Columnistas

Mariano Moreno, un rebelde con causa

Por Gastón Bivort (*)

En su ensayo titulado “Mayo, la Revolución inconclusa”, Alejandro Poli Gonzalvo sostiene que “Moreno es el estadista mayor en los atribulados tiempos en que nació la patria. Soñó antes que nadie y por todos nosotros una Argentina de progreso. Y actuó con coraje para cumplir su sueño. Moreno fue un adelantado del proyecto colectivo de los argentinos”

Mientras algunos de los que apoyaron la Revolución se restregaban las manos creyendo ver en ella la obtención de los privilegios políticos y comerciales que hasta ese momento detentaban los peninsulares, Mariano Moreno pensaba en grande. Tenía perfectamente bosquejado en su mente cómo sería ese país que sobrevendría cuando se acallaran los últimos estertores de la guerra por la independencia. Para él, la rebelión, la Revolución, no podía ser una cáscara vacía de contenido, sino que debía estar atada a un propósito, a una causa. “El país no sería menos infeliz –aseguraba Moreno- por ser hijos suyos, los que lo gobernasen mal”, dando a entender que la transformación no implicaba un mero cambio de nombres y que no habría lugar para un “gatopardismo” que buscara cambiar algo para que todo siga igual. La incorrección política distinguía a Mariano Moreno; estaba dispuesto a patear el tablero.

Así como Manuel Belgrano diseñó desde las páginas del “Correo de Comercio”, un verdadero plan educativo para la Revolución, Mariano Moreno utilizó “La Gaceta de Buenos Aires” para desarrollar su sueño republicano, un sueño que se transformó en la doctrina filosófica que dio sustento a la Revolución. Si queremos entender para que nos emancipamos de España, debemos remitirnos ineludiblemente a los escritos de Moreno; si perdimos nuestro norte como país, encontraremos en los artículos de La Gaceta una verdadera guía para encontrar el rumbo extraviado.

La tradición republicana a la que apeló Moreno para darle sentido a la gesta de Mayo, reúne una serie de presupuestos sobre los que el secretario de la Primera Junta se explayó largamente en sus escritos. Entre ellos debemos considerar la convicción de que solo el pueblo es soberano y que los funcionarios son apenas sus servidores, el principio de igualdad fuertemente ligado a la imperiosa necesidad de educar a los sectores populares, la libertad de prensa para expresarse sin censura alguna, la imprescindible obligación de gobernantes y gobernados de convertirse en esclavos de la ley y la voluntad inquebrantable de contar con una Constitución que enmarque todos y cada uno de estos postulados.

Moreno nos recuerda que quienes gobiernan son nuestros servidores, que nosotros les delegamos nuestro poder para propender a nuestra felicidad y no para que ellos abusen de él y lo aprovechen para su beneficio personal: “La verdadera soberanía de un pueblo nunca ha consistido sino en la voluntad general del mismo […] y que mientras los gobernados no revistan el carácter […] de una majada de carneros, los gobernantes no pueden revestir otro que el de ejecutores y ministros de las leyes que la voluntad general ha establecido” (Gazeta de Buenos Ayres, 13 de noviembre de 1810). Hoy Moreno nos vuelve a convocar a todos los ciudadanos de bien para recuperar la centralidad y dejar de ser un rebaño de corderos.

Los privilegios de los funcionarios, la existencia de grupos sociales inferiores en derechos y la evidente falta de oportunidades que primaba entre los sectores populares que no tenían acceso a la educación, lo desvelaban sobremanera. El decreto de Supresión de Honores redactado por Moreno apuntaba contra esos privilegios: “Si deseamos que los pueblos sean libres, observemos religiosamente el sagrado dogma de la igualdad. ¿Si me considero igual a mis conciudadanos, por qué me he de presentar de un modo que les enseñe que son menos que yo? …” (Gazeta de Buenos Ayres, 8 de diciembre de 1810). Sería fácil deducir cuál hubiera sido la reacción de Moreno frente a la fiesta en Olivos y el vacunatorio VIP.

En varios de sus escritos Moreno criticó las injusticias y humillaciones a las que eran sometidos los indígenas, mestizos, negros y mulatos y bregó por terminar con el sistema de castas. Lo mismo hizo respecto de la mujer: fue el primer abogado que cuestionó que los bienes propios de la esposa sean administrados obligatoriamente por su marido. Tal vez pasaría el tamiz de los “bien pensantes” del INADI y del “colectivo verde”. O quizás no, lo podría condenar su pasado como representante de los hacendados y su identificación con el liberalismo económico.

Con respecto a la necesidad de educar para igualar, podemos destacar que Moreno fue el impulsor de la Primer Biblioteca Pública, precursora de la actual Biblioteca Nacional: “Toda casa de libros atrae a los literatos con una fuerza irresistible, la curiosidad incita a los que han nacido con positiva resistencia a las letras, y la concurrencia de los sabios con los que desean serlo produce una manifestación recíproca de luces y conocimientos…” (Gazeta de Buenos Ayres, 13 de septiembre de 1810). En su prólogo a la traducción del Contrato Social de Rousseau había manifestado claramente cuál sería el destino de un pueblo sin ilustración, sin educación: “Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que se le debe, nuevas ilusiones se sucederán a las antiguas, y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos sin destruir la tiranía”. La afirmación de Moreno tiene una asombrosa actualidad en un país donde la tragedia educativa ha quitado toda capacidad de discernimiento a una gran parte de nuestra sociedad.

Moreno justificó la fundación de la Gaceta apelando al principio republicano de que todo gobierno debe hacer públicos sus actos porque “El pueblo tiene derecho a saber la conducta de sus representantes” y porque sin libertad de prensa “Los pueblos yacerán en el embrutecimiento más vergonzoso si no se da una absoluta franquicia y libertad para hablar; […] si se oponen restricciones al discurso […] la mentira, la preocupación, el fanatismo y el embrutecimiento harán la divisa de los pueblos, y causarán para siempre su abatimiento, su ruina y su miseria” (Gazeta de Buenos Ayres, 21 de junio de 1810). El “relato” y el adoctrinamiento serían hoy dos de los grandes enemigos de Moreno.

Para un país al borde de la anomia, donde la independencia del poder judicial pende de un hilo, Moreno aconsejaría “Que el ciudadano obedezca respetuosamente a los magistrados; que el magistrado obedezca ciegamente a las leyes, […] ésta es la suma de todos los reglamentos consagrados a mantener la pureza de la administración […]. Equilíbrense los poderes y se mantendrá la pureza de la administración…” (Gazeta de Buenos Ayres 6 de noviembre de 1810). “La reunión de los pueblos –dice el prócer en otros de sus escritos- no puede tener el pequeño objeto de nombrar gobernantes, sino el establecimiento de una Constitución por la cual se rijan”.

Todos estos principios abordados por Moreno en sus escritos fueron incorporados a la Constitución de 1853. Hubo etapas de nuestra vida política donde observamos mayor o menor lealtad hacia ellos. Sería un interesante ejercicio evaluar nuestra historia a la luz de los fundamentos que le dieron sentido a la Revolución de 1810 y, por qué no también, cotejarlos con los principios que predominan en la coyuntura actual.

Quizás lleguemos a la misma conclusión del numen de la Revolución cuando afirmó que “Si el gobierno huye el trabajo, si sigue huellas de sus predecesores conservando alianza con la corrupción y el desorden, hace traición a las justas esperanzas del pueblo y llega a ser indigno de los altos deberes que se le han encomendado”. La pésima imagen del gobierno que muestran las encuestas, lo estaría confirmando.

Quizás, nos serviría también para dimensionar la distancia que existe entre el país que somos y el que debemos ser, entre el país que somos y el que soñó Mariano Moreno, nuestro “rebelde con causa”.

 

(*) Profesor de Historia, Magister en dirección de instituciones educativas, Universidad Austral, vecino de Pilar

 

 

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