
La Argentina es una tierra pródiga en inventos que se exportaron al mundo. Algunos de ellos tuvieron una enorme repercusión, como el sistema de huellas digitales de Juan Vucetich, el bolígrafo de Ladislao Biró o el bypass coronario de nuestro recordado Dr. Favaloro. Todos inventos que reflejaban una sociedad pródiga en mentes lúcidas y creativas que apostaban al progreso.
Sin embargo, el último “gran invento argentino”, que está en consonancia con la decadencia que hace ya varias décadas nos atraviesa como sociedad, es el ya tristemente famoso UPD, un “festejo” que, desde hace aproximadamente una década, realizan los adolescentes del último año del secundario para “celebrar” su último primer día de clases. Esta “costumbre” argentina se ha extendido por todo el país e incluso se ha difundido entre alumnos de escuelas de países limítrofes.
Para aquellos que no conocen de que se trata esta práctica ya naturalizada por los alumnos, consentida por los padres y rechazada por aquellos colegios que aún quieren preservarse como espacio de formación, el UPD es una celebración que comienza la noche previa al primer día de clases y se prolonga hasta la mañana siguiente. Luego de pasar una noche entera sin dormir en alguna casa o espacio alquilado para tal fin y de haber bebido en exceso, los futuros egresados intentan hacer su entrada triunfal al colegio, con redoblantes, pirotecnia, espuma y otros elementos carnavalescos. Un verdadero “corso a contramano” como decíamos en otras épocas.
En el mejor de los casos, los padres acompañan al colegio a sus hijos, que han estado despiertos y bebiendo toda la noche anterior, para asegurarse de que ingresen de la mejor manera posible. De todos modos, ellos y sus hijos saben que es un día de clases perdido, ya que es imposible que puedan concentrarse en materia alguna. En 2022 la pérdida de un día de clases alcanza mayor dimensión, teniendo en cuenta que venimos de dos años escolares muy irregulares, producto de la pandemia y de los caprichos de las autoridades.
En otros casos, los más, las imágenes que deja el UPD rayan con el vandalismo e incluso con la delincuencia; basta con recorrer las páginas web de los diarios nacionales y locales para enterarnos de los múltiples desmanes derivados de esta peculiar celebración. Hubo denuncias de daños provocados por los adolescentes en espacios públicos y privados, y numerosas situaciones de coma alcohólico registrados en las guardias de clínicas y hospitales. Las denuncias de violación de dos chicas en las viviendas donde se celebraba el UPD, una en Lanús y otra en Tres Arroyos, denotan que se ha transgredido un nuevo límite.
Muchos colegios hablamos con los padres con el fin de hacerles saber nuestra posición sobre tan desatinada costumbre y les sugerimos la desactiven o por lo menos no la promuevan; pero no hay caso, la dificultad de los padres para poner límites y la demagogia en la relación con sus hijos han generado un nuevo populismo, el “populismo parental”. Los padres alientan esta práctica financiando todos los gastos que ella insume, alquilando o cediendo viviendas para la fiesta, contratando micros o “trenes de la alegría” y por supuesto garantizando canilla libre de alcohol. Cabe agregar que los festejos del UPD se da mayoritariamente entre los adolescentes de clase media/media alta que concurren a colegios privados. Los chicos de escuelas públicas, a las que concurren sectores pauperizados de la sociedad, no cuentan con el financiamiento y la logística para ello.
Muchos de estos padres, y yo coincido con ellos, critican el estado de decadencia en el que se encuentra la sociedad argentina, pero contribuyen a acrecentarla al no permitirles a sus hijos escapar de esta lógica tan descabellada. En un país normal los estudiantes del último año de secundaria estudian más que nunca preparando sus exigentes exámenes de ingreso a las universidades; en la Argentina la elección de los buzos, el UPD, el viaje y la fiesta de egresados ocupan el primer lugar en la cabeza de un alumno promedio del último año de un colegio secundario.
En uno de los tantos testimonios de adolescentes recogidos por los medios en estos días de UPD, una adolescente equis de un colegio equis, representativa de cualquier adolescente que por estos días haya celebrado con fervor su último primer día decía: “Fue un desastre porque rompimos todo: puertas, ventanas. Nadie sabe cómo pasó. Muchos terminaron vomitando”, sin embargo, consideró que fue una “alta experiencia”. Claramente estas palabras nos interpelan como adultos responsables. ¿No somos capaces de promover verdaderas buenas experiencias para nuestros adolescentes en formación? ¿No podemos evitar dejarlos a la deriva?
En un país donde reina la inseguridad y los presupuestos exiguos, muchísimas localidades debieron organizar un operativo de seguridad especial para prevenir desmanes. En CABA, por ejemplo, se dispusieron para esa larga noche y madrugada, 250 agentes distribuidos en parques, plazas y otros lugares públicos. Se determinó también el patrullaje en calles y avenidas por parte de la Policía de la Ciudad, Agentes de tránsito, Bomberos y otros cuerpos de seguridad. Las 11000 cámaras de la ciudad fueron monitoreadas permanentemente a modo de prevención. No se esperaba un estallido social; toda esta movida se realizó para que los chicos puedan festejar su último primer día de clases en el que habrán estado semidormidos o averiados por el exceso de alcohol.
Pero lo más disparatado de esta historia es que el Estado ha tomado cartas en el asunto institucionalizando el UPD. En un documento emitido por el SEDRONAR, que depende de la Jefatura de Gabinete de ministros, titulado “Guía de acompañamiento y cuidados para abordar el UPD” se dicen cosas como estas (es verdad lo que les digo, pueden acceder al documento completo en la web):
- No hay que tener una mirada estigmatizante sobre los rituales que realizan los jóvenes.
- Los UPD no son encuentros motivados por intereses banales, resulta imprescindible escuchar a los jóvenes sin prejuicios.
- Las escuelas deben incluir al UPD en su planificación anual.
- Es importante que el UPD sea tomado por las escuelas como un hecho pedagógico.
Está claro entonces que, para el gobierno, quién cuestione el hecho de que los adolescentes pasen la noche despiertos, realicen desmanes en la vía pública y beban alcohol en exceso antes de ir al colegio, tiene una mirada estigmatizante y prejuiciosa sobre ellos. Yo creo, por el contrario, que no cuestionar estos hechos implica subestimar la capacidad de los chicos de desplegar un sin número de virtudes que se encuentra potencialmente en cada uno de ellos.
Me he tomado el trabajo también de revisar a muchos pedagogos, de los más tradicionales a los más modernos, y no he podido encontrar ni la más mínima señal de que un hecho de estas características pueda ser tildado de “hecho pedagógico”. De todos modos, no se preocupen si las instituciones educativas no lo incluimos en nuestra planificación anual; los alumnos y padres que no puedan escapar de esta lógica del desatino y las autoridades de mirada desprejuiciada se encargarán de hacerlo.
El UPD es Un Permitido Desatino que alguna vez tendrá que ser revisado por nosotros los adultos, a quienes nos corresponde velar por la formación de la que todavía adolecen nuestros hijos y alumnos del último año del colegio secundario.
(*) Profesor de Historia, Magister en dirección de instituciones educativas, Universidad Austral, vecino de Pilar