiosco, a manos de un delincuente que continúa prófugo, indignó a la comunidad no sólo de Villa Rosa sino de todo el distrito. A su vez, las imágenes de la cámara que, instalada en el local registró toda la secuencia, amplificaron esos sentimientos respecto a la enorme vulnerabilidad de la víctima y al despiadado accionar de su asesino, que no muestra la menor vacilación, como si estuviera acostumbrado a proceder de esta manera a la hora de lograr su cometido.

No resulta caprichoso, entonces, suponer que tiene antecedentes, que ya conoció una celda por dentro, y que, quizás, se trate de alguno de los tantos que se vieron beneficiados por esta suerte de amnistía encubierta que se ordenó hace unos meses en la provincia -de la que nunca se conocieron los números reales-, o por algún juez que, como fiel devoto de una doctrina que los considera víctimas del sistema y no victimarios, firma liberaciones sin reparos ni objeciones, situaciones éstas que, a su vez, generaron un notorio aumento de la violencia en territorio bonaerense.

En este contexto, cualquier robo o asalto que comienza como un hecho menor, escala hasta terminar con el atacado malherido o muerto, como García, que trabajaba en doble turno para juntar dinero y celebrar la fiesta de 15 de su única hija que, además, padece síndrome de Down. Con este dato, las víctimas directas del delincuente entonces, son dos: el papá que recibe un tiro mortal, y la niña, que se queda sin su principalísimo sostén tanto emocional como económico, para no hablar de otros familiares y amigos.

Por otra parte y frente a una situación que se agrava día a día, los encargados de la seguridad se entretienen en discursos e internas. Multiplican los actos en los que se entregan decenas de patrulleros y hablan, hablan mucho de  más personal y de más chalecos antibalas, pero nada dicen de la necesidad de un plan urgente y concreto que permita enfrentar la delincuencia y aminorar el sentimiento de indefensión que anida en cada bonaerense.

No van más allá de declamar proyectos e intenciones, pero nada plasmado en una realidad cada vez más acuciante. Y esta conducta se agrava cuando entra a tallar una postura ideológica (¿?) de rechazo al uniforme, en cualquiera de sus versiones. En ese sentido, no son pocos los policías de la Bonaerense que se quejan del «desprecio» que advierten en la mayoría de los funcionarios con los que deben interactuar.

Esta actitud se hace más evidente en el caso de Pilar, donde las autoridades comunales no disimulan su fastidio frente a la policía, con la que hasta se niegan a hablar, con lo que se dificulta aún más cualquier intento por coordinar acciones que permitan un plan mínimo para asegurar la vida y los bienes de los pilarenses.

 

 

 

 

 

 

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