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La otra crisis: Las penurias de padecer diabetes en Pilar

“La diabetes es una enfermedad de ricos”, dijo Cristina Fernández de Kirchner, ex presidente argentina, el 12 de marzo de 2013 en el discurso de presentación del plan Argentina Innovadora, ante un nutrido auditorio y en cadena nacional.

Envalentonada por los aplausos, la hoy vice de la Nación, fue por más: «Hay 80 millones de diabéticos en el mundo que además tienen alto poder adquisitivo. Es una enfermedad de gente de alto poder adquisitivo, porque son sedentarios y comen mucho. Es para todos, no sólo los que tienen plata, pero la diabetes es una enfermedad de gente con determinado poder adquisitivo».

Y hay que reconocer que algo de razón tenía. Hoy un diabético sin obra social ni la asistencia del Estado debe destinar poco más de un sueldo promedio para acceder a una mediana calidad de vida, atendiendo a los precios de los insumos básicos y, fundamentalmente, de la insulina, clave para la vida de estos pacientes.

Al respecto la OMS reconoce a la Argentina como uno de los pocos estados que asiste al diabético con la provisión gratuita de insulina. Pero lo que aparece tan bien en las estadísticas de la organización internacional, puertas adentro no se puede decir lo mismo. La droga con que el país abastece a sus enfermos tiene entre 10 y 15 años de antigüedad, y fue muy efectiva en su momento, pero a estas alturas se ve ampliamente superada por otras propuestas farmacológicas, con más capacidad de respuesta y más duraderas en sus efectos.

La diferencia, claro, es el precio: las “nuevas” cuestan alrededor de cuatro veces más que las “viejas”.

En fin, peor es nada, dicen los pacientes y se conforman con la que reciben…cuando hay, porque en el caso de Pilar, puntualmente, hace tres meses que la insulina se entrega tarde y mal.

La crisis comenzó en enero, cuando los pacientes recibieron dos de las cinco “lapiceras” (las que contienen las dosis de insulina necesarias para un mes, aproximadamente) asignadas a cada uno, lo que por supuesto, no les alcanzó.

Los más afortunados optaron por pagarlas de su bolsillo (entre 3 mil y 30 mil pesos, siempre según la calidad de la droga), y esperar a febrero.

Ese mes, la mayoría fue al CEPA más temprano que de costumbre, casi en estado de desesperación, ya que la de enero no había alcanzado para cubrir sus requerimientos, pero se encontraron con promesas de insulina para “más adelante”.

Pero ese plazo nunca se cumplió, y como la poca que había no alcanzaba para todos, después de muchos días de ir y venir, se optó por recurrir a donaciones.

La explicación de la gente del CEPA Pilar –con la mejor voluntad para con los enfermos, hay que decirlo- fue que la insulina viene de La Plata, y “la provincia no compró, así que en marzo no habrá para nadie”.

Pero el municipio tampoco reclama su provisión. “Nadie hace nada por este tema”, deslizó una enfermera cansada de poner la cara ante los pacientes, sabedora de que la falta de este medicamento los coloca en riesgo de un coma que puede ser mortal.

Pero no sólo es la insulina el problema. También son los reactivos, esas pequeñas “tiras” que se usan para medir el azúcar en la sangre y regular las dosis; es decir, la cantidad y calidad necesarias.

Un diabético utiliza cuatro reactivos por día: desayuno, almuerzo, merienda y cena, aún cuando ingiera, por caso, un té con un par de galletitas. Es decir, hablamos de unas 120 por mes.

En Pilar sólo se entregó 50 a cada paciente en tres meses.

Dato adicional: cada envase de “tiritas” cuesta dos mil pesos y contiene 50 de ellas.

Según los afectados, “durante todo 2019, jamás cumplieron con la entrega de la totalidad de los reactivos”, aunque se les “sugirió”, que con una orden médica especial, se dirijan a una conocida farmacia del distrito donde “recibirán un 20 % de descuento”(¿?).

(A.S.)

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