Columnistas

El odio y la ira

Por Denes Martos (*)

Cuando nuestro odio es demasiado profundo, nos coloca por debajo de aquellos a quienes odiamos.
François de La Rochefoucauld

El amor y el odio no son ciegos, sino que están cegados por el fuego que llevan dentro.
Friedrich Nietzsche

Si las masas pueden amar sin saber por qué, también pueden odiar sin mayor fundamento.
William Shakespeare

Hace unos días atrás publiqué este meme en mi muro de Facebook:

La idea no solamente cosechó unos cuantos «me gusta» sino que fue compartida una interesante cantidad de veces – lo cual, como es de suponer, ha halagado sobremanera mi no tan modesto Ego. De modo que muchas gracias amigos lectores; prometo asimilarlo con sobriedad y modestia…

Hablando en serio ahora; sucede que he recibido un apreciable número de consultas al respecto; incluso de gente que me decía algo así como: «…pero a mi realmente me da mucha bronca que…» y seguían una serie de razones tales como las mentiras flagrantes de los políticos, la famosa «grieta» que no tiene sentido, la corrupción generalizada, la estupidez y la ineptitud de muchos que deberían tomar decisiones y solo atinan a patear la pelota para adelante,  más todo un fárrago de otras razones.

No es cuestión de entrar en el terreno de las disquisiciones semánticas pero me he tomado el trabajo de buscar todos los sinónimos de «bronca» que pude encontrar. En total, encontré 53 palabras más o menos equivalentes a «bronca» pero el término «odio» no figuró entre ellas para nada. 

Es que, pensándolo un poco, bronca y odio son dos cosas diferentes. La bronca tiene que ver más con enojo que con odio, mientras que el odio es la consecuencia directa de la ira que no por casualidad es uno de los Siete Pecados Capitales junto con la soberbia, la avaricia, la lujuria, la gula, la envidia y la pereza.

El rechazo, la repugnancia y el enojo molestan, y puede que molesten mucho, pero el odio envenena, enceguece, impide apreciar las proporciones y las prioridades, destruye hasta la capacidad de raciocinio. Es que el que odia no razona; la ira que lo engendra le impide razonar, y este dominio de la ira merece una reflexión más profunda.

Características de los medios masivos

Desde la irrupción de los medios digitales, la forma de presentar la información ha variado muchísimo. Según Neil Postman [1], la imprenta de Gutenberg hizo posible la ciencia moderna pero transformó la sensibilidad religiosa haciendo que se erosionara la sacralidad de la cosmovisión occidental. La tipografía – el libro, el panfleto, el diario, la revista – fomentó la idea moderna de la individualidad, pero fue destruyendo el sentido medieval de la comunidad y la integración social que brindaba la iglesia con la reunión semanal de los fieles, la misa de los domingos, el sermón, los bautismos, los casamientos, el consejo personal y el contacto personal.

La radio retomó el discurso excluyendo la imagen y el contacto humano directo con el comunicador. Durante el primer tercio del Siglo XX puede decirse que, junto con la imprenta, fue el medio de difusión por excelencia, sobre todo en materia de ideas y noticias. Hoy ha perdido gran parte de su hegemonía de otrora pero, no obstante, sigue siendo, un medio poderoso. Por un lado, el oyente de radio es, por regla general, más fiel a la estación de radio que a los locutores o titulares de programas por lo que una radio con la programación adecuada retiene al oyente mucho más y durante mucho más tiempo que cualquier otro medio masivo. «La radio acompaña y deja hacer» es el mantra de la radiofonía. Es cierto; la radio puede sonar prácticamente durante todo el día sin interrumpir las tareas que se realizan y el mensaje hablado puede conectar con el oyente, si no de una manera constante, al menos varias veces por audición. De ese modo puede dejar su mensaje, gota por gota, en el consciente y en el inconsciente de quien está escuchando.

Cuando apareció el noticiero filmado – generalmente breve – la película mostró por primera vez los sucesos en forma dinámica, acompañándolos con un poco de relato. El noticiero filmado fue el primer medio que no se limitó a relatar sino que se dedicó principalmente a mostrar y a hacerlo en forma dinámica superando ampliamente el impacto de las imágenes fijas y bastante primitivas de los primeros diarios y revistas.

Con la televisión el panorama se amplió. Ya se podían mostrar imágenes dinámicas con comentarios más prolongados y el abaratamiento representado por las filmaciones digitales permitió luego alargar sustancialmente las filmaciones incorporadas a los noticieros. Esto, a su vez, hizo posible proyectar noticieros más largos y con temas más variados.  Lo cual, según Postman, redefinió el significado del discurso público dándole un sesgo propio, tal como lo hace toda tecnología en última instancia. Por de pronto, el espectador de TV necesita un lenguaje audiovisual simple. En segundo lugar, la TV ofrece un gran abanico de temas, requiere un mínimo de madurez cultural para comprenderlas y está orientada, principal o casi exclusivamente, a lo emocional.

Y llegamos a Internet.

La primera característica notable de Internet es su vastedad. Frente a una cantidad realmente notable de canales que puede ofrecer la TV satelital o por cable, en el momento que estoy escribiendo estas líneas Internet está operando con más de 1.870 millones de sitios web activos. [2] Esto significaría que, si Usted quisiera ver una sola página de cada uno de esos sitios, dedicándole nada más que 30 segundos a cada página, tardaría 1.779 años en verlas a todas. Esto es importante para entender la diferencia enorme que hay entre hacer zapping por TV y webear por Internet.

A esto se agrega otra característica típica de la web. Todos los medios que hemos mencionado hasta aquí padecen de un defecto casi insalvable: son medios de comunicación de una sola vía. Me refiero a que ninguno de ellos permite el diálogo. Usted no puede discutir con el sujeto que escribió ese artículo o ese guión, filmó esa escena o expresó esa opinión. Más allá de la «participación» de los oyentes vía telefónica, vía electrónica, o algunas cartas de lectores, el medio impreso, el cine, la radio, el televisor, condenan la audiencia a una actitud esencialmente pasiva: se lee, se escucha, se mira, y eso es todo. Se podrán hacer comentarios en la intimidad y algún exaltado hasta podrá llegar a vociferar improperios si el político opositor dice una barbaridad o si un jugador por ahí erra un penal. Pero eso no molesta más que a los familiares del individuo. A lo sumo. Frente a eso, Internet incorpora con bastante ingenio la posibilidad del diálogo en varias de sus aplicaciones. El chat, el blog, plataformas como FaceBook, WhatsApp, las páginas web de los diarios digitales que admiten comentarios, Twitter…. el menú es amplio.

Como se puede apreciar, todos los diferentes medios de comunicación tienen características propias, tecnologías propias, métodos y recursos propios. Sin embargo, todos comparten una misma necesidad: necesitan retener a su audiencia. Para usar el término de la jerga marketinera: necesitan «fidelizar» a las personas.

La necesidad de retener la audiencia

A los efectos económicos la audiencia es considerada como un conjunto de «clientes» que «consumen» el producto del medio. La supervivencia del medio depende del consumo de los contenidos ofrecidos; ya sea – al menos parcialmente – por la venta misma del producto, ya sea – en forma mucho más importante – por la publicidad incorporada al producto. El beneficio económico de cualquier medio masivo está en relación directa con el tamaño de su audiencia. Existe siempre una relación directa entre el tamaño de la audiencia y el beneficio económico del medio. Una cosa es obvia: mientras más personas compren el diario o paguen por conectarse a la televisión por cable, tanto más beneficio obtendrá el diario o la distribuidora de TV. Pero también hay un beneficio no tan obvio: el valor de la publicidad que venden los medios está en relación directa con el tamaño de la audiencia. Un diario o revista con muchos lectores, un canal de TV mirado regularmente por muchas personas, cobrará mucho más por su publicidad que los diarios con pocos lectores o un canal con pocos televidentes.

Por eso, a lo que debe tender un medio impreso es a que Usted compre siempre ese mismo diario o esa misma revista. La estación de radio tratará que Usted sintonice siempre esa misma estación; el canal de TV querrá retenerlo siempre en el mismo canal e Internet querrá que Usted vuelva siempre al mismo sitio web.

Por ejemplo, el sesgo distintivo de la TV es el entretenimiento y este sesgo impone una necesidad insoslayable por sus correlaciones económicas: hay que mantener al espectador pegado a la pantalla y – muy importante – en el mismo canal. De otro modo el televidente, o bien apaga el televisor o bien – mucho más probable – toma el control remoto y hace zapping buscando por otros canales algo, cualquier cosa, que le llame la atención. Sea como fuere, el resultado de este comportamiento por parte de la audiencia es desastroso para el programa y para el canal. Los espectadores que se retiran de un programa hacen bajar el índice de audiencia, – el famoso rating – lo que disminuye el valor de la publicidad con lo cual, como es fácil de ver, se pierde dinero. A veces mucho dinero; tanto que a veces obliga a bajar el programa y buscar otra cosa que retenga mejor al público en ese horario.

La gran pregunta, por supuesto, es ¿con qué se retiene una audiencia?

Como seducir al cliente

La respuesta es mucho más simple de lo que mucha gente cree. La audiencia se retiene con el contenido ofrecido por el medio. Sean las noticias transmitidas por el noticiero, sean las cuestiones tratadas en los programas periodísticos de opinión; sea en las opiniones vertidas por los entrevistados, sean las peleas entre los figurones y las figuronas famosas, sea la popularidad de los contrincantes en un programa deportivo o el grado de riesgo en los deportes extremos, todo depende de la resonancia que el tema tenga en el público-cliente.

De modo y manera que la pregunta inicial deriva en otra: ¿Cuáles son los contenidos que más atrapan al público? La respuesta es conocida por todo el mundo: aparte de lo vicioso, lo lúdico y lo lujurioso, cualquier cosa que sea negativa, grave, catastrófica, dramática, trágica, espantosa, horrenda, calamitosa, apocalíptica.

Es el avión que se cae, que explota, que se incendia; no el avión que aterriza sin problemas. Es el sujeto que muere de catorce balazos; no el anciano que abandona este valle de lágrimas porque le llegó la hora. Es el volcán que entra en erupción y sepulta a todo un pueblo; no el que humea tranquilamente durante decenios sin molestar a nadie. Es el auto que choca, vuelca y queda hecho un montón de hierros retorcidos matando a todos los que iban adentro; no el camión con acoplado que entra marcha atrás en una sola maniobra por una tranquera por la que pasa con apenas diez centímetros de espacio por lado. Es el sexópata que viola y descuartiza a la mujer; no el varón que le lleva un ramo de rosas rojas a su mujer en el día de su cumpleaños. Es la madre que prostituye a su propia hija; no la madre que la cuida y la manda a la escuela todos los días. Es el motochorro que asalta al peatón indefenso; no el pibe del servicio a domicilio con moto que entrega la pizza con lluvia, viento, calor o un frío polar. Es el político que dice estupideces, no sabe hacer nada y tolera la corrupción o hasta participa de ella; no el político que en una municipalidad lucha contra la burocracia corrupta para que de una maldita vez por todas se construya ese puente, esa sala de primeros auxilios o esa ampliación de la escuela que todos prometieron y nadie cumplió.

Son todos hechos reales. Al menos la mayoría, porque a veces también los hay inventados o levemente «acomodados» al relato obligado de lo sensacional. Pero lo importante es que quien consume este tipo de bombardeo mental todos los días termina creyendo que su entorno directo es algo excepcional y que lo normal en todo el resto del mundo es la porquería que se ve en las pantallas.

Las consecuencias

Esa exposición constante y sistemática a la desgracia, a lo negativo, a lo dañino, a lo disfuncional, a la tragedia, al Mal, tiene sus consecuencias. El morbo metódicamente alimentado y exacerbado de mil maneras diferentes, a propósito de centenares de temas diferentes, por decenas de canales distintos y hasta por millones de páginas web termina generando reacciones en el público; reacciones de las cuales el receptor de los mensajes muchas veces ni siquiera consigue identificar la causa.

Se comienza, probablemente, con un descreimiento de lo bueno, lo verdadero y lo bello. El Bien en el mundo mediático parece no existir fuera de sentimentalismos inocuos y lacrimógenos, impotentes para cambiar radicalmente un estado de cosas dominadas por el Mal. Pero el ser humano no soporta una existencia sin esperanza. No por nada la entrada al infierno imaginada por Dante en el Canto Tercero de la Divina Comedia tiene grabada   esa conocida inscripción con caracteres negros en el dintel de la puerta: «¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!»

En el mundo real, la falta de esperanza, el descreimiento del Bien, conduce a un estado de irritación. La irritación constante, exacerbada por una secuencia de datos que no hacen más que confirmar el imperio de lo negativo, engendra enojo. A lo largo del tiempo, tarde o temprano el enojo permanente engendra repugnancia, furia, fobia, aversión, aborrecimiento. Y en esta etapa, si la furia no consigue canalizarse hacia una lucha activa contra la desventura, la impotencia percibida genera la ira y la consecuencia de ésta es el odio.

La hipocresía periodística quiere hacernos creer que los principales medios de comunicación solo están informando sobre el odio que existe, pero de hecho lo están creando y fomentando. Esto es así porque la ira está incorporada en el mensaje mismo de los medios y el motivo de esto es que, para sobrevivir y prosperar económicamente, necesitan mantenerlo enojado a Usted que los consume.

La rentabilidad de la ira

En un medio gráfico es casi imposible establecer con seguridad cual artículo ha sido el más leído, o cual foto ha sido la más vista. En radio y TV, a pesar de los avances tecnológicos y los diversos métodos de evaluación, las mediciones del rating conllevan un grado bastante alto de inexactitud. En los medios digitales este problema no existe. El click que hace un usuario para acceder a una página web es perfectamente registrable.  Más aun, en sitios como Facebook que permiten clicks sobre íconos con significados como «Me gusta»; «Me encanta»;  «Me interesa»; «Me entristece» o «Me enoja» el click del usuario incluso se registra calificado. Con esos clicks registrados en una  sencilla base de datos es un juego de niños hacer estadísticas razonablemente certeras sobre las preferencias o los comportamientos de los usuarios.

Lo que estas estadísticas han demostrado es que la ira es un motivador comprobado para generar clicks.

Jonah Berger y Katherine Milkman, de la Universidad de Pensilvania descubrieron que  el contenido que evoca emociones fuertes, especialmente la ira o el miedo, tenía muchas más probabilidades de llegar a la lista de «más comentados» en una página web. [3]

Los artículos con alto contenido de generadores de ira o miedo generan la mayoría de las respuestas y reenvíos. A su vez, el contenido que evoca tristeza, es el peor cebo de clicks de todos los analizados.

El punto es que todos los medios tienen un sesgo hacia la ira. Lo que diferencia a Internet es que ese sesgo se puede registrar y medir con lo cual se puede establecer casi científicamente el impacto del  contenido de un medio digital determinado.

En la revista Scientific American de Julio de 2012, la periodista científica Natalie Wolchover se hizo la pregunta de «¿Por qué todos en Internet están tan enojados?». [4] Para explicarlo, citó a Art Markman, un psicólogo de la Universidad de Texas. [5]

Primero, los comentaristas a menudo son virtualmente anónimos y, por lo tanto, no responden por su mala educación. En segundo lugar, están a una distancia del objetivo de su enojo – ya sea del artículo que están comentando o de otro comentario sobre ese artículo – y la gente tiende a antagonizar las abstracciones distantes más fácilmente que a los interlocutores reales de carne y hueso. En tercer lugar, es más fácil ser desagradable al escribir que al hablar…«

Los efectos del odio

Las personas poseídas por la ira y el odio que genera, necesitan argumentos para soportarlo porque en caso contrario el sentimiento se vuelve tremendamente autodestructivo. Por eso, una de las primeras cosas que hace alguien que odia es tratar de demostrar que no está solo, que no es el único que tiene esa furia. En consecuencia, acusará a otros de odiar aun a riesgo de confundir una simple aversión con odio.

Si alguien lo acusa de odio a Usted, tenga la plena seguridad de que, en nueve de cada diez casos, el que odia es el acusador. Y la acusación es difícil de refutar porque una tesis negativa no puede ser demostrada. Es fácil decirle a alguien que odia mientras que es casi imposible para el acusado demostrar que no odia. El éxito de las acusaciones de homofobia, antisemitismo, insensibilidad social, falta de empatía y otras imputaciones frecuentes se basa justamente en este hecho: el acusado no tiene mucho margen para defenderse; cualquier argumento que mencione en su defensa puede ser fácilmente minimizado o ridiculizado por su acusador.

De hecho, las personas que nos odian en realidad nos temen. Tal como lo señala el Dr. Vicente Ezquerro Esteban, médico y psiquiatra de la Universidad de Barcelona: [6]

«En la ira hay miedo al otro, porque está haciendo algo que nos molesta, algo que nos ofende, algo que nos perjudica (…). El odio va mucho más allá, porque en el odio no es que haya miedo al otro, es que hay deseo de hacerle daño al otro. (….) El odio es persistente, es decir, la persona que odia vive en el odio, desea venganza, y ha elaborado la rabia de tres formas: quiere destruirhacer sufrir y controlar a los demás.«

De cualquier manera que sea y por más vueltas que le demos al tema, una cosa hay que no puede ser negada: la ira y el odio envenenan y destruyen más a la persona que padece esos sentimientos que a la persona o personas contra las cuales se dirigen esos sentimientos. Si alguien nos odia, podemos tener la certeza de que esa persona se perjudica más a si misma que a nosotros. Y si devolvemos su odio con un odio de nuestra parte hasta le estaremos haciendo un favor porque lo estaremos ratificando en la motivación de su odio. Justamente por eso quien odia acusa a los demás de odiar.

Es enfermizo, por supuesto, pero quien odia necesita que lo odien para justificar su propio odio. El argumento de fondo siempre es: «yo no soy despreciable por odiar; el despreciable es Usted que se ha hecho odiar por lo que ha dicho o hecho y hasta por lo que no dijo pero seguramente quiso decir y por lo que no ha hecho pero seguramente haría si pudiera«. Y si Usted no ha dicho nada y no ha hecho nada de aquello de lo que se lo acusa, pues tanto peor para Usted. El que lo odia encontrará indefectiblemente la manera de tergiversar lo que Usted dijo, le adjudicará la peor intención a cualquiera de sus actos e incluso, si le parece necesario, mentirá, falseará hechos y lo acusará de mil crímenes que no solamente Usted no cometió sino que ni siquiera ocurrieron.

Moraleja

La moraleja de toda la historia es que odiar es una de las peores cosas que alguien puede hacer. Como decíamos al comienzo: no en vano es un Pecado Capital. Hace daño a los demás; o por lo menos lo pretende hacer. Pero quizás quien sufre el daño mayor es la propia persona que odia.

Podemos enojarnos y, en todo caso, despreciar a quienes hacen o dicen cosas despreciables que nos hacen enojar. Pero nunca aceptemos la guerra en el terreno planteado por los que odian. Perderíamos aun ganando la batalla. El Buen Combate requiere una mente clara y un espíritu sereno. Un espíritu decidido, firme, valiente, hasta duro si se quiere; pero sereno. El odio obnubila, ciega, envenena. No conoce límites. Empuja a seguir destruyendo, matando, incluso después de haber, eventualmente, ganado la guerra.

No nos dejemos engañar por eufemismos: todo lo que hoy se pretende «deconstruir«, todo lo relacionado con una propuesta de «deconstrucción» no es ni más, ni menos, que una propuesta de destrucción disfrazada con un neologismo. Quienes odian los valores fundacionales de Occidente no quieren «deconstruirlos«; quieren destruirlos. Los quieren destruir porque no soportan tener que vivir de acuerdo con ellos y pretenden que nosotros nos sumemos a su odio destructor para intentar el armado de una cultura y una civilización utópicas, inviables, imposibles de construir.

Enfrentemos al odio, mediante una firme, inamovible, determinación de combatir y vencer al Mal sin dejarnos atrapar por la ira. Si somos odiados, asegurémonos de ser mejores que quienes nos odian.

No nos permitamos nunca un sentimiento más negativo que el desprecio.

Aunque tengamos que soportar el odio de los sicarios del Mal.

Aunque tengamos que acostumbrarnos a las injusticias de una lucha desigual.

Ni aunque tengamos que aceptar, también, que la guerra contra el Mal es una guerra en la que no se hacen prisioneros.

NOTAS
[1] )- Neil Postman, «Divertirse hasta morir», Ediciones de la tempestad, 1991
[2] )- Cf. https://www.internetlivestats.com/total-number-of-websites/
Consultado el 06/07/2021 a las 19:30  Se detectaron exactamente 1. 871. 957.786 sitios.
[3] )- https://www.researchgate.net/publication/345698319_Emotion_and_Virality_What_Makes_Online_Content_Go_Viral
[4] )- https://www.scientificamerican.com/article/why-is-everyone-on-the-internet-so-angry/
[5] )- https://www.inc.com/author/art-markman
[6] )- https://www.doctologia.es/psicologia-psiquiatria/odio-ira-rencor/

(*) Politólogo, consultor nacional e internacional, analista de riesgos, escritor e investigador

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