Columnistas

¿Deseos “funcionalmente” imposibles?

Por Carlos Berro Madero (*)

El filósofo estadounidense William James (1842/1910), fundador de la “Psicología Funcional”, sostenía que a menudo nuestra fe anticipada respecto de un resultado incierto, es lo único que lo transforma finalmente en verdadero, siempre y cuando no anime a nuestro espíritu la pretensión de dar un salto de cincuenta metros hacia adelante, lo que resulta imposible de lograr, queramos o no.

Al comprobar las dificultades que afronta el gobierno del presidente Milei para torcer años de nuestro apego a soluciones alimentadas por creencias cuya justificación no responden a determinaciones científicas ni académicas, solo nos queda esperar que el actual Presidente adhiera al pensamiento de James sin tratar de contradecir las evidencias de la naturaleza, y consiga de tal modo “patear el tablero” de nuestras frustraciones.

En efecto, gran parte del éxito que pueda obtener en su proclamada marcha “libertaria”, debería estar regido por la comprensión de que el salto de cincuenta metros aludido, debería transformarse en otros, más modestos quizás, de un metro cada uno.

Porque algunos objetivos económicos que anhelamos se concreten desde tiempos inmemoriales, pueden ser inobjetables desde el punto de vista conceptual, pero chocan con un inconveniente: ninguna causa o ambición logran producir lo que de suyo es “naturalmente” imposible.

Quizás esté allí la explicación de los históricos fracasos alimentados por ideologías que intentan contradecir lo antedicho, ya que “la imposibilidad física o natural consiste en un hecho que está fuera de las leyes de la naturaleza” (Balmes).

Llevamos generaciones de políticos que, ya no en seis meses, sino siquiera en años, acertaron con el sistema adecuado para revertir nuestra postración colectiva, por apostar livianamente a esperanzas de un cambio alimentado por delirios y absurdos, confirmando el dicho que señala que: “mal llegará a ser sabio quien comienza por ser insensato”.

Para no entrar en más detalles que creemos sobreabundantes, recurrimos nuevamente a Balmes cuando alertaba acerca de que la palabra imposibilidad, aunque suena como negativa, sugiere muchas veces cambios positivos, porque la repugnancia entre dos objetos contrapuestos que se excluyen, desata muchas veces una lucha interior que permite concebir otras alternativas.

Concordamos con quienes creen que los argentinos necesitamos buenos psicólogos, que logren encauzar nuestras reiteradas apelaciones a una realidad de imposible concreción, en los términos de nuestros “furiosos deseos”, como diría Fernando Savater.

¿Qué duda cabe que nuestros políticos han desconocido invariablemente el contenido de estos principios inamovibles a la luz del sentido común?

A buen entendedor, pocas palabras.

 

(*) Escribano, escritor

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